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Arde Bogotá: “Nos preocupa el conflicto palestino-israelí, pero no sé si nos atreveríamos a abordarlo en una canción”

De rigurosa poesía y afilada música ha cimentado Arde Bogotá un cancionero sincero, compacto y elegante. No hay prisa ni medias tintas en sus temas. Desde el adictivo El tiempo y la actitud (2020), y tras el efervescente La noche (2021), Antonio García (voz), Dani Sánchez (guitarra), Pepe Esteban (bajo) y José Ángel Mercader (batería) han dejado claro que los decibelios no están reñidos con los detalles. Su rock-picante-de-timbre-universal goza de tal empaque que no sorprende que las discográficas se los hayan querido rifar. Como tampoco que hayan reventado cada uno de los espacios que han pisado desde la publicación del colosal Cowboys de la A3 (2023): tal es el terremoto que han desatado que les bastaron cuatro horas para llenar los tres conciertos en La Riviera que inician este jueves.

Frente al Olimpo por el que pasean, ellos se mantienen cautos y respetuosos. Frágiles, en ocasiones. Disfrutan de las mieles que su trabajo les está reportando, aunque sin dejar que éstas ralenticen el fuego que les mueve. Es cierto que acaban de ganar el premio Ondas al Fenómeno Musical del Año y que, el próximo 16 de noviembre, pelearán por hacerse con los Grammy Latino a Mejor Álbum de Rock y Mejor Canción de Rock, pero su foco es otro bien distinto: quieren tocar, tocar, tocar… Y no hay nada que les pueda hacer cambiar de opinión. Sobre el escenario, rotundos y explosivos, es donde sienten que sus melodías y letras tocan tierra de verdad. El lugar donde han crecido y que, precisamente, les ha encumbrado. Arde Bogotá vale lo que sus directos.

Tras ‘La noche’, Arde Bogotá ha publicado ‘Cowboys de la A3’. Cedida


P. Cuando arrancaron la banda en 2017, ¿tenían claro el sonido que buscaban?

D. S. Queríamos hacer rock. Esa es la base y todo lo demás ha ido evolucionando. Espero que siga siendo así porque significará que nuestra música prospera.

J. A. Lo estamos refinando cada vez más. Y eso nos pone contentos porque es un reflejo de las inquietudes que tenemos.

P. ¿Mantienen sus referentes?

A. G. Se han añadido nuevos a nuestra discoteca. Conforme pasa el tiempo, ampliamos el horizonte con artistas a los que acudimos para inspirarnos y resolver dudas. Ahí están Arctic Monkeys, Foo Fighters, Dua Lipa, Héroes del Silencio, Pearl Jam…

P. ¿Qué es hacer rock en 2023?

A. G. Una locura. Aunque, en realidad, la esencia no dista mucho de lo que ya se ha hecho. Nos seguimos moviendo desde la rebeldía, las guitarras eléctricas y las ganas de mandar el mundo a tomar por el culo. Lo que ha cambiado son las cosas de las que hablas.

P. ¿Cómo se han ganado el respeto en un instante en el que reinan el reguetón y trap?

A. G. Si bien no tenemos un éxito tan popular, cada vez nos apoyan más personas. Y nos da la impresión de que muchas de ellas tienen la intención de venir a algún bolo. Saben que donde se nos disfruta más es ahí. Por ello, cuando hacen el esfuerzo de comprar una entrada, intentamos devolvérselo con una experiencia que esté a la altura.

P. ¿Cuándo sintieron que algo estaba funcionando?

A. G. No ha habido un hito concreto, sino bastantes en los que nos hemos ido dando golpes contra la realidad. Por ejemplo, la primera vez que hicimos La Riviera. Que sea progresivo y constante, ayuda. De lo contrario, sería muy loco.

P. Y más difícil de asimilar.

A. G. Aún no lo hemos logrado. Te enseñan a cantar o a tocar un instrumento, pero no a lidiar con una noticia buena o mala. No forma parte del plan de estudios de las escuelas. Digerimos las novedades conforme nos van llegando.

P. ¿Hacen lo mismo con las críticas?

J. A. Yo leo todo porque así sé lo que piensan los seguidores. Incluso algunas te pueden ayudar a hacer las cosas mejor. No intentamos agradar a nadie, pero sí entender cómo funciona el público. Hemos tenido la suerte de que, al haber girado tanto, diferentes compañeros nos hayan dado consejos al respecto. Es como ir a terapia porque te proporcionan experiencia frente a este frenesí.

P. ¿Cómo han conseguido llegar a la masa sin apenas sonar en las radios?

A. G. Hemos tenido la suerte de que el proyecto ha avanzado pese a no aparecer en estos canales. Más que preocuparnos por dónde no estamos, agradecemos donde sí estamos. Siempre hemos sabido que yo no tengo una voz de estrella del pop, por lo que no era nuestro objetivo estar ahí.

D. S. El sistema ha cambiado. Gracias al streaming, hoy son las playlists las propias prescriptoras.

P. Esto ha provocado que, cada día, compitan 120.000 propuestas nuevas por una mínima visibilidad. Lo que ha vuelto al mercado un campo de batalla.

D. S. Tengo la convicción de que las canciones buenas siguen llegando a la gente.

A. G. Cuando sacamos Antiaéreo, fuimos sumando oyentes poco a poco. Eso nos permitió hacer equipo y lanzar el siguiente tema con más alcance. En el momento en que le interesa a alguien, empieza a hacer su camino. Si no fuera así, estaríamos perdidos.

P. A la hora de componer, ¿han hecho un ejercicio de revisión personal para abordar la realidad desde perspectivas diversas?

A. G. Sí. Las letras son instantáneas de una etapa pasada. Cuando escucho Antiaéreo, aunque la sigo sintiendo, sé que pertenece a un momento de emoción muy concreto. Si hoy escribiese desde aquella pasión, quizá haría otra cosa. He evolucionado, soy otro.

P. Hace unas semanas, Zahara publicó un minidocumental sobre lo que vivió tras ser boicoteada por Vox en Toledo. ¿La política debe meterse en la cultura?

A. G. No. Me parece mucho más rico el debate de hasta qué punto el artista tiene que ser político. Pero, desde luego, el político no debe ser artista. Y menos aún censor. Su función es poner los mimbres para generar una estructura que permita a la cultura crecer. Lo que le ocurrió a Zahara fue una salvajada. ¿En qué planeta vivimos?

J. A. Parecía la Inquisición.

P. Como respuesta, ella acaba de editar Esto no es una canción política. ¿Creéis que, de algún modo, todas lo son?

A. G. ¿El amor es político? A veces, pienso que sí… y otras que no. Tal vez, la manera de expresarlo pueda serlo. Hay días en los que pienso que los músicos deberían luchar y generar algo en favor de la sociedad en la que viven. Y hay otros en los que creo que el arte debería ser un elemento decorativo. Me mantengo en ese combate. De lo que no tengo duda es de que cualquier obra debe ser un reflejo del mundo que nos ha tocado vivir. Y, por suerte, no todo el tiempo estamos haciendo política. Hay ocasiones en las que simplemente bebemos cerveza. Aunque, asimismo, podríamos entrar en el debate de si hacerlo también lo es. Ojalá haya un punto en nuestra vida en el que no todo sea político… en el que, cuando estés follando, no andes metido en una movida así.

P. ¿Qué les inquieta del presente que nos rodea?

A. G. Nos preocupa la guerra. Vivimos una época en la que los choques políticos se militarizan de una forma brutal y terrible. No sé si nos atreveríamos a abordar el conflicto palestino-israelí en una canción. No creo que fuésemos capaces de tratarlo en tres minutos.

P. ¿Es fácil compaginar la libertad creativa con el negocio musical?

A. G. Para mí, no. Es uno de los dilemas que más se nos presenta últimamente: ser capaz de mantener la energía que requiere el proyecto como empresa y como arte es jodido.

P. ¿No les da miedo convertirse más en empresarios que en músicos?

D. S. Tenemos la suerte de ser un grupo, lo que nos permite repartir las presiones entre cuatro. Si sólo uno tuviera que encargarse de las redes sociales, las reuniones, los conciertos, los contratos… lo pasaría mal. Por fortuna, si yo fallo y no llego, el resto responde.  



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