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Van der Poel vuelve a demostrar que es una bestia humana sobre una bici

Hay ciclistas que marcan una época brillante. Unos lo hacen ganando Tours de forma consecutiva y otros siendo una auténtica ‘bestia’ humana, capaz de triunfar en todos los territorios, carreras de ciclocrós, de montaña, de carretera y hasta de gravel. Y ahí es donde aparece el nombre de Mathieu van der Poel, un neerlandés con sangre francesa en sus venas que a los 29 años recién cumplidos se convirtió este domingo en campeón del mundo de ciclocrós.

De hecho, la victoria estaba lejos de ser una sorpresa; al contrario, una derrota del astro neerlandés habría hecho saltar la banca porque él es uno de los seis magníficos del ciclismo actual junto a Jonas Vingegaard, Tadej Pogacar, Primoz Roglic, Remco Evenepoel y Wout van Aert. Y, además, porque el único corredor que podía privarlo de la victoria, su eterno rival, Van Aert, no participaba en la prueba, después de haber estado toda la semana preparando la temporada de carretera en Mallorca.

Así, que desde que se dio la salida, Van der Poel se colocó primero en el circuito de Tabor, en la República Checa, en el mismo plató donde conquistó en 2015 el primero de sus jerséis arcoíris, la prenda que recompensa al campeón del mundo, la que lleva también como ganador de la prueba de ruta; un fenómeno, una bestia y un animal, siempre en el buen sentido de las denominaciones, de la bicicleta.

Sexto título mundial

Nadie le tosió, jamás estuvo en riesgo la medalla de oro, ni siquiera un incidente o una caída como la que tuvo en enero en Benidorm, en la única derrota sufrida este año en el ciclocrós (14 carreras y 13 triunfos), y en la victoria, cómo no, de Van Aert.

De este modo, sumó el sexto título mundial, un récord impresionante (tres posee Van Aert), aunque todavía a uno de Eric van Vlaeminck, estrella del ciclocrós de los años 60 y 70, fallecido en 2015, y hermano de uno de los grandes mitos del ciclismo belga, Roger van Vlaeminck, también campeón del mundo de ciclocrós en 1975, y vencedor de los cinco monumentos: Milán-San Remo, Flandes, París-Roubaix, Lieja-Bastoña-Lieja y Lombardía.

Bien se podría decir que Van der Poel está en ello, a la hora de ganar ‘monumentos’. Ya ha conseguido la victoria en San Remo, en Flandes y en Roubaix. Le faltan las victorias en Lieja, que le pilla demasiado cansado tras los éxitos en los adoquines, y Lombardía, agotado ya al final de la temporada. Por lo menos este año parece que estos triunfos deberán esperar con un Van der Poel centrado en las piedras del norte de Europa, en los Juegos Olímpicos (donde quiere ser campeón de ciclismo de montaña), la Vuelta y el Mundial.

Ganó en un ciclocrós que nunca entusiasmó demasiado a su famoso abuelo Raymond Poulidor (fallecido en 2019) pero sí a su padre Adrie van der Poel, que fue campeón del mundo en 1996. Fue también un Mundial brillante para los Países Bajos, que obtuvo la medalla de plata gracias a Joris Nieuwenhuis por delante del belga Michael Vanthourenhout en una especialidad ciclista dominada habitualmente por corredores de los Países Bajos y Bélgica. El alicantino Felipe Orts cumplió el objetivo de acabar en el ‘top ten’ de la carrera al conseguir la décima plaza. En categoría femenina también sonó el himno holandés gracias a Fem van Empel.



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