Estaba el partido áspero porque un inesperado desajuste defensivo dejó desnuda a España cuando Jesús Navas midió mal su marcaje sobre Mbappé, al que descuidó dejándole espacio. Más del necesario. Lo mismo que ocurrió con Laporte, quien perdió de vista la irrupción en el juego aéreo de Kolo Muani.
Mala noticia porque la selección de Luis de la Fuente hasta que un niño, de 16 años, agarró la pelota en la frontal del área. No había nada de peligro en esa acción, que tuvo por invitado silencioso a Rabiot, el mismo que le había desafiado.
Ese maravilloso zurdazo de Lamine Yamal, con un inevitable aire ‘messiánico’, desencadenó la tormenta. Todo ocurrió en 248 inolvidables segundos. Francia solo había encajado un gol en los cinco partidos anteriores de la Eurocopa. España le hizo dos en 248 segundos.
Lamine encendió la luz
El balón no tenía dueño. Andaba España todavía aturdida por el gol francés. Entonces, Lamine Yamal, el jugador más joven (16 años y 362 días) en disputar una semifinal de una Eurocopa o un Mundial superando a un tal Pelé (tenía 17 años y 244 días cuando debutaba en el Mundial de Suecia 1958), se inventó un gol donde no existía nada. Nada es nada. Agarró la pelota, burló con su cuerpo al gigante Rabiot, al que respondió en el campo, trazando tres toques que parecían irrelevantes. Francia también pensó lo mismo.
Pero, de repente, se disfrazó Lamine tal si fuera Leo con un disparo inmensamente hermoso. Tenía la pelota el GPS incorporado en su interior porque trazó una curva increíble hasta tocar en el palo derecho y reposar feliz en la red gala. Paró el partido, se hizo el silencio en Múnich y un niño de un humilde barrio de Mataró encendió la luz. De Rocafonda a la eternidad. El más joven en debutar en una semifinal. El más joven en marcar en una Eurocopa. Minuto 20:15.
Dani Olmo dinamitó a Francia
Con Lamine llegó la luz. Con Dani Olmo (minuto 24.23) se dinamitó a una Francia que no entendió lo que había ocurrido. Le resultaba imposible descodificarlo porque la reacción de España se selló a través del buen juego. No hubo ni rastro de la furia, aquel aspecto que daba en las viejas épocas identidad a una selección. Y hasta a un país. Pero eso pertenece a la memoria porque España, desde el glorioso ciclo del 2008 al 2012 (Eurocopa, Mundial y Eurocopa), encarna otra bandera. El estilo por encima de cualquier otro detalle.
Basta recrear el gol de Dani Olmo, cuyo control con la pierna derecha resultó prodigioso. Control y otro control. El segundo más difícil que el primero, sobre todo por la velocidad de ejecución con la que lo ejecutó el delantero del Leipzig.
Faltaba aún lo mejor cuando soltó un derechazo –tenía la pierna izquierda simplemente para apoyarse- para concretar una sublime reacción. De Lamine a Dani, un viaje extraordinariamente breve y eficaz: cuatro minutos y ocho segundos.
La mano salvadora de Unai Simón
Estaba Francia intentando digerir lo que había vivido en esos 248 segundos cuando Dembélé aprovechó un error de Cucurella. Intentó una frivolidad en zona supuestamente tranquila, permitiendo que el balón llegara a la banda derecha para que el exextremo azulgrana galopara con toda calma.
Sirvió un centro que no parecía tener peligro hasta que la pelota adquirió un efecto endemoniado dirigiéndose peligrosamente a la portería española. Pero topó con la mano izquierda de Unai Simón. Una mano salvadora que sostuvo a España abriéndole la puerta de la final de la Eurocopa.