“He sufrido mucho. Muchísimo. Y a día de hoy sigo sufriendo. Porque en el fútbol y en la vida sufres”, apostilla Ferran Jutglà (Sant Julià de Vilatorta, Osona, 1 de febrero de 1999). Como tantas, si no todas, su historia, de película americana, solo se puede entender desde el inicio, paso a paso.
De niño, jugando con una cresta engominada, le poseía una pasión patológica: adicto a la victoria, alérgico a la derrota. Se enfadaba más allá de los límites legales cuando tenía que ceder una falta o cuando le sustituían con el partido resuelto, para que pudieran jugar otros. Un entrenador del Vic Riuprimer le dejó en el banquillo en un duelo ante el Barça por no haber entrenando bien. Le gritó que era un capullo. Cuando le expulsaban del entrenamiento, camino de la ducha, gritaba que le daba igual lo que le dijeran y que él llegaría a Primera.
Pero muchos días terminaba llorando, de tanta rabia acumulada en un cuerpo tan pequeño. Era de los bajitos. “Si no aprendes te pegas unas hostias que flipas”, asiente. El doctor Jekyll mató al señor Hyde: “Ahora no soy así. Sigo siendo muy competitivo, pero aprendí a controlar todo eso. A canalizar la rabia, esa obsesión. A tolerar la derrota. Antes superaba unos límites que no eran sanos. Con aquella actitud era imposible e inviable llegar al fútbol profesional”.
“Aprendí a canalizar la rabia, la obsesión. A tolerar la derrota. Antes superaba unos límites que no eran sanos”
La crisis de 2007 bajó la persiana de la pastelería de su padre. Era un crío: “Intentaron dar normalidad al día a día y que nada se les notara mucho, pero aunque seas pequeño te das cuenta de las cosas”. “Mis padres me han enseñado que a pesar de las circunstancias y las cosas que te vengan en contra siempre tienes que sobreponerte y remar y trabajar para conseguir lo que quieres”, argumenta Jutglà. Hizo de la frustración compañera: fichó por el Espanyol, pero tres años después le enviaron a casa. Tenía 16 años.
“He pasado cosas jodidas, pero esta es de las peores. Tenía 16 años y aquello me destrozó. Recuerdo llorar, sentir injusticia, envidia, no saber qué hacer, sentirme inferior y malo”, dice. Su primer año de juvenil fue en el Vic Riuprimer: entrenaba dos días por semana. El segundo fue en el Bellvitge (División de Honor). Iba de Sant Julià de Vilatorta a Vic en una moto de 49 cc y de Vic a L’Hospitalet en tren. Cuando terminó la liga regresó a Sant Julià para disputar unos partidos con el club del pueblo: de central en el juvenil y de extremo en el primer equipo, en Tercera Catalana. “En ese momento ni pensaba en ser profesional”, dice. Fue en 2017. No hace ni siete años.
En verano fichó por el Sant Andreu y en enero de 2018 por el Valencia, aún juvenil: “Me ficharon para un año y medio. Al medio año me dijeron que no servía: fue una hostia muy fuerte también. Volver a empezar otra vez. Pero aquel medio año me hizo abrir la mente. Allí estaba solo. Solo conmigo mismo. No tenía amigos. No tenía nadie. Ahí empecé a madurar”. En el año 2018-2019 volvió a jugar con el Sant Andreu. Cobraba 700 euros al mes. Se consumían en gasolina. “Necesitaba algo más”. Y se apuntó a un curso para ser socorrista. Por las mañanas hacía el curso en la piscina de Manlleu y por las tardes bajaba a Barcelona, a entrenar. Su Seat Ibiza gris vivía en la C-17. Comía un ‘tupper’ en el área de servicio de Malla, en el asiento del conductor. En 2019 trabajó de socorrista, en tres piscinas diferentes de Osona. No hace ni cinco años.
Fue justo antes de jugar en el Espanyol B (2019-2021). En 2021 llegó al Barça: comenzó con el filial, actuando incluso de lateral, y debutó con el primer equipo el 12 de diciembre. Hizo dos goles en nueve partidos, entre diciembre y enero de 2022. Hace justo dos años. “Buf, pues yo lo vivo como si hubiera pasado mucho más. Quizás cinco años. Cuando estás aquí, en el fútbol profesional, el tiempo pasa tan rápido que solo vives el día a día, pero a veces pienso en esos días y siento nostalgia y felicidad y sonrío. Son buenos recuerdos”, destaca el delantero. Con las llegadas de Pierre-Emerick Aubameyang, Ferran Torres y Adama Traoré se agotaron las oportunidades.
“Yo he aguantado que mucha gente se riera de mí, que mucha gente no creyera en mí, que mucha gente me insultara”
Suspira. Sigue: “Fueron de los días más felices de mi vida, de los mejores. Por lo que significó conseguir aquello y porque yo he aguantado que mucha gente se riera de mí, que mucha gente no creyera en mí, que mucha gente me insultara o superara ciertos límites solo porque a veces las cosas no salían. En Osona hay gente muy mala. No les daba protagonismo porque no lo merecían, pero fue un ‘que os jodan'”. “En el Barça viví el mejor sueño de mi vida y experiencias que nunca hubiera podido imaginar. Allí fue donde empezó todo y aquí es donde continúa”, acentúa Jutglà cerrando el capítulo azulgrana. Aquí es Bélgica.
El Brujas apostó muy fuerte por él y pagó cinco millones en verano de 2022. Le dio el ‘9’, la posibilidad de jugar la Liga de Campeones y un contrato de cuatro años, a razón de 1,5 millones por temporada. Hace cuatro años cobraba 27.000 euros en el Espanyol. Este curso apenas lleva tres goles: sus números han bajado respecto al anterior (15), pero reivindica que no teme al olvido. “Simplemente pienso en mi camino”, afirma. Es feliz en Bélgica, aunque el sol se escape tan pronto y el día dure menos.
Subraya que puede vivir del fútbol, lo que siempre había querido: “Me ha costado un montón, he sudado un montón y ha habido momentos de mucho sufrimiento, pero estar aquí me llena de orgullo. Quizás no estaba invitado a la fiesta de ser futbolista profesional, pero me he colado en la fiesta y aquí me quedo. De aquí no me echarán“.