El nombre de la gira, Circus Maximus, ya hacía prever algo grandilocuente. Pero el espectáculo que el rapero Travis Scott desplegó en Madrid en la noche de este martes estuvo incluso por encima de lo que ese título anunciaba, al menos en lo relativo a su puesta en escena y a la energía condensada, que a punto estuvo de echar abajo las paredes del WiZink. Fue una fiesta salvaje y descerebrada, un aquelarre glorioso de volumen brutal que demostró que el hip hop, o ese derivado que es el trap, es hoy por hoy la música que mejor canaliza la rabia de los oprimidos en tantos barrios complicados del mundo pero también la tensión hormonal de mucho joven de clase media.
Era el primero de sus dos conciertos en la capital, los únicos en España, y no se había conseguido colgar el cartel de no hay entradas, aunque la cosa tuvo que andar muy cerca porque apenas se veían espacios vacíos en todo el recinto. Un escenario muy particular atravesaba la pista casi de punta a punta. ¿Un circo romano? No. Un sinuoso recorrido, de unos 70 metros de largo, que se elevaba sobre una formación de rocas en las que había talladas figuras primitivas, como en esas películas de civilizaciones perdidas en medio de la jungla. Jumanji en el Barrio de Salamanca.
Un tipo que tiene más oyentes mensuales en Spotify que Kanye West o que Beyoncé no se presenta de cualquier manera, así que a Scott le vimos primero en la pantalla, con una voz en off saludando a los asistentes mientras él recorría el ‘túnel de vestuarios’. Sonaron los primeros versos a cappella de HYAENA, la canción que abre su último disco y todo un despiporre de autotune: “The situation we are in at this time / Neither a good one, nor is it so unblessed / It can change, it can stay the same / I can say, I can make my claim”. Y en ese momento exacto, cuando el ritmo entró como una apisonadora, el escenario se llenó de llamaradas y una sacudida con fuegos artificiales marcó el comienzo de la fiesta. Los miles de cuerpos jóvenes que se apretujaban en la pista, hombres en un 90%, comenzaron su ritual: saltos al compás de los beats como para batir alguna marca en París, y fugaces espacios vacíos que de repente aparecían entre la muchedumbre para que la chavalada pudiera lucirse dentro haciendo pogo. A la tercera canción, la mitad ya no tendría puesta la camiseta.
Sorprende que un artista que ha estado en el centro de una tragedia como aquella en la que derivó su concierto en Houston en 2021, con diez muertos a causa de una avalancha, no tenga problema en plantear un espectáculo en un recinto cubierto que incluye constante pirotecnia y con el público apelotonado en torno a un escenario irregular, sin que quepa un alfiler entre unos asistentes que buscan a propósito el contacto. Se notaba, eso sí, un cuidado razonable: en un recuento rápido y por lo bajo, salían al menos 200 guardas de seguridad metidos en el foso que rodeaba al escenario. Él lo dijo en un momento dado: este concierto se intentó celebrar en un estadio, pero no fue posible. Tampoco importó, porque todo lo que se podría haber hecho allí se acabó haciendo en el WiZink, pero en versión compacta.
La ‘Utopia’ de Travis Scott
La gira que traía a Scott a Madrid era la de Utopia, el cuarto de sus álbumes y un disco conceptual que el artista ha acompañado de una película con el mismo título de la gira, Circus Maximus. Cabía esperar que en la enorme pantalla que había al final del escenario se proyectasen algunas imágenes de aquella. Al menos, las de los castells catalanes que los creativos de la agencia barcelonesa Canadá incluyeron en su vídeo de SIRENS, una de las piezas que componen la cinta y el vínculo peninsular del artista texano. Pero lo que se vio a tamaño gigante a lo largo del concierto fue solo su imagen, con todos los filtros imaginables.
Mientras tanto Scott, el discípulo más aventajado de Kanye y de Kid Cudi, nombre mayor del trap americano, alternaba los gritos marciales con momentos melódicos, corría y saltaba por el enorme pasillo tropical o se subía a una plataforma que le elevaba todavía más metros sobre la tremenda fiesta que se estaba montando debajo. Ya en la segunda canción, THANK GOD, una llamada a pasarlo bien mientras se pueda, el público se desgañitaba coreando el estribillo: “gracias a Dios soy libre esta noche”, se oía gritar en inglés a casi 17.000 gargantas. Probablemente para muchos era su primera gran juerga.
El fuego constante de las antorchas y el calor de unos cuerpos rebosantes de hormonas convertían el WiZink en un infierno peor que el que había fuera, el de una noche de julio en Madrid. Daba igual. Cuando el cantante pidió voluntarios para acompañarle en el escenario, miles de voces gritaron para que les escogiera a ellos. Los cuatro elegidos bailaron y corrieron, bandera española incluida, todo lo que les dejaron, mientras el rapero despachaba un medley en el que entraron BACKR00MS y Typeshit, las canciones que ha hecho con Payboi Carti y con Future, además de Nightcrawler, un tema de su álbum de debut de 2015 que se ha convertido en un hit reciente porque muchos usuarios la usan en sus vídeos de TikTok.
Precisamente la ausencia de esos colaboradores, tan habituales en una industria musical saturada de featurings, era una de las cosas que dejaban cierto mal sabor de boca en algunas de las canciones. Es una pena que en un tema tuyo cante Beyoncé y que luego en directo tengas que poner su voz grabada. Ocurrió con DELRESTO, que sirvió para acompañar los minutos de espera mientras Scott se cambiaba de ropa en las catacumbas del escenario.
En un concierto sin crescendos, porque desde el principio se empieza en lo más alto, el público aprovechaba las partes más lentas para recuperar el aliento. En CIRCUS MAXIMUS (aquí se echó de menos a The Weeknd), que empieza con un ritmo de rock industrial, hizo una sección melódica e intimista, de nuevo saturada de autotune, que dejó al personal mirándolo embelesado mientras se recomponía para las siguientes andanadas. Llegaron varias: I KNOW?, esa canción sobre la típica llamada que no debes hacer borracho a las 5 de la mañana; 902010, un tema que pasa de la calma a la furia, o TOPIA TWINS, de nuevo una locura de saltos y pogos. La gran catarsis fue con FE!N, otra de las canciones que ha hecho con Palyboi Carti marcada por un beat profundísimo que parece entererrarse en el suelo para sacudirlo y que todo lo que esté encima se mueva con él. Como si la hubiera dividido en varios actos, hasta cuatro veces la cantó entera, parando para hacer unos interludios prolongados y volviendo a arrancarla de nuevo.
El fuego constante de las antorchas y el calor de unos cuerpos rebosantes de hormonas convertían el WiZink en un infierno peor que el que había fuera, el de una noche de julio en Madrid. Daba igual. Cuando el cantante pidió voluntarios para acompañarle en el escenario, miles de voces gritaron para que les escogiera a ellos. Los cuatro elegidos bailaron y corrieron, bandera española incluida, todo lo que les dejaron, mientras el rapero despachaba un medley en el que entraron BACKR00MS y Typeshit, las canciones que ha hecho con Payboi Carti y con Future, además de Nightcrawler, un tema de su álbum de debut de 2015 que se ha convertido en un hit reciente porque muchos usuarios la usan en sus vídeos de TikTok.