La esperanza tuvo dos bellas hijas: la ira, para indignarse por la realidad, y la valentía, para enfrentarse a ella e intentar cambiarla. Lo escribió San Agustín hace algo más de 1.600 años y, aunque probablemente a él no le entusiasme ser asociado con esas palabras -como buen ateo, desconfía de los místicos-, encapsulan a la perfección la carrera de Ken Loach. A lo largo de una trayectoria de seis décadas, el director ha sido el gran exponente del realismo social británico, el equivalente cinematográfico de lo que Charles Dickens y Thomas Hardy representaron en su día para la literatura.
Su carrera debe entenderse como un proyecto persistente y desafiante, entregado en cuerpo y alma a dar voz a los marginados, los explotados y los desposeídos; los que no tienen empleo o han perdido su hogar; los que de algún modo sufren las injusticias del sistema capitalista y la burocracia, su astuta violencia, su capacidad para disfrazarse y reinventarse y su inclinación constante al racismo y el fascismo. Si el capitalismo se supera continuamente a la hora de encontrar nuevos medios para presionar a la gente corriente, Loach ha luchado para derrotarlo con una tenacidad igual de inagotable.
Un rebelde que se jubila
Hace unos meses, Loach anunció que ‘El viejo roble’, su 29º largometraje de ficción, probablemente sea el último de su carrera. “Si soy realista, debo reconocer que me sería difícil rodar otro”, aseguró entonces. “Estoy perdiendo facultades físicas: me falla la memoria a corto plazo, y mi vista es bastante mala”. Aunque nunca con tanta rotundidad como ahora, eso sí, lo cierto es que ya había amenazado con retirarse tanto en 2014, tras presentar ‘Jimmy’s Hall’ -furiosa crítica a la Iglesia católica- como en 2019.
Podría estar disfrutando de una jubilación más que merecida desde hace años, pero las desigualdades y los abusos sociales lo han inspirado una y otra vez, como al viejo pistolero que se sujeta el revólver a la cintura para un último duelo, a volverse a poner tras la cámara. “El sistema económico nos está conduciendo al precipicio”, sentencia. “Las grandes empresas no han dado ninguna muestra de estar dispuestas a recortar sus beneficios con el fin de detener el cambio climático. Lo único que puede evitar la catástrofe es una revolución”.
Retratista del noroeste de Inglaterra
La nueva película es la tercera entrega de una trilogía que completan ‘Yo, Daniel Blake’ (2016) -denuncia contra las taras del sistema británico de bienestar- y ‘Sorry We Missed You’ (2019) -sobre el esclavismo causado por la economía bajo demanda- y que transcurre en su totalidad en el noroeste de Inglaterra, una región especialmente empobrecida. Su acción transcurre alrededor del último pub que queda abierto en una pequeña localidad, antigua comunidad minera, en la que la conviencia se ve puesta a prueba cuando la llegada de un grupo de inmigrantes sirios en busca de un nuevo hogar hace emerger actitudes xenófobas entre la población, y su objetivo es denunciar las políticas de los sucesivos gobiernos conservadores.
“Los refugiados de Oriente Próximo fueron ubicados en la zona más desfavorecida del país”, recuerda Loach. “Y eso inevitablemente generó una tensión entre dos comunidades: una que había sido arruinada por las decisiones de sus líderes políticos, y otra que había sufrido el trauma de la guerra”. A partir de ese conflicto, además, la película aborda el que, a juicio del director, es el suceso que echó a perder su país: la huelga minera que tuvo lugar entre 1984 y 1985, y que se saldó con un endurecimiento de las medidas conservadoras de la entonces Primera Ministra, Margarert Thatcher. “Cuando los pozos se cerraron, la gente fue abandonada a su suerte, porque el ‘thatcherismo’ fue recortando la asistencia social. Fue el principio del fin”.
Un pionero de los actores no profesionales
Los problemas de vivienda que ‘El viejo roble’ escenifica no son muy distintos de los que Loach ya planteó en ‘Cathy Come Home’ (1966), uno de los nueve docudramas que dirigió al principio de su carrera para la BBC, y entre los que también destacan ‘Three Clear Sundays’ (1965), centrado en la pena de muerte, y ‘Up the Junction’ (1965), sobre el aborto. Su debut como director de cine tuvo lugar con ‘Poor Cow’ (1967), historia de una mujer maltratada que se une a una banda criminal tras el encarcelamiento de su marido, y dos años después estrenó la que quizá sea su mejor película: ‘Kes’ (1969), retrato tanto de la conmovedora relación entre un adolescente y un halcón como de las deficiencias del sistema educativo.
Desde entonces, Loach se ha mostrado determinado a seguir reflexionando sobre los mismos problemas, en busca de nuevas formas de combatirlos, buscando siempre el mayor grado posible de autenticidad, y contando a menudo con actores no profesionales que interpretaban para la pantalla variaciones de sus vidas reales. En ‘Riff-Raff’ (1991) lo hizo centrándose en el mundo de la construcción, y en ‘Mi nombre es Joe’ (1998) retratando a un hombre que intenta superar el alcoholismo; en ‘Ladybird, Ladybird’ (1994) contempló la lucha de una mujer para evitar que los servicios sociales led quiten a sus hijos, en ‘Felices dieciséis’ (2002) abordó la delincuencia juvenil, y en ‘En un mundo libre’ (2007) se fijó en la siniestra metodología de las empresas de trabajo temporal.
El anuncio para McDonald’s
Entretanto, y hasta hoy, se vio enfrentado con comisarios, financiadores y censores -varios documentales que dirigió en los 80 fueron prohibidos-; se le ha acusado sin fundamente de ser antibritánico y antisemita, y para hacer sus películas con frecuencia se ha visto obligado a recurrir a dinero extranjero, aunque nunca ha recibido un dólar de Hollywod; en 1990, no obstante, tuvo que dirigir un anuncio para McDonald’s para pagar las facturas.
Desde mediados de los 90, Loach ha peleado de la mano del guionista Paul Laverty, que ha escrito 14 de sus 15 últimas películas, entre ellas las que le proporcionaron sendas Palmas de Oro en el Festival de Cannes, ‘El viento que agita la cebada’ (2007), sobre los inicios del Ejército Republicano Irlandés (IRA), y ‘Yo, Daniel Blake’. “Sin Paul, yo no habría sido capaz de seguir adelante”, reconoce el director. “Siempre hemos estado motivados por las mismas historias, y siempre nos hemos preguntado, ¿cómo podemos contribuir a crear una sociedad más justa?”.
“La esperanza es algo político”
En los últimos años, el cine de Loach y Laverty se ha ido fundamentando cada vez más en el didactismo, y en personajes que sermonean en lugar de intercambiar diálogos; se los ha acusado de hacer películas tan predecibles y maniqueas como las de Marvel. Sin embargo, esa tosquedad narrativa invita a ser entendida como una forma de combatir al enemigo con sus mismas armas o, dicho de otro modo, una deliberada réplica cinematográfica a la grosería y la desfachatez con la que los ‘Tories’ han aplicado sus políticas; y, en cualquier caso, incluso sus películas más esquemáticas exhiben una pegada emocional capaz de estrujarle a uno la garganta.
A diferencia de sus dos compañeras de trilogía, quizá de forma inevitable al tratarse de su obra final, ‘El viejo roble’ exhibe generosas dosis de ese sentimiento que San Agustín consideraba fundamental. “La esperanza es algo político”, asegura Loach. “Si tienes esperanza serás capaz de encontrar un camino para seguir adelante, y tendrás la energía para recorrerlo. Y esa esperanza se logra a través de la solidaridad”. En una escena de la nueva película, alguien declara: “Si las clases trabajadoras se dieran cuenta del poder que tienen cuando se unen, podrían cambiar el mundo”; y algunos de los momentos más dramáticamente poderosos del cine de su director son aquellos que muestran gestos de apoyo y amabilidad hacia personas desesperadas, y que funcionan a modo de interrupciones fugaces del dominio del capital y, por tanto, de promesas de un mundo mejor.