Existe el tópico de que (casi) todas las películas navideñas tienen la misma fórmula, y que solo hay que seguirla para hacer una, como mínimo, eficaz. Sin embargo, hay al menos dos razones que tumban ese argumento. Una es que pasa el tiempo y las listas de clásicos navideños no son muy distintas de las de, pongamos, hace diez años… por mucho que Hallmark y Netflix pinten de rojo y verde sus catálogos. La otra es la prevalencia como clásicos navideños imbatibles de dos películas que cumplen 20 años: ‘Love Actually’ y ‘Elf’. Esta última se estrenó en España un 12 de diciembre de ya hace dos décadas.
¿Es posible juntar dos películas tan distintas por más motivos que ese 20 cumpleaños compartido? Claro. A simple vista se parecen como un huevo a una castaña. ‘Love Actually’, debut del entonces guionista Richard Curtis (había escrito ‘Notting Hill’ y ‘El diario de Bridget Jones’), sigue el patrón de las películas de vidas cruzadas para contar varias histo-rias de amor y desamor en Londres en Navidad. En la otra, Jon Favreau, que entonces era más conocido como actor, explicaba la historia de un elfo gigante que se perdía en Nueva York durante las fiestas.
Una es una comedia romántica con un reparto abrumador: Hugh Grant, Emma Thompson, Keira Knightley, Colin Firth… Es tal el número de estrellas que resulta obsceno. La otra es una comedia familiar inspirada en el universo visual de la productora de ‘stop-motion’ Rankin/Bass, especialmente en ‘Rudolph the Red-Nosed Reindeer’ (1964), con el cómico Will Ferrell en la piel del elfo titular y única e inclasificable aún a día de hoy. Y, sin embargo, están unidas por un montón de cosas. La primera, que son películas que huyen del cinismo y la ironía, algo que las hace muy exóticas a ojos del presente.
Clásico navideño intemporal
Tanto Curtis como Favreau parecían tener clarísimo que querían hacer películas navide-ñas puras, sin infravalorar o pervertir el subgénero. En el capítulo sobre ‘Elf’ de la serie ‘The Movies That Made Us’ (2019-) se cuenta que uno de los objetivos que se propuso Favreau cuando aceptó dirigir la película, escrita por un guionista novato y desconocido, fue “hacer un clásico navideño intemporal”. El corazón de ambas películas son el afecto, las personas y, aunque suene cursi (en estas fechas no está tan mal visto serlo), la magia. Es decir, sin entrar en comparativos, los ingredientes de clásicos como ‘¡Qué bello es vivir!’ (1946), ‘Miracle on 34th Street’ (1947), ‘Gremlins’ (1984) o ‘Solo en casa’ (1990).
Es cierto que en algunos aspectos ‘Love Actually’ no ha envejecido bien. Con motivo del 20 aniversario, para el que el canal estadounidense ABC reunió a su equipo en el especial ‘The Laughter & Secrets of Love Actually: 20 Years Later’, han sido muchas las voces que han puesto el foco en las cosas más cuestionables de la película. Se habla y escribe (no sin razón) sobre su misoginia, su gordofobia o una representación social poco diversa (en todos los sentidos). En ese documental de ABC y en una conversación con su hija en el festival literario de Cheltenham, Curtis aseguraba estar arrepentido de muchas decisiones que había tomado en sus primeras películas sobre la representación femenina y de la diversidad: “Esa falta de diver-sidad me hace sentir incómodo y un poco estúpido. Hay cosas que cambiaría, pero gracias a Dios la sociedad está cambiando, por eso mi película está predestinada, en algunas co-sas, a parecer obsoleta”.
Energía contagiosa
‘Love Actually’ está obsoleta en algunos sentidos, tanto como miles de películas de su época y de tantas otras épocas. Eso no la redime. Pero tampoco hay que cebarse más con ella que con otras por el hecho de ser muy popular. Hay que ser conscientes de sus errores, por supuesto, pero también poner en valor lo que la hace imbatible como clásico navideño. Además de esa huida del cinismo, se imponen una energía contagiosa, el carisma de los actores, varias escenas tremendamente icónicas (del baile de Hugh Grant al momento de Emma Thompson con la canción de Joni Mitchell de fondo) y el placer de los guiones y las interpretaciones a los que no les preocupa ni ser cursis, ni ser ridículos, ni preocuparse en exceso por el verosímil.
Todo eso también está en ‘Elf’. Si realmente existe el espíritu navideño, debe parecerse muchísimo a lo que transmiten ‘Love Actually’ y la película de Favreau, sobre todo la escena de los trineos en Central Park de la última, con los neoyorquinos cantando ‘Santa Claus Is Coming to Town’. ‘Elf’ no solo ha envejecido bien, sino que cada vez se dispara más su fama de clásico, sobre todo en Estados Unidos. Nacida del entusiasmo de un grupo de novatos (o casi), rodada con menos dinero del necesario y con imágenes apasionantes de cómo se hizo (Favreau apostó locamente por la artesanía en su creación del mundo de los elfos), ‘Elf’ es la película navideña perfecta. Es original, es graciosa, es tierna, está llena de escenas y gags divertidísimos, es muy bonita visualmente (los colores, el vestuario, la decoración de los grandes almacenes) y tiene una de las mejores interpretaciones de Will Ferrell. Los clásicos navideños existen y persisten.