La hermosa y definitiva novela de Maggie O’Farrell que recrea el Renacimiento; los cuentos completos de Salter; la obra de ficción histórica de Scurati; Geoff Dyer, en un retrato lúcido sobre el ocaso de las vidas, y un reportaje íntimo de Arcadi Espada sobre la juventud de la democracia española
Luis María Alonso
En “El retrato de casada”, Maggie O’Farrell (Coleraine, 1972) narra la breve y desdichada vida de Lucrezia de’ Medici, desde su nacimiento en Florencia y su educación en la corte de su padre, hasta el matrimonio forzado con el pudiente Alfonso, una unión que en principio parece ofrecer libertad y que poco a poco se revela como una trampa siniestra y espantosa. Es precisamente el retrato de matrimonio que el duque de Ferrara encarga para su novia el que pone de manifiesto el deseo de controlar no solo lo que ella hace, sino también quién es. Elige su vestido, sus joyas y accesorios, sus poses. El duque solo ve en él lo que quiere: la transformación de la mujer que piensa y siente en un símbolo más de su poder, otro hermoso objeto para la colección. Al mostrarse maravillado por el trabajo, Lucrezia se da cuenta de que la pintura asumirá el que tendría que ser su papel en la vida del esposo. El amor que recorría las páginas hipnóticas de “Hamnet”, su anterior ficción histórica, es en la última novela de O’Farrell amenaza constante, acecho que no ceja. Es la vida suspendida de un hilo. Ingeniosa, inventiva e irónica, incluso veraz, todo fluye en medio de un suspense lujosamente imaginado.
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El estilo de James Salter es elíptico, los detalles y las observaciones se agolpan oblicua y melodiosamente y ponen al lector sobre alerta de un vuelco en cada párrafo: un giro inesperado, un gesto, una declaración o un desenlace sorpresa. Su sintaxis elegante, esculpida con los mejores materiales, huye del coloquialismo vulgar. “Cuentos completos”, el volumen que reúne su obra de ficción en miniatura, es una gran oportunidad para acercarse a un autor deslumbrante.
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Geoff Dyer (Gloucestershire, 1958) ha publicado casi una veintena libros, de ficción y no ficción, que abarcan una amplia variedad de asuntos. “Los últimos días de Roger Federer” es su contribución crepuscular: la del escritor que se enfrenta al ocaso de su vida, consciente de que la condición para seguir creando es la incapacidad para admitir el deterioro. Entre los escritores, pintores, compositores y deportistas de esta estupenda obra figuran Jean Rhys y otros que no fueron descubiertos hasta el final de sus carreras; aquellos como Beethoven, cuyas últimas creaciones figuran entre las más profundas; y los que como D. H. Lawrence y Nietzsche, cuyas etapas finales se vieron truncadas por la muerte o la locura. Están los que, como Jack Kerouac, brillan en sus inicios y luego desaparecen; aquellos como Duke Ellington, que parecen desaparecer y regresar; y los que, el caso de Federer, se muestran decididos a no desaparecer e intentan volver repetidamente. Dyer se acuerda, además, de Eve Babitz o de la seductora Annie Dillard, a las que descubre tarde.
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“M. Los últimos días de Europa”, tercer volumen de la monumental obra de Antonio Scurati (Nápoles, 1969), está dedicado al período 1938-1940, cuando el mundo se preparaba para la guerra y Mussolini unía la suerte de Italia a la de la Alemania de Hitler. Es la crónica de lo que el propio autor describe como un momento histórico trágico en el que un tirano decide, en solitario, el destino de millones de personas. Scurati utiliza la técnica de reconstruir los acontecimientos en forma ficticia, atribuyendo a los protagonistas y a los actores secundarios diálogos inventados pero plausibles, basados en los periódicos de la época, el archivo y las cartas y diarios de personajes como el Duce. Siempre cuando los lectores la consideren una novela sobre la historia y no un libro de historia, el relato se vuelve legible, por momentos apasionante e induce, además, a una necesaria reflexión acerca del pasado que no deja de llamar a la puerta.
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Reportaje íntimo escrito en segunda persona, así es como el propio periodista Arcadi Espada define “Vida de Arcadio”, la suma de su iniciación a la vida: sus cuatrocientos golpes, con la democracia juvenil española de fondo. Se trata de uno de los libros que más me han entretenido en 2023, este en el que Arcadio va haciendo su vida al mismo tiempo que se hace con ella.
Cosecha de novedades y clásicos redivivos
Además de nuevas obras y debutantes, 2023 nos deparó también la recuperación de textos imprescindibles, como el “Watt” de Beckett
M. S. Suárez Lafuente
El que acaba fue un año rico para la literatura. Abundante en nuevas obras y debutantes, y pródigo en la recuperación de textos clásicos, así como notable en el número de traducciones de obras inéditas en España o simultáneas a su aparición en la lengua de origen.
Samuel Beckett sigue siendo un polo de atracción en la literatura. Amigo y admirador de James Joyce, vivió con desgarro la difícil vida cultural de Irlanda y las guerras europeas, circunstancias que impregnan su obra convertidas en la dificultad de la comunicación interpersonal, la vaguedad de las palabras y la imposibilidad de conocer a quienes nos rodean. “Watt”, su segunda novela, publicada en 1953, ha sido traducida por José Francisco Fernández, especialista en el dramaturgo irlandés, con una introducción que ayuda a penetrar en las dificultades del lenguaje de Beckett y en los entresijos del cerebro de Watt, el protagonista. No hay una trama en Watt, sino un mundo interior que no obedece a leyes lógicas, el narrador desconoce mucho y olvida mucho más y, así, abre temas, menciona personajes y nos obliga a pensar, repensar y enzarzarnos en nuestras propias incertidumbres.
Un caso diferente es la novela “Orlanda”, publicada en 1999, de la autora belga Jacqueline Harpman (1929-2012), que recoge el testigo del “Orlando” que Virginia Woolf escribió en 1928 para Vita Sackville-West. Woolf rompe los esquemas temporales y Orlando se pasea con naturalidad a través de varios siglos y admite sin sorprenderse que se acuesta hombre y despierta mujer. Animada por la lectura de la novela de Woolf, Aline, la Orlanda de Harpman, crea para su uso personal un alter-ego más atractivo, más audaz y mucho más divertido que ella, y se lanza a un viaje hacia lo desconocido, atraída por su propio yo masculino, y sin más cortapisas que las que le pueda poner su propia imaginación. La autora fue psicoanalista antes de dedicarse por entero a la literatura y su conocimiento de la mente humana se transfiere a la nueva personalidad que adquiere Aline.
En octubre se estrenó “La contadora de películas”, dirigida por Lone Scherfig, un film basado en la novela homónima del autor chileno Hernán Rivera Letelier. No voy a compararlos, sólo quiero decir que ver la película no excluye el placer de leer la novela. Como el propio título indica, trata de una niña que va al cine y luego cuenta la película en el salón de su casa, ante la imposibilidad de pagar entradas para todos. La novela está magistralmente construida y narrada, con el número adecuado de palabras y con la frescura que puede tener una narradora precoz en uno de los campamentos salitreros del norte de Chile. Cuando pasa el tiempo, los miembros de la familia se dispersan buscando su vida y la contadora de películas pierde su función, pero la novela aún nos guarda una última y sobrecogedora sorpresa.
Por si les pasó desapercibida, quiero incidir en otra gran novela breve, ésta de la autora argentina Mariana Travacio. El título, “Quebrada”, se refiere al nombre que se da a un paso estrecho entre montañas y, además de la riqueza plástica con que Travacio describe ese paisaje, la palabra nos vale también como metáfora de la vida de los tres personajes principales; vidas que, a pesar de su parentesco, padre, madre e hijo, transcurren aisladas, como divididas por un valle infranqueable. Cada personaje lleva a cabo un viaje épico y sobrio para superar el abismo, su única brújula es bajar de la montaña hasta encontrar el arroyo, seguir el arroyo hasta que éste muera en el río y seguir luego el río para poder contemplar el mar.
No se puede concluir 2023 sin recordar a la poeta y ensayista Louise Glück, que publicó una interesantísima novela, “Marigold y Rose”, en la primavera de este año, y cuya muerte el pasado octubre pasó desapercibida a pesar del Nobel de Literatura que le fue concedido en 2020. La Editorial Visor publicó hace unos meses sus “Ensayos completos”, que pueden consolarnos de su ausencia.
Reunidas y completas
De regresos y desapariciones y de libros compilatorios: poesía de 2023
Luis Muñiz
En lo que a poesía se refiere, el año que ya termina ha sido pródigo en ediciones de libros compilatorios, amén de señalar el regreso de poetas ausentes del ejercicio durante años y –todo lo contrario– el final de exitosas y bien difundidas trayectorias poéticas. El primero es el caso de Carlos Marzal, quien, con las 250 páginas de “Euforia” (Tusquets), vuelve a publicar tras casi tres lustros de silencio (de ahí, seguramente, la extensión); el segundo, el de José Luis Rey, que dice haber echado el cierre a su poesía con “El dorado” (Visor) recién cumplidos los 50 años.
Miguel Casado y Andrés Sánchez Robayna, Pedro Provencio y Francisco Ferrer Lerín. Los cuatro han publicado durante el año su poesía reunida o completa. Cuatro poetas notables, dueños de voces singulares, distinguibles a la primera, tan dispares en sus propuestas como coincidentes en su deseo (¿necesidad?) de evadirse o hacerse expulsar de la zona de confort poética (que la hay). Provencio, un autor esencial pero casi secreto, publica en Dilema “Obrador”. Más una antología de libros que una poesía completa, el volumen tiene la virtud de reunir poemarios que forman “una muestra coherente y, hasta cierto punto, autónoma” de su trabajo, entre ellos el palpitante e inquisitivo “Onda expansiva” (2012), de lectura obligada en un curso, siquiera superficial, sobre la poesía española más reciente.
“Deseo de realidad”” (Tusquets) es el título que le ha puesto Miguel Casado a su poesía reunida. Quizá no le cabía otra opción: así se titulaba ya un conjunto de “tres notas de poética” que en 2006 le publicó la Universidad de Oviedo, y, además, quien se haya asomado alguna vez a uno de sus libros, sean de versos o de crítica, sabrá que ese deseo es una pulsión que nunca ceja en el poeta vallisoletano. Pero seamos claros: Casado no anhela la realidad que sale en los telediarios (realismo), sino, justamente, la que no sale; y es esa ausencia la que induce el deseo ferviente de atrapar, en escritura poética, lo que el lenguaje, usado meramente como herramienta de producción comunicativa, de discurso –luego de perpetuación del poder–, nos hurta todos los días, por más que se lo disfrace de verismo urbano, cansino ennui o desesperanza horaciana. “Deseo de realidad” permite leer de nuevo poemarios que eran inencontrables (todos a excepción del último, “El sentimiento de la vista”, de 2015) y reencontrarse, ocho años después, con un escritor cuya faceta poética puede haberse visto opacada a menudo por su valiosa, y más divulgada, indagación crítica. (Entiéndase: la obra de los poetas de larga trayectoria, sin reediciones o compilaciones, tiende a la desaparición.)
En lo tocante a poesía extranjera, elijo estos tres nombres de entre el sinfín de novedades: T. S. Eliot, Charles Reznikoff, Bertolt Brecht; y lo hago atendiendo no solo al peso del nombre, sino también al fuste del volumen, pues una edición de todo el teatro eliotiano no constaba hasta ahora en los registros de las librerías españolas; la poesía de Reznikoff, nombre principal de la segunda generación modernista estadounidense, era desconocida entre nosotros (aunque no en Chile y Argentina); y por lo que atañe al gran dramaturgo alemán, poeta de raíz desde sus mismos comienzos, nunca hasta ahora habíamos dispuesto de una presentación tan abundante de su copiosa cosecha en verso. La antología “No pudimos ser amables” (Galaxia Gutenberg) nos la proporciona, y permite calar bien hondo en la poesía de un precursor del realismo en todas sus vertientes contemporáneas: social, crítico, sucio, poesía civil… ; de uno de los tres “maestros del drama” del siglo pasado según Steiner, que solo lo parangonaba con Claudel y Montherlant.
El gran crítico no tenía en la misma estima el teatro de Eliot, sin duda la parte más endeble de su producción. Eliot no es Lorca: su escritura para la escena no está a la altura de su poesía, y más cuando el dramaturgo deviene comediógrafo; una especie de Noël Coward adobado con cierta inquisición religiosa. Y luego está el problema del verso, de por qué decidió escribir su teatro en verso. Leyendo de corrido las seis obras aquí reunidas, uno se queda con la impresión de que hay poesía en aquellas donde falla la mecánica teatral (“Asesinato en la catedral”, “Reunión familiar”) y de que, donde la carpintería de la comedia funciona (“El secretario particular”, “Un político venerable”), el verso es inane; lo que quiere decir que el poeta nunca consiguió aquilatar ambos órdenes, el dramático y el musical, salvo quizá en “El cóctel”, su pieza más acabada, estrenada en Madrid en 1952, solo tres años después de sus primeras representaciones en Edimburgo.