Faye Dunaway ha sido a la vez famosa y enigmática, airada y cuestionada. Su filmografía está repleta de títulos decisivos del Nuevo Hollywood (‘Bonnie y Clyde’, ‘Confesiones de una modelo’, ‘El caso de Thomas Crown’, ‘Chinatown’), pero la fama de difícil la ha acompañado siempre. En aquellos años de replanteamientos en Hollywood, nadie como ella representó un modelo de nueva y firme feminidad. No solo era muy buena –la escena de ‘Chinatown’ en la que le dice a Jack Nicholson que su hermana es también su hija, es decir, que fue violada por su padre, es imposible de superar–, sino que fue siempre coherente. Y complicada. Pero ¿qué estrella no lo es?
‘Faye’, documental de Laurent Bouzereau que tiene por subtítulo ‘Las muchas vidas de Faye Dunaway’, pone luces a algunas sombras, pero no demasiadas. Comienza con una foto emblemática, la de una relajada Dunaway de madrugada junto a la piscina de un hotel de Beverly Hills, tomada por el fotógrafo inglés Terry O’Neill horas después de que la actriz ganara su único Oscar por ‘Network’, en 1977. Esta foto, y aquella película, definen a la perfección a la Dunaway más madura, más consciente de su posición en el cine. Tenía entonces 36 años y se había labrado una trayectoria impecable interpretando, por regla general, personajes fuertes y decididos.
En una entrevista televisiva de esta época, el periodista le dice que su personaje en ‘Network’ –una mujer poderosa en una industria, la de la televisión, dominada por hombres poderosos– puede que haya hecho retroceder el feminismo 50 años. Dunaway, serena, le contesta: “No estoy involucrada en el movimiento feminista, pero estoy a favor. ¿No queremos escapar de los papeles clásicos de mujer? No tienen que ser buenas siempre. Esto es una hipocresía y no creo que las auténticas feministas piensen eso”.
Dos personas diferentes
Nacida el 14 de enero de 1941, Dunaway asegura ser dos personas: Dorothy Faye, la niña del sur que fue, y Faye Dunaway, el personaje que creó en los escenarios y pantallas. Su madre era exigente. Su padre estaba alcoholizado. Era militar, por lo que pasó buena parte de su infancia de base en base, en Estados Unidos y Alemania. Los padres se divorciaron, pero ella no recuerda una infancia infeliz. Eso sí, le gustaba actuar para evadirse de la realidad.
El documental traza un itinerario que mezcla los ingredientes más personales con los triunfos y fracasos en el cine, todo desde la primera persona –la actriz no tiene problemas en ser entrevistada para el documental– y desde la tercera: gente que ha trabajado con ella, su hijo Liam, periodistas y también imágenes de archivo.
En una de ellas, procedente de la televisión, vemos a la veterana Bette Davis asegurando que la única persona con la que no querría trabajar es Faye Dunaway. Se decía de ella que era temperamental, inestable, difícil, agresiva… pero también meticulosa, detallista y cuidadosa: difícil, seria y actriz extraordinaria.
También aparece la opinión de otra diva del viejo Hollywood: Joan Crawford dijo en una ocasión que de todas las actrices jóvenes solo Dunaway tenía hechuras de estrella. No es de extrañar que Faye encarnara en 1981 a Crawford en ‘Queridísima mamá’, filme centrado en las relaciones de la estrella y su hija que es al mismo tiempo comedia involuntaria, drama sobre los malos tratos, desastre y película de culto. Un fracaso en su momento que repercutió muy negativamente en la carrera de Dunaway.
El Nuevo Hollywood
En 1964 entró en el grupo teatral del Lincoln Center coordinado por Elia Kazan, quien después la dirigiría en una película importante de la que no se habla en el documental, ‘El compromiso’ (1969). En ‘La noche deseada’, uno de sus primeros filmes, no hizo el papel que quería. El principal recayó en Jane Fonda. Había empezado entonces, 1966, la preparación de ‘Bonnie y Clyde’. Su actor y productor, Warren Beatty, quería precisamente a Fonda, o a Tuesday Weld, Natalie Wood o Leslie Caron para encarnar de Bonnie Parker. El director, Arthur Penn, prefirió a Dunaway.
“Bonnie era sureña, yo estaba en mi salsa”, comenta la actriz. El filme inauguraba una nueva forma de hacer cine en Hollywood, mucho más franco en exponer la violencia y la sexualidad. Tardó cinco meses en convertirse en un éxito comercial. La carrera de Dunaway despegó definitivamente: “No tengo nada contra la fama, pero es difícil de aceptar”, dice al entrevistador en la actualidad. Pero en una imagen de archivo se lo planteaba de otra manera: “El éxito es libertad, te permite elegir lo que quieres hacer”.
Libertad y presencia. Estilización. Personajes fuertes. Ídolo de la moda. Creó un ‘look’ propio, muy ‘cool’ –formar pareja con Beatty en ‘Bonnie y Clyde’ o Steve McQueen en ‘El caso de Thomas Crown’, ambos representantes de la nueva masculinidad hollywoodiense, también ayudaba–, atenta siempre a la importancia del vestuario.
Todos los fotógrafos de renombre querían hacer sesiones con ella. Uno era Jerry Schatzberg. La fotografió para la revista ‘Esquire’, se convirtieron en grandes amigos e hicieron una excelente película sobre el lado oscuro del mundo de la moda, ‘Confesiones de una modelo’ (1970). Antes, Dunaway tuvo una aventura con Marcello Mastroianni tras rodar juntos ‘Amantes’ (1968), a las órdenes de Vittorio De Sica. Él estaba casado y era la gran estrella de un país ultracatólico como Italia. La relación ‘clandestina’ duró dos años.
Profundas depresiones
Dunaway recuerda que su vida ha estado condicionada por ciclos de dos años. Ese era el tiempo que su familia pasaba en una base militar hasta que el padre recibía otro destino. Dos años es poco tiempo para establecer grandes lazos: “Creo que desde entonces aprendí a no querer demasiado a nadie”.
Siguieron periodos de profundas depresiones. Varias relaciones. Estaba casada con Peter Wolf (cantante de J. Geils Band) cuando conoció a Terry O’Neill en la realización de la foto post-Oscar. Con él tuvo un hijo, Liam, adoptado, pues el reloj biológico se había detenido, como explica la actriz en uno de los pocos instantes de contenida tristeza.
Liam afirma que su madre también estuvo alcoholizada y que, medio en broma medio en serio, le decía que en su lecho de muerte quería que le llevarán un Dry Martini. Estuvo soberbia en ‘El borracho’, adaptación del relato etílico de Charles Bukowski protagonizado junto a Mickey Rourke: interiorización de la experiencia, “quitarte el glamur”, asegura ella misma. En 2010 encarnó a María Callas en el teatro, y luego empezó a dirigir una película sobre la misma pieza. Pero se quedó sin dinero y nunca la pudo terminar.
Ha vuelto a Nueva York porque le transmite mucha energía, algo que nunca le ha faltado. Durante el rodaje de una escena de ‘Chinatown’ en un restaurante, un pelo rebelde se le levantaba constantemente sobre su melena ondulada estilo años 30. Se lo aplastaba y volvía a erguirse. Roman Polanski se lo arrancó. Dunaway se enfadó con razón y se encerró durante horas. Volvió con un sombrerito en la cabeza, rodaron la secuencia y es de las mejores de la película.
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