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La increíble historia del único faro romano y el más antiguo del mundo en servicio


Mientras orballa con esa paciencia infinita que tan bien conocen los gallegos, me cuentan que al tiempo que se echaban los cimientos de esta Torre de Hércules que se levanta ante mí, sólida, granítica, poderosa e intemporal contra un cielo encapotado, Jesús el Galileo predicaba bajo el sol implacable de los desiertos de Judea. Más de dos mil años han transcurrido desde entonces sin que se conmuevan las paredes de este magnífico monumento que, a lo largo de su dilatada historia, sirvió de faro, atalaya, fortaleza y, de nuevo, faro, todavía en funcionamiento. Aunque sólo fuera por eso, bien merece ser considerado Patrimonio de la Humanidad, declaración de la que este jueves se cumplen quince años (27 de junio de 2009).

Me cuenta Suso, mi guía, que Trajano no sólo buscaba guiar a las naos que navegaban por esta procelosa esquina del Atlántico, sino marcar orgullosamente el límite occidental del gran imperio de Roma. Algo de eso debe de haber, ya que en la piedra fundacional se dice que la torre está dedicada a Marte, dios de la guerra. Su estatura y complejidad arquitectónica fueron únicamente superadas en la antigüedad por las del Faro de Alejandría que habían levantado los griegos un par de siglos antes en Egipto, pero, de las dos, sólo ésta ha sobrevivió a los azares del tiempo y de la historia.

Ahí sigue, en lo alto de la península de Crunia, que penetra como un estilete en aguas atlánticas, separando la bahía ártabra de la ensenada de Riazor. Es un lugar tan estratégico, tan dominante, tan sobresaliente, que uno puede maliciarse sin esfuerzo que, antes que los romanos, los celtas ya debieron de tenerlo como punto de contacto con sus dioses. Así parece sugerirlo la gran estatua de Breogán, el mítico guerrero celta, fundador de una estirpe, que guarda el acceso al Parque que circunda la torre. A su alrededor, en la despejada campa que lo rodea, una serie de esculturas alegóricas, han convertido el lugar en una suerte de museo escultórico al aire libre. Uno, de pronto, se imagina la felicidad como un paseo en familia por ese entorno privilegiado, explicando a sus hijos cómo la inmensa caracola que se alza en Punta Herminia simboliza y guarda los sonidos del mar.

Parece que fue el suevo Herserico quien decidió convertir el faro en fuerte en el siglo V. Sus razones tendría. Se sabe que en el siglo VIII hubo en la campa de la torre una gran batalla contra los vikingos, que no venían precisamente a ganar el jubileo. Ramiro I logró derrotarlos, pero las incursiones vikingas continuaron durante mucho tiempo, por lo que la torre se convirtió en atalaya de vigilancia para avisar de su llegada.


Torre de Hércules

Después, fueron las flotas musulmanas las que amenazaban la ciudad y la torre pasó a ser una fortaleza, puesto que su situación y solidez la hacían casi inexpugnable. Recientes excavaciones han revelado un foso y terraplenes de tierra en su entorno, que vienen a confirmar esta tesis. Se conserva un documento del siglo XII en el que el arzobispo Gelmírez, uno de los hombres más poderosos de la cristiandad europea, aparece como propietario de la torre. No me pregunten cómo ni por qué. Y otro del XVII, en el que un tal Red O’Donnell, que debió de visitarla, éste si, tras ganar el jubileo, declara, a su vuelta a Irlanda, que la torre está en ruinas.

Esa torre abandonada fue, en 1588, testigo mudo de la partida de la Armada Invencible hacia su aciago destino. Y también lo fue, un año más tarde, del contraataque de la Armada Británica, que, con 15.000 corsarios mandados por Francis Drake, se proponía tomar una ciudad de cuatro mil habitantes totalmente desprotegida. Los coruñeses se parapetaron tras las murallas y lograron rechazar el ataque, gracias al coraje de María Pita, quien llena de rabia y dolor tras ver morir a su marido, se encorajinó de tal manera que arrastró al resto de la población a una lucha sin cuartel, que terminó con Drake y sus corsarios saliendo de estampida hacia sus naves por la misma Puerta de Aires que habían derribado poco antes a cañonazos. Los coruñeses atribuyeron la victoria a dos mujeres, una virgen, la del Rosario, desde entonces Patrona de la Ciudad, y la heroína María Pita, viuda ya del carnicero Gregorio de Rocamonde, cuya bravura se convirtió en el referente espiritual de sus paisanos.


Acceso a la Torre de Hércules


Cabalar

Parece que la torre original no era tan esbelta como la actual, sino más achatada y gruesa, con un muro en rampa alrededor de todo el perímetro por el que se accedía hasta la parte superior. Lo que hoy contemplamos es una renovación efectuada por Carlos III, quien en el siglo XVIII decidió convertir a España en una gran potencia marítima y encargó al Marqués de la Ensenada diseñar un gran puerto militar en El Ferrol. Fue éste quien pidió a los ingenieros que reconstruyeran la torre para que sirviera de faro. Eustaquio Gianini, el director de la obra, tuvo el acierto de recordar con las líneas diagonales de la fachada, meramente decorativas, la primitiva rampa romana. El interior actual es espartano, de pisos altos y piedras desnudas. No hay otro adorno ni otro material que el granito de sus paredes y escaleras. Parece una torre sin otra finalidad que sostener el faro, pero lleva más de dos mil años resistiendo incólume las borrascas atlánticas y eso merece un respeto.

  • El faro perdió posiblemente su uso marítimo durante la Edad Media al convertirse en fortificación, hasta que fue restaurado en el siglo XVII. Luego, en 1791 se concluye su reconstrucción completa.

  • El Centro de Interpretación y Atención al Visitante (CIAV) está situado en las inmediaciones de la Torre de Hércules.

  • En la entrada a la Torre se encuentran los restos de los cimientos originales y de las construcciones que fueron adosadas al faro.

  • El fanal que alberga la linterna del faro se construyó en 1804. La lámpara emite, cada 20 segundos, un grupo de 4 destellos.

  • Las visitas están limitadas a 32 personas cada media hora, a partir de las 10:00 horas. Las entradas se pueden comprar por internet. Precio: 3 euros.

  • Altura: 57 metros. Escalones, 234

¿Cómo se alimentaba el fuego en el siglo I? Los arqueólogos han encontrado la ‘linterna’, una gran piedra ahuecada, de boca estrecha, que se supone estaba llena de aceite de ballena, sobre el que flotaba una mecha que emergía por la boca. Es muy probable que estuviera rodeada de ‘espejos’ de metal bruñido que reflejaran toda la luz hacia el exterior.

En cualquier caso, La Coruña y su torre bien merecen una visita. Yo, desde luego, no pienso acabar aquí mi relato de esta sorprendente ciudad celta y atlántica, tan llena de historia e historias, así que volveré la semana que viene.



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