La Eurocopa se despide el domingo con una final entre su mejor selección, España, y la minimalista Inglaterra, tras cuatro semanas que revelaron las deficiencias del anfitrión alemán. Sorprendió a los millones de visitantes la ineficacia de su transporte público, de su red de ferrocarriles o de sus conexiones por internet. Para los 84 millones de habitantes de la primera potencia europea eso no es nuevo, sino una realidad diaria sin remedio a la vista, mientras se siga sin invertir en infraestructuras esenciales.
Más allá del bochorno local ante la exhibición internacional de fallos, el balance final no fue tan malo, en un torneo sobre el que pesaban muchos desafíos encima: desde ciberataques al radicalismo islámico, la ultraderecha o los hooligans. “Hubo algunos enfrentamientos, pero de baja intensidad”, resumió el jueves la ministra del Interior, la socialdemócrata Nancy Faeser, a falta de lo que ocurra ante el gran desafío de la final del Olympiastadion berlinés.
Batallas contenidas
Se registró alguna batalla campal entre aficionados serbios e ingleses o, de nuevo, entre británicos y neerlandeses, resumió Faeser, responsable también de Deportes en el gobierno de Olaf Scholz. Fueron contenidas a tiempo por las fuerzas de seguridad, lo mismo que a la afición turca, radicalizada tras la sanción contra su goleador Merih Demiral. Actuó a favor de las fuerzas policiales no solo la videovigilancia, sino también la acción de agentes visitantes, incluida la Guardia Civil española, que detectaban potenciales peligros.
No ha sido un “cuento de verano” comparable al Mundial 2006, en que Alemania se ganó esa etiqueta al recibir “al mundo entre amigos”, de acuerdo a su lema de entonces. En ese torneo, en que la Mannschaft terminó tercera, el anfitrión se sacudió complejos y mostró un patriotismo positivo y no arrogante. En la Eurocopa 2024 la situación geopolítica es distinta y, además, el país anfitrión está en recesión. La comparación era inevitable, aunque condenada a no funcionar. Al fin y al cabo, en un torneo continental no se recibe al mundo, con familias enteras argentinas o brasileñas discurriendo por el país.
La cosa queda entre europeos, muchos de los cuales residen en Alemania o simplemente entran y salen sin entrada para ver un partido en una ‘zona del aficionado’, como las decenas de miles de neerlandeses que viven a menos de 100 kilómetros de Dortmund. Se celebraba el retorno en multitud a los estadios o a las calles, tras las restricciones por la pandemia de la Eurocopa 2020-21.
Adiós a los ‘oldies’
El peor enemigo ha sido el tiempo. Se ha ido de diluvio en diluvio, con estadios inundados como el de Gelsenkirchen, en lo que entra, de nuevo, la sospecha de la falta de mantenimiento en instalaciones mayoritariamente heredadas tal cual del Mundial de hace dieciocho años. Pero al menos la Mannschaft de Julian Nagelsmann sí tiene futuro. El conjunto del seleccionador más joven de la historia alemana -cumplirá los 37 años el 23 de julio- llegó al torneo envuelto en la incertidumbre. Pesaban las eliminaciones prematuras de la última fase de la era Joachim Löw -los mundiales de Rusia y Catar-. Se sabía que era el último torneo para Toni Kroos, como se da por hecho que también lo es para otros ‘oldies’ –Thomas Müller y Manuel Neuer, más la incógnita del capitán Gündogan.
Kroos se despidió eliminado por su “patria de adopción”, España, y dejando lesionado por semanas a Pedri. Pero, además de esa dura entrada, Kroos dio que hablar al reconocer que “percibe” como más segura para sus hijos la vida en España que en su país. Alemania no es lo que fue, era su mensaje. Inmediatamente, se apropió de su frase la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), que veía en ella una alerta contra lo que ese partido radical califica de invasión descontrolada de inmigrantes.
La mano de Cucurella
Kroos dejó el estadio de Stuttgart entre ovaciones, tras jugar hasta el último minuto una prórroga que le colocó al borde de su capacidad física. El futuro que Alemania ve en su selección procede de Jamal Musiala y Florian Wirtz, dos ventiañeros, aunque quien levantó partidos en cuanto Nagelsmann le dejó jugar fue Niclas Füllkrug, orgullo del Borussia Dortmund.
El jugador de la Roja que cualquiera quisiera llevarse a casa es sin duda Lamine Yamal. Dani Olmo es para algunos alemanes algo ya propio, puesto que juega en la Bundesliga. Pero seguramente la foto que perdurará en la memoria alemana es la de la mano de Marc Cucurella en el minuto 106 del partido en que la Mannschaft cayó eliminada. Para el ojo alemán, un penalti clarísimo. Para los técnicos de la UEFA y mayoría de expertos, el árbitro Anthony Taylor hizo lo correcto al no pitarlo.
La pataleta del anfitrión se tradujo en pitidos y abucheos cada vez que Cucurella tocó el balón en la semifinal contra Francia. De “vergüenza” calificaron luego la reacción furibunda del aficionado tanto el órgano de la prensa deportiva alemana ‘Kicker’ como muchos medios de referencia, incluido el periódico izquierdista ‘Die Tageszeitung’.
A Cucurella le perseguirá al menos un rato más la foto de la mano. Es un jugador que no pasa desapercibido, tanto por su “no-corte” de pelo como por su capacidad para estar en todos lados. “Es un espíritu libre sobre el terreno de juego, que no pierde de vista su disciplina y sus tareas y con un rendimiento excelente”, resumía de cara al partido contra Inglaterra la primera cadena pública alemana, ARD. Es su primer torneo europeo, pero de lo que no hay duda es que no se dobla, sino que se crece ante la presión, concluía su comentarista, Jörg Strohschein. Ni tan mal, en definitiva.