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Correr más de 100 maratones y no morir en el intento: “Es un veneno que te engancha”

Christian Hottas es un alemán que a sus 65 años ya había corrido 3.057 maratones. Da una media aproximada de 65 anuales, o lo que es lo mismo, 5,6 semanales si se considera como fecha inicial de su ajetreada vida deportiva el año que cumplió su mayoría de edad. No parece haber nadie en el planeta Tierra capaz de hacerle sombra. La réplica en mujeres se la da Larry Macon, una estadounidense con 2.367 maratones a lo largo de sus 77 años de vida. Eso es, al menos, lo que figura a fecha de 31 de diciembre de 2021 en el 2021 World Megamarathon Ranking 300+.

La siguiente pregunta tiene cierta lógica. ¿Es posible hacer tantos maratones en tan poco tiempo? La respuesta es sí, aunque solo está al alcance de muy pocos. Hay ciudades italianas, austriacas, alemanas o del Reino Unido que organizan en diez días otros tantos maratones. Parece de locos, pero es que hay gente que lo hace una vez al mes y luego tiene fuerzas para contarlo. ¿Y en España hay gente de esa? Sin llegar a esos registros aparece la figura del castellonense Santiago Hitos Olivera con 361 y la de la valenciana Sonia Napolitano con 202. No se trata en ningún caso de atletas profesionales, sino de gente que le gusta correr y viajar, o viceversa, y que, por supuesto, cuentan con los recursos económicos y el tiempo libre que exige una actividad tan sacrificada a la que hay que dedicar muchas horas de entrenamiento.

La persona que trata de llevar al día una especie de lista oficial de centenarios en España es Javier Sanz, un atleta natural de Trescasas (Segovia) que ya contabiliza 159 maratones. Comenzó a recopilar estadísticas con cierta rigurosidad hace diez años “un poco por curiosidad”, y con el paso del tiempo la lista ha ido agrandando hasta llegar a 52 corredores con cien o más maratones en sus piernas. No son datos oficiales en el sentido literal de la palabra porque no puede certificar toda la documentación que le llega. Por eso confiesa que “a veces tengo que hacer un acto de fe”.

Vigilando las trampas

La cosa cambia cuando los interesados ya están incluidos en su lista, ya que resulta relativamente sencillo verificar las clasificaciones de cada uno de ellos después de una nueva carrera porque ahora todo aparece en las distintas webs de los organizadores. Eso no quita para que alguno haya intentado hacer trampa “y que le haya tenido que tirar de las orejas”. Y es que hay corredores que dicen haber hecho la primera parte de la carrera en tres horas y la otra mitad en hora y media, “lo cual quiere decir que se han saltado algún control o que no han completado el recorrido”.

Javier Sanz, en un maratón en Maspalomas. Cedida


Sanz, que debutó en las carreras populares en 1978 coincidiendo con la primera edición para todos los públicos de la San Silvestre vallecana, es de los que no les gusta correr con música. Prefiere distraer su cansancio con “pensamientos positivos”. A sus 65 años es consciente de que al principio hay que gestionar bien las carreras porque “digan lo que digan, en la maratón siempre hay un momento en que petas y el cuerpo te envía señales diciéndote qué coño haces ahí”. Despejar la mente durante las tres o cuatro horas que dura la carrera también le ayuda a buscar soluciones a los problemas. “Cuando tu cabeza piensa en una sola cosa todo es más sencillo”, asegura.

En la maratón siempre hay un momento en que petas y el cuerpo te envía señales diciéndote qué coño haces ahí

Antonio Sanz – 159 maratones

El atleta segoviano se define como un deportista “muy competitivo”. De hecho, aún aspira en cada carrera a subirse al cajón de los tres primeros de su categoría (mayores de 65). Ese espíritu luchador le ha impedido abandonar jamás una maratón, y eso que la última que corrió en Málaga hace un mes la acabó “de mala manera” cuando le reventó una llaga que tenía en el pie y dejó su talón en carne viva. “Estuve casi tres semanas andando con muletas”, recuerda este segoviano que ha logrado una veintena de veces bajar de las tres horas en los 42,195 kilómetros.

Frenado por un River-Boca

Ahora sabe que tiene que ir más tranquilo. Nada que ver con lo que hizo este otoño su amigo Briguech Bassit, un melillense cuyo nombre en Facebook es “er abuelo caracol” que un sábado por la tarde corrió la maratón de Bilbao, y después de volver en autobús a Madrid y de coger el AVE para ir a Ciudad Real, consiguió hacer doblete en la ciudad castellanomanchega . “Hay gente muy loca”, dice riéndose.

Para el recuerdo, la maratón que disputó hace años en Buenos Aires. Había organizado y pagado un viaje con su familia y no solo para correr. También tenía planeado visitar las cataratas de Iguazú y bajar al sur del país para ver in situ el glaciar de Perito Moreno. Pues bien, pocos días antes le llamaron para comunicarle que la carrera se aplazaba dos semanas. El motivo era que ese mismo día se disputaba el derbi entre River Plate y Boca Juniors. A esas alturas ya no podía cambiar las fechas del viaje. “Fue una decepción que no veas”, indica.

La solidaridad entre los maratonianos es de sobra conocida. Esa misma solidaridad fue la que llevó a un reducido grupo de atletas argentinos a montar y correr una maratón “clandestina” junto a dos personas la misma fecha que estaba prevista inicialmente y con idéntico recorrido. “Total que la corrimos un norteamericano que se llama John Wallace, y que debía llevar más de mil maratones, diez argentinos y yo. Lo que es la vida, al final a todos nos pareció todo mucho más bonito que la carrera oficial”, añade.

El caso de Lola Garrido

En el puesto 22 de la lista de Sanz aparece la madrileña Lola Garrido con 157 maratones, la segunda mujer tras Napolitano. Por extraño que parezca, en su curriculum de maratoniana tiene anotada su primera carrera tan solo hace una década. Fue justo en Madrid, su ciudad natal. “De joven y no de tan joven solía nadar y caminar mucho, pero desde el colegio no había vuelto a correr”, subraya.

Lola Garrido, en un maratón en Aveiro. Cedida


Con 46 años solía dar paseos a pie escuchando música sin ningún objetivo concreto. “Un día me puse a correr y andar haciendo intervalos, y desde entonces ha sido un no parar”. Por eso en 2012 se juramentó correr al año siguiente una maratón. Lo primero que hizo esta fisioterapeuta fue acudir a una biblioteca para informarse sobre cómo abordar su nuevo reto. Como ella misma dice: “hice todo un poco a mi aire hasta conseguir mi objetivo”.

Era tal su fijación por correr que nunca ha tenido reparos en salir sola a primera hora de la mañana. “Tengo la suerte de que vivo en un barrio que está muy iluminado y con mucha vigilancia”. De todos modos se mueve por zonas de mucho tránsito como el Retiro, la Castellana o la Casa de Campo donde a las seis de la mañana ya hay gente corriendo o andando en bici y eso le transmite tranquilidad. “Lo que no quiero es que el miedo me impida hacer algo que realmente me gusta”, añade.

No siempre corre por la calle. Si tiene competición el fin de semana se machaca en el gimnasio con ejercicios para adquirir mayor velocidad y resistencia, y si no compite sí suele hacer tiradas largas. “La verdad es que cada vez me cuesta más madrugar para ir a entrenar”, admite esta corredora que tiene una mejor marca de tres horas y 33 minutos lograda en la ciudad irlandesa de Cork.

Los sacrificios de correr maratones

Habrá quién se pregunte cómo es posible disponer de tanto tiempo libre para hacer tantos viajes en tan poco tiempo. Pues no hay ningún secreto. Lola Garrido no se toma un mes entero de vacaciones. Lo que hace es cogerse días sueltos en función de cada evento al que acude. Si es en España, le basta con ir un viernes o un sábado para regresar a casa el domingo. Si es por Europa vuelve el lunes o si, por ejemplo, quiere correr el maratón de Nueva York alarga el viaje de jueves a martes.

Solo es proponértelo y echarle horas porque todo es cuestión de cabeza, y si yo he podido hacerlo, cualquiera puede

Lola Garrido – 159 maratones

La vida familiar no se resiente. No tiene hijos, “que eso lo haría más difícil”, y su marido no le pone ninguna pega aunque a veces le dice con ironía “a ver cuándo nos vemos”. Él también corre medias maratones “pero es más perezoso que yo para entrenar”. Además, su condición de músico –fue batería del mítico grupo de rock Burning– hace que tenga que trabajar muchos fines de semana.

Garrido confiesa haberse quedado prendada de la maratón de Boston por todo lo que significa para los atletas. Peores recuerdos tiene de la de Biarritz, con un recorrido “precioso” y al mismo tiempo “durísimo”, que es una de las que nunca volvería a repetir. Es obvio que su pasión por los maratones no le sale gratis. Aun así, la madrileña no lleva la cuenta del dinero que se gasta en su hobby mientras no haya números rojos en la cuenta corriente del banco. “Voy trabajando y voy viajando”, afirma.

Más locuaz se muestra cuando se le pregunta por sus sensaciones durante una carrera. “Llega un momento en que te duele todo, pero cuando pasas ese dolor ya solo piensas en acabar”. Recuerda que, por ejemplo, al llegar al kilómetro 39 de su primera maratón de Madrid situado en la plaza de Atocha “sentí una emoción tan grande por cumplir un objetivo tan duro como el que me había marcado que se mezcló con unos sentimientos muy difíciles de explicar pero que tienen que ver con la felicidad”. La receta de su buena condición física es bien sencilla: “solo es proponértelo y echarle horas porque todo es cuestión de cabeza, y si yo he podido hacerlo, cualquiera puede”.

Antonio Huerta, en la Patagonia. Cedida


Antonio Huerta, de 68 años, decidió regresar ya jubilado a su localidad natal de Aguilar de Montuenga (Soria) después de haber llegado a Madrid con nueve años. De joven nunca le había dado por correr. En cambio, sí hacía ejercicio con sus amigos con largos paseos en bicicleta. Nada de pisar el asfalto. Un buen día un compañero preguntó al resto: “¿Sabéis que ha habido un maratón?”. Era el año 1978 y se trataba de la primera edición de una carrera que ahora ya es mítica entre los maratonianos madrileños. Un año más tarde Huerta se apuntó junto a varios miembros del grupo. “El maratón es un veneno que nos enganchó”, reconoce. Desde entonces ha corrido otros 266 por los cinco continentes sin aparcar la bici. “En verano siempre volvíamos a cogerla hasta que llegaba septiembre y los meses de otoño, invierno y buena parte de la primavera que aprovechábamos para correr”.

36 maratones en 2023

En sus comienzos de maratoniano recuerda que no corrían mujeres, “y no porque estuviera prohibido”. Es más, cuando debutó ya habían transcurrido doce años desde que en 1967 la estadounidense Katherine Switzer lograra por las bravas romper en Boston el veto que tenían las mujeres para disputar una maratón. En Madrid hizo un crono de tres horas y 59 minutos que no le satisfizo mucho. “Esto hay que rebajarlo el próximo año”, se dijo a sí mismo. Y así fue, porque en su segunda experiencia maratoniana logró detener el reloj en dos horas y cincuenta minutos. Había bajado su tiempo en más de una hora en solo un año. Poco a poco fue mejorando sus tiempos hasta llegar a su mejor marca personal que logró en Valencia en 1984 con dos horas y 34 minutos.

Todo sin entrenador ni nada que se le pareciera. “Éramos autodidactas”, reconoce. Su única obsesión era calzarse sus zapatillas de la marca finlandesa Karhu. “También recuerdo que otros llevaban Adidas o New Balance, pero yo siempre fui fiel a esa marca”. Ahora se conforma con bajar de las cinco horas. Una embolia pulmonar y una trombosis le han mermado “mucho”. Aun así, en 2023 finalizó 36 maratones, es decir, casi uno por semana, y eso que en verano apenas corrió. “Disparaba a todo lo que se movía”, acierta a decir con gracia.

Me encanta hacer turismo y como consigo hacer al mismo tiempo las dos cosas que más me gustan, siempre me voy muy satisfecho

Antonio Huerta – 266 maratones

Un hombre como Huerta, no solo ha viajado a ciudades como Nueva York, Pekín, Tokio o Jerusalén para correr maratones. “Es que también me encanta hacer turismo y como consigo hacer al mismo tiempo las dos cosas que más me gustan, siempre me voy muy satisfecho de los lugares que visito”. En su pueblo sigue entrenando todo lo que puede, “aunque ahora ya me cuesta”. Sin embargo, la posibilidad de correr de nuevo los 42 kilómetros de una maratón aún le motiva. “Es un reto contra ti mismo y contra el crono”, asegura. No se trata de ganar a otro. No siente esa presión. “Nadie nos obliga a correr. Lo hacemos porque queremos y porque la sensación que tienes del deber cumplido cuando cruzas la meta es inigualable”.

Admite, no obstante, que no todo es tan bonito antes de llegar a meta. “Está la agonía que sufres a partir del kilómetro 30 que tienes que ir superando y gestionando”. Y eso lo dice un corredor que un día, “no sé muy bien cómo ni por qué”, se vio de repente agarrado a una farola en el kilómetro 40. Logró llegar a meta, como ha hecho siempre. Y es que para él la maratón no tiene secretos. “Es correr al ritmo que puedes hacerlo y el que has marcado en los entrenamientos”.

Maratones tras dejar de fumar

A Antonio Rojas los maratones se cruzaron en su vida a los 38 años cuando decidió que ya había fumado lo suficiente. Su primera decisión fue cortar de raíz su adicción al tabaco. Eligió la fecha con tiento. Quiso que su renuncia voluntaria coincidiera más o menos con el V Centenario del descubrimiento porque Cristóbal Colón fue el primer importador de tabaco a la península. “El día 8 de octubre de 1992, a las diez de la mañana, me fumé mi último cigarrillo y ya dejé de comprar”, recuerda este jacetano de 69 años de edad.

Antonio Rojas, en el Círculo Polar Ártico. Cedida


A partir de entonces comenzó a hacer deporte. Primero cogió la bicicleta y más tarde se calzó unas zapatillas para participar en una carrera tan emblemática en Jaén como es la de San Antón (10 kilómetros). “Me costó mucho trabajo pero la terminé”, indica. Más tarde vino su primera media maratón en su ciudad natal y en 1999 se estrenó en Madrid con los 42,195 kilómetros algo que ha hecho de forma “ininterrumpida” desde entonces, salvo en la época del Covid. Ahora ya le contemplan otros 214 maratones por los cinco continentes. Casi nada.

Rojas no es alguien que busque mejorar sus marcas a pesar de ser una persona que “lo da todos en las carreras”. Y es que su adicción a las maratones comenzó de forma un tanto tardía. En sus comienzos sacaba el tiempo “de donde no lo había” para entrenar. Se levantaba a la seis de la mañana para correr y cuando salía de su trabajo al mediodía se cambiaba de ropa y recorría en menos de 40 minutos los ocho kilómetros de distancia que había hasta su urbanización. Si podía, también se hacía unos kilómetros de noche. “Con ganas e ilusión puedes hacer lo que te propongas”, afirma.

Si metes en una hucha el dinero que te ahorras del tabaco, las cañas y de salir los viernes al final te merece la pena

Antonio Rojas – 214 maratones

Su afición no la detuvo ni el Covid. “Hicimos alguno dando vueltas a la plaza de toros de Las Ventas, incluso con la nieve caída por La Filomena, o al Civitas Metropolitano”. Tanta actividad conlleva las lógicas lesiones que le obligan a parar. “He tenido tres veces fascitis plantar, y de la última acabo de salir después de haber estado diez meses con un dolor horroroso”.

Correr en la Antártida

Con un entrenamiento semanal de entre 55 y 60 kilómetros, Rojas se vio en condiciones de apuntarse a la maratón de la Antártida que se corre a finales de febrero (verano austral) sobre nieve y hielo a veinte grados bajo cero. Para su aventura contactó con una empresa norteamericana ubicada en Massachusetts que les organizó el viaje vía Miami hasta Ushuaia en Tierra de Fuego con escala en Buenos Aires. De allí fueron en barco durante tres días “hasta que desembarcamos en una zodiac en la Antártida”. La broma le costó 3.200 euros. A él no le parece caro y eso que se apuntó tres años antes y pagó a plazos su inscripción “porque si metes en una hucha el dinero que te ahorras del tabaco, las cañas y de salir los viernes al final te merece la pena”.

A lo mejor el seguro no cubría la posibilidad de que se perdiera como le ocurrió. Como no sabía inglés, hizo caso omiso a un letrero de color amarillo chillón y letras rojas que decía “turn” (giro). Él pensó que era una señalización y siguió recto. “Menos mal que llegué a una base de Paraguay donde me indicaron el camino. De repente me entró un sudor frío al comprobar de la que me había librado”.



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