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La bofetada que cambió al Bayern

En 1963 el presidente del Bayern de Múnich, Wilhelm Neudecker, le ofreció el puesto de entrenador a Zlatko Cajkovski, un croata que venía de hacer un prometedor trabajo con el Colonia y que en su etapa como futbolista había logrado dos medallas olímpicas de plata con la selección yugoslava . Dando una vuelta para conocer las instalaciones del conjunto bávaro, el técnico reparó durante un buen rato en el entrenamiento del equipo juvenil. El dirigente, no sin cierto orgullo, le advirtió: “Esa generación es nuestro futuro. El Bayern será lo que esos muchachos quieran. El portero se llama Maier. Ese alto de ahí delante es Schwarzenbeck. El fornido se llama Franz Roth. Ese que pasa cerca de él es un muchacho tímido, un buen delantero que se llama Müller aal que también quiere el Múnich. Y a su lado está Beckenbauer… creo que se apellida así”.

Hasta ese momento la historia del Bayern era la de un equipo discreto con una sala de trofeos raquítica en la que solo descansaba un gran título: la Copa de Alemania de 1957. Nada más. A la Bundesliga, que tenía pocos años, aún no habían sido capaces de llegar. Estaba a años luz del pedigrí de clubes como el Kaiserslautern, que había sido esencial en la construcción de la gran selección alemana de los años cincuenta de la mano de los hermanos Walter. Ese detalle impresiona recordarlo ahora que acumulan cinco entorchados en el Viejo Continente y se han convertido en uno de los grandes trasatlánticos del fútbol europeo. Pero todo cambió cuando Cajkovski -un optimista vital que en su contrato con el Bayern incluyó una prima millonaria por ganar la Copa de Europa algo que parecía delirante teniendo en cuenta que el equipo aún estaba fuera de la máxima categoría- comenzó a darle la alternativa al grupo de futbolistas que había visto por primera vez entrenar mientras daba un paseo con el presidente del club. Y sobre todo cuando el asombroso Beckenbauer puso el pie en el vestuario del primer equipo. Lo hizo en 1964, a tiempo de lograr en ascenso a la máxima categoría al fin, y dos años después el cuadro muniqués comenzó a cosechar triunfos hasta convertirse en uno de los gigantes de Europa.

Zlatko Cajkovski, un técnico croata, fue quien le dio la alternativa

Pero posiblemente la historia del Bayern no habría sido la misma si lo sucedido en un inocente torneo infantil disputado solo unos años antes no hubiese cambiado los planes que el joven Beckenbauer tenía en su cabeza. En su casa el fútbol nunca había generado excesivas simpatías. Su padre, un funcionario de Correos, renegaba de la pasión que su hijo sentía por la pelota, pero no podía prohibirle nada porque era un muchacho ejemplar que cumplía puntualmente con sus obligaciones y que tenía unos modales impecables. A los ocho años Beckenbauer ingresó en las filas de un modesto equipo de barrio, el SC Munich 06. Para un chico criado en el barrio obrero de Giesing era una excelente solución que sus padres aceptaron con buena cara. Entrenaba, estudiaba y vivía en apenas unos cientos de metros con lo que el pequeño Franz se organizaba para cumplir con todas las obligaciones sin necesidad de alterar la vida familiar. Pero su evolución le pedía mucho más que un simple equipo aficionado que sufría para encontrar dinero con el que pagar las equipaciones de los chavales. En los albores de su carrera deportiva Franz Beckenbauer era un delantero que ejercía una tremenda influencia en todo el campo. Aparecía por todas partes, en cualquier esquina del terreno de juego. En sus comienzos era un chico flacucho y con un aspecto débil que no se correspondía con su despliegue en el campo. No era de extrañar que pronto comenzasen a interesarse por él otros equipos y que en sus partidos comenzasen a aflorar los curiosos que querían ver de cerca al muchacho del que todo el mundo alababa la elegancia con la que se movía por el terreno de juego.

A comienzos de 1959 los responsables del SC Munich 06 reunieron a los niños y a sus padres para comunicarles una mala noticia. Les resultaba imposible encontrar financiación y habían tomado la decisión de disolver el equipo con todo el dolor del corazón para un conjunto que no dejaba de ser el punto de unión de muchos críos del barrio. Había un objetivo deportivo, pero por encima de todo social alrededor de aquella institución modesta.

Cuando se produjo esa crisis en el SC Munich 06 Beckenbauer ya era un prometedor jugador de catorce años por el que se había disparado la curiosidad de la mayoría de equipos de la zona. Pero Franz también parecía tener claro su orden de preferencias. Él quería jugar por encima de todas las cosas en el Munich 1860 del que era fiel seguidor. No sentía la mínima simpatía por el Bayern, otra de las alternativas que se le presentaban en aquel momento. Franz y sus padres hablaron con los técnicos del Munich 1860 y en ese momento fue cuando ofreció una de las evidentes pruebas de su carácter y personalidad pese a ser un simple adolescente. Beckenbauer lideró la petición de que su nuevo club se llevase a buena parte de los muchachos que jugaban a su lado en el equipo del barrio desde que apenas levantaban dos palmos del suelo. Los responsables del Munich 1860 dudaron en un primer instante pero acabaron aceptando las condiciones y Beckenbauer se preparó para vivir sus últimos meses antes de dar el salto para jugar con su camiseta favorita.

A final de temporada se disputaba cerca de Neubiberg un torneo entre algunos de los equipos de la zona que era algo así como la despedida de un etapa en su vida para Franz. En la final de la categoría sub 14 se medían el SC Munich 06 y el Munich 1860. Éstos tenían curiosidad por ver la respuesta de Beckenbauer en determinadas situaciones. Se llevaban a buena parte del equipo, pero era evidente que su máximo interés estaba puesto en el delantero espigado que aparecían por cualquier esquina del campo. El partido fue tenso, demasiado para un duelo entre chavales de esa edad y a esas alturas de la temporada. El medio centro contrario, alertado por su entrenador, se ensañó especialmente con Beckenbauer que entró de forma decidida en la guerra que le planteaban. Tras uno de los muchos choques que se produjeron en el partido el rival se levantó del suelo y abofeteó a Franz al tiempo que le llamaba “niñato”. Aquello, que no debería de ser más que una simple anécdota, le afectó en lo más profundo. Solucionó el partido con un golazo que dio a su equipo el torneo, pero los efectos de aquella pelea fueron mucho más allá. Beckenbauer tenía de alguna manera idealizado al Munich 1860 y no entendía que alguien con su camiseta pudiese tener un comportamiento tan indigno. No se anduvo por las ramas. Llegó a su casa y le dijo a sus padres que no jugaría para ellos, decisión que comunicaron de inmediato al club. Unas semanas después el Bayern de Múnich, que se acercó de un modo mucho más discreto a él, conseguía ficharle para su equipo juvenil tras una conversación fugaz. Beckenbauer no pensaba moverse de Múnich y el Bayern era la otra alternativa que le ofrecía la ciudad. Unos años después Cajkovski se lo cruzaría en los campos de entrenamiento y la historia del Bayern cambiaría para siempre.



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