De día se pasa las horas desmontando techos de pladur, placas de hierro, cables inservibles y amontonando escombros de las obras del Camp Nou. Mohamed es uno de los obreros que trabaja en la demolición del estadio del Fútbol Club Barcelona. Pero por las noches se acurruca en un saco de dormir prestado, escondiéndose entre los matojos de un jardín frente a las instalaciones del club. “He tenido que dormir en la calle porque, si no, me quedaba sin trabajo”, reconoce el hombre, que pide anonimato para contar su historia a El Periódico de Catalunya, del grupo Prensa Ibérica .
Mohamed es marroquí, tiene 50 años y en junio empezó a trabajar en las obras del Camp Nou. Vive en una lúgubre vivienda que se cae a pedazos, sin agua ni luz, en Manresa. “Para mí es imposible encontrar un piso en condiciones, y menos en Barcelona. Te piden fianzas, te piden contratos… Con suerte, solo tengo para comer”, reconoce el hombre, que antes de trabajar en el Camp Nou empalmaba empleos precarios en la construcción o en el sector ganadero, a veces sin contrato. Para llegar hasta el estadio del Barça, cada día se levanta a las cinco de la mañana y recorre en tren toda la corona metropolitana en un convoy que sale de su pueblo a las seis.
Retraso y amenazas
Aunque jamás se lo han pagado, Mohamed ha trabajado 14 sábados en las obras del Camp Nou: desde el 9 de junio hasta el 8 de septiembre. “Los sábados tenemos que entrar a las ocho de la mañana y salimos a las dos del mediodía”, explica. El primer sábado que tuvo que ir a trabajar al estadio llegó con 30 minutos de retraso: el primer tren pasa media hora más tarde del que coge habitualmente.
Aquel día le explicó al encargado que tenía un problema con el transporte público. Lejos de encontrar comprensión, se topó con las amenazas de perder el empleo. “El encargado me dijo que si volvía a llegar tarde me echarían. Que me perdonaba un día, pero no más. Por eso a partir de entonces empecé a dormir en la calle, no quería quedarme sin el trabajo”.
Sin descanso
Desde entonces, Mohamed ha dormido 14 noches al raso, justo delante de su lugar de trabajo. Pernocta cada viernes entre unos matojos que hay en la avenida y que separan la entrada norte del campo del tanatorio de Les Corts. “Ha sido horrible porque no puedes dormir: te pican los mosquitos, hay ruido y tienes miedo de que alguien te vea o te pase algo”. Aun así, siente que no tenía alternativa. “Si me quedo sin el trabajo ¿qué hago? Lo pierdo todo. Sin trabajo no puedes vivir”.
Explica que lo peor de esos días era soportar las seis horas extra que se trabajan los sábados. “He sufrido mucho porque, después de no poder descansar, te pones a hacer un trabajo muy duro, estaba muy débil y apenas podía trabajar”. Lo que más miedo le daba era tener un accidente y hacerse daño. “Este trabajo es muy complicado, te juegas la vida. Tienes que estar muy atento, ir con mucho cuidado. Después de dormir en la calle te da miedo de que la pared se rompa, te caiga encima y te hagas daño por no estar atento”.
Sin cobrar los sábados
Por eso se enerva cuando se da cuenta de que, según sus nóminas, no ha cobrado ni una de estas 14 jornadas extraordinarias. Según el convenio de la construcción, solo por esos sábados trabajados le corresponderían 1.412,88 euros brutos. En realidad, trabajando en las obras del Barcelona, él cobra un salario de 1.000 euros al mes y echa 56 horas cada semana. “¡Y todo este sufrimiento por cuatro duros! ¡Parezco un esclavo!”, se queja. “Yo no sé nada, no sé ni leer ni escribir”. Después del enfado, se sienta e intenta calmarse. “Bueno, así es la vida. ¿Qué le vas a hacer? La vida es muy dura, he sufrido mucho. Solo soy un trabajador que está buscando un trozo de pan. No puedo hacer nada ni decir nada porque necesito el trabajo para vivir, no tengo otra”, asume, cabizbajo.
El pasado jueves, el presidente del Barcelona, Joan Laporta, lo saludó en una visita mediática a las obras. “Me ha dado la mano y ha dicho que muchas gracias”, explica Mohamed, orgulloso. Cuenta que le habría querido decir muchas cosas. “Que haga algo para nosotros, que nos paguen lo que nos toca, que esto no puede ser”. Pero al final no lo hizo. Se quedó paralizado viendo como sus jefes se hacían fotos con Laporta. “Me daba mucho miedo y vergüenza”.