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‘Sleepy Hollow’ en tinta de calamar y café: el lado oscuro de Antonio Lorente

Hablar hoy de Sleepy Hollow es ver a Johnny Depp corriendo ante el jinete sin cabeza en la película de Tim Burton de 1999. El cineasta se inspiró en el relato del estadounidense Washington Irving (1783-1859), pero en realidad la suya fue una interpretación muy distinta de la del clásico de la literatura fantástica y de terror, de la que básicamente mantuvo la ambientación siniestra y tenebrosa. Por ello, y pese a ser fan del gótico universo burtoniano, Antonio Lorente (Almería, 1987) acudió a la fuente original para crear su obra “más oscura, experimental y adulta” hasta la fecha, reconoce, una fiel, espectacular y cuidada versión ilustrada de ‘La leyenda de Sleepy Hollow’ (Edelvives), que lanza tras adaptar clásicos mucho más luminosos como ‘Peter Pan’, ‘Tom Sawyer’, ‘Ana, la de Tejas Verdes’ o ‘Mujercitas. Vol. 1 y 2’. 

Lo esperable de Lorente, que a menudo traslada a los personajes los rostros de actores y actrices o de gente que conoce, siempre con su reconocible estilo de grandes cabezas y ojos acuosos, sería que el protagonista, Ichabod Crane, tuviera la cara de Johnny Depp. Pero el lector se encuentra con un doble de Adrien Brody, porque leer su detallada descripción en el original (donde es un humilde profesor, nada del investigador de escabrosas muertes de Tim Burton), es clavada a él.  

Ichabod Crane llega al remoto pueblo de Sleepy Hollow (Hondonada somnolienta), rico en leyendas sobrenaturales. Allí aspira a casarse con Katrina Van Tassel, hija de un rico granjero, provocando los celos del rudo mozo ‘Brom Bones’ Van Brunt, mientras un misterioso jinete sin cabeza recorre el bosque a lomos de un fantasmal caballo.  

“Más que un relato de terror, juega con la psicología. Trata del miedo, refleja cómo este se apodera de las personas y condiciona la vida de una comunidad, de cómo uno mismo puede autosugestionarse. Porque el miedo es irracional -asegura Lorente-. Como deja claro el relato, no se sabe dónde acaba la realidad y empieza la ficción”. “Es una historia -añade- con muchas lecturas. Habla también de soñar con el ascenso social. Hay una crítica a toda una sociedad y una manera de pensar. A cómo la gente del pueblo cree que el que llega de fuera va a quitarles a las mujeres. Es el miedo a lo desconocido“.

Para el ilustrador, el personaje de Ichabod “tiene un punto vividor y fanfarrón. Es algo feo y mujeriego, con el carisma de un encantador de serpientes, es inteligente y sabe manipular, pero es buena persona. Y se enamora de Katrina porque es guapa, pero también porque es rica…”.  

Evoluciona la ilustración de Lorente desde una paleta de color que empieza, literalmente, con “el café, y acaba con la oscuridad absoluta de la tinta de calamar, mostrando cómo el miedo va creciendo”, explica quien se ha permitido experimentar y mezclar texturas y técnicas usando desde el grafito, el carboncillo, el óleo, el ‘gouache’ y la acuarela hasta el digital. No hay página sin ilustración. Su preferida, una potente doble con un impresionante jinete sin cabeza (la que encabeza este artículo). “Va apareciendo como el miedo, producto de la imaginación de las personas, formándose desde las hojas, las ramas y las raíces de los árboles. Él mismo es casi un árbol cortado”. 

Con una cubierta muy sensorial, arenosa, y prólogo de Máximo Huerta, el libro, apunta Lorente, “se imprimió la noche de Halloween”. Ahora, confiesa, sigue atraído por el lado oscuro, trabajando en otro proyecto de línea gótica. Un guiño final: en la última página, entre un grupo de lugareños, uno mira directo al espectador. Ahí hallarán a Washington Irving. 



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