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10 años sin Germán Coppini, la voz que puso lírica a los malos tiempos


Se fue un 24 de diciembre. Cualquier fecha habría resultado igualmente caprichosa porque marcaba en el calendario la fatalidad para un cantante con alma de poeta, el punto final y despedida prematura de un artista honesto que le cantaba a la autenticidad, a veces desde las sombras. “Eras literatura cantada”, dijeron de él en la revista Lumière Noir Musique. El título de esa publicación parecía hecho a medida de Germán Coppini (Santander, 1961-Madrid 2013), como una especie de etiqueta de esas que nos resulta tan imprescindible a veces para clasificar a los músicos. Sigue sin ser tarea sencilla a estas alturas, aun diez años después de su desaparición, la de clasificar a este músico de voz inquieta, soñadora y reivindicativa que proyectaba en ocasiones un poso amargo, revestido de resignación y crítica, pero que en otras se convertía en un potente faro del lirismo, de poesía musicada con letras oscuras, como si cantara con el alma a escondidas.

Coppini transitó desde el gamberrismo juvenil de Siniestro Total hacia una libertad creativa condenada a un ostracismo excesivo por el imperativo del mercado. En aquel grupo vigués paladeó el punk rock irreverente, con letras destartaladas y desvergonzadas que instaban a “matar hippies en las Cíes”, nos recordaban que “los esqueletos no tienen pilila”, o le dedicaban lo mismo una oda musical a la Nocilla (qué merendilla) que al Ayatollah en aquel disco (Cuándo se come aquí, 1982) que impactó en muchos jóvenes y adolescentes españoles.

Germán compaginaba esa participación en Siniestro con otro proyecto que respondía al nombre de Golpes Bajos. Lo hizo hasta que se hartó de la irracionalidad de parte del público punk de la época durante los conciertos. En una de esas actuaciones en vivo llegaron a herirle en una pierna de un botellazo. Acabó en el hospital. Y dejó Siniestro, también en parte porque él pensaba en otro tipo de canciones, en otras latitudes creativas. Entonces puso todos los sentidos y los sentimientos en ese otro grupo donde se unía a Teo Cardalda para cantar que eran Malos tiempos para la lírica (¡Como si alguna vez hubiesen sido buenos!). Su voz comenzó a sonar como en medio de una neblina musical, con letras más sombrías, y allí pudo plasmar todo su talento y genio creativo.

El éxito de Golpes Bajos resultó fulgurante. Era otro grupo vigués, descendiente de la Movida, gato de la historia musical española al que no resulta fácil poner el cascabel por falta de consenso. Fuere lo que fuere aquel surtidor de grupos, precisamente de Coppini alguien dijo que él era el “alma” de esa Movida.

En la breve pero exitosa discografía de Golpes Bajos, editada por la discográfica Nuevos Medios, fluyeron todas esas inquietudes y aspectos de la personalidad del cantante santanderino atenazadas hasta entonces. Y ahora sí, libre para llevar su voz hacia las escenas y parcelas pretendidas, Germán exteriorizaba inevitablemente su timidez, que se bamboleaba en No mires a los ojos de la gente. “Me dan miedo. Siempre mienten”, cantaba. O describía una escena familiar costumbrista en Cena recalentada, donde el intimismo quedaba como alumbrado, sometido a la exposición ante miradas ajenas. Se pasó por la Fiesta de los maniquíes y le contó al mundo que coleccionaba moscas sin que eso supusiera haber caído en la locura.

Desde 1983 a 1985 Golpes Bajos saboreó las mieles del éxito, pero la aventura desembocó en una ruptura abrupta. Como casi siempre pasa en los grupos. Uno quiere ir por aquí, el otro por allá. Y en esas bifurcaciones están las sendas, aspiraciones y propósitos musicales irreconciliables que cada uno quiere.

Tras una parada de unos meses retornó al estudio para grabar con Nacho Cano el maxi-sencillo Edición Limitada (Ariola, 1986), que incluía Dame un chupito de amor, una delicatesen musical donde Germán parecía volver a sonreír.

Emprendió entonces una carrera en solitario repleta de altibajos y ese tránsito estuvo repleto de asperezas y sinsabores. No gozó de focos mediáticos. Tampoco los buscaba. En una entrevista en el blog El Giradiscos diría: “Aquella época ser solista no era nada cómodo. Tengo a gala decir que soy el primer solista que venía de grupos noveles, cuando en aquella época todos solían ser horteras y romanticones. Después llegaron todos los demás Urrutias y Bunburys. Incluso las compañías por esa época no sabían muy bien qué hacer conmigo (…) Llegué a acabar hasta los huevos de la música”.

Su discografía en solitario incluye, entre otros, El ladrón de Bagdad (Hispavox, 1987), Flechas Negras (Hispavox, 1989) o Las canciones del limbo (La Ecléctica Madrileña, Nuevos Medios, 2006). El último de sus discos, América herida (Lemuria Music, 2013), publicado tan solo unos meses antes de su muerte, fue un recorrido por las venas abiertas -que diría Eduardo Galeano- de América Latina, con 17 canciones que transitaban por Cuba, Nicaragua, México, Chile o Uruguay, sometidas al mestizaje del rock con las raíces populares y ya denotando en su interpretación una madurez que bebía de la conciencia de hombre comprometido y reivindicativo. Coppini cantaba esas canciones firmadas por Víctor Jara, Carlos Mejía Godoy, Atahualpa Yupanqui o Mario Benedetti con la pasión y la contundencia de sentir esas heridas como propias. No en vano, él fue un hombre militante (miembro del PCE marxista-leninista), defensor de la República y candidato, incluso, al Congreso de los Diputados en las listas de Federación de Republicanos.

Su mirada musical fue una constante búsqueda de nuevos territorios y nunca ocultó que él siempre renegó de la nostalgia. “¡Germán fue quizá el cantante más ecléctico que ha habido en España!”, dijo Julián Hernández, líder de aquel Siniestro Total con el que no llegó a congeniar musicalmente. “Nunca pretendió ser una estrellona y, al mismo tiempo, lo era”, apostillaba en 2013, al conocer el fallecimiento del que había sido vocalista de su banda.

Coppini, quizá, a lo que aspirara, como él mismo cantaba en su primer trabajo como solista, era a “ser superhombre, ser un lobo de mar, luego quise ser comanche y por ti guerrear, pero de todos mi preferido, el papel que me va, propio de un hombre enamorado, es el ladrón de Bagdad”. Lo que tenía claro era que él no quería parecer un “músico caducado”. Y ese fue su gran logro, porque hoy, una década después de que un fulminante cáncer de hígado se llevase “el alma de la Movida” a otra parte, su música y su voz, aunque sigan siendo, como de costumbre, malos tiempos para la lírica, siguen vigentes.  



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