No hay que ser un lector particularmente agudo para darse cuenta de que en las novelas de Henry James (Nueva York, 1843 -Londres, 1916) tan estilosas, densas y complejas, hay una ausencia clamorosa: la sexualidad. No vale decir que era un perfecto victoriano, un norteamericano de clase alta que vivió la mayor parte de su vida en la Inglaterra de finales del XIX y principios del XX, y que airear esos aspectos era entonces algo de mal tono. Ahora la publicación de ‘Amado muchacho’ (Elba), las cartas dirigidas al joven escultor noruego Henrick C. Andersen en las que es fácil apreciar los sentimientos y pulsiones del escritor, arrojan una nueva luz a su figura.
A James, soltero empedernido –un eufemismo de entonces para la homosexualidad-, no se le conoció nunca una relación sentimental femenina –él, que tan maravillosos retratos de mujeres llegó a elaborar-, sin contar que en una de sus biografías se reveló que de joven el autor de ‘Otra vuelta de tuerca’ se había clavado una palanca en el bajo vientre intentando apagar un incendio, lo que le habría provocado esterilidad según algunas fuentes y según otras, impotencia.
Su ‘amigo’ Wells
En su momento, la sospecha de la homosexualidad del solitario y circunspecto James circuló entre sus contemporáneos e incluso propició alguna maldad, como el hecho de que H. G. Wells –el autor de ‘La guerra de los mundos’ y supuesto amigo- publicara la novela en clave ‘Boon’ en 1915, solo un año antes de la muerte de James, en el que le parodiaba sin compasión como un escritor que no “descubre nada” pero lo hace de la manera “más elaborada posible” y que su peculiaridad es “ser una de las mentes más prodigiosas que existen a la hora de la elaboración, pero carecer de penetración. De hecho, su problema es la penetración”.
James con sus retorcimientos psicológicos y su frondosa prosa sigue a personajes cuyos deseos suelen mantenerse sumergidos y solo se hacen evidentes de una manera elíptica. ¿Qué mejor ejemplo de lo que supone mantener tu sexualidad bajo llave que las propias novelas del escritor? Tuvo que pasar mucho tiempo, hasta los años 90 del siglo XX para que se empezara a estudiar al autor a la luz de la teoría queer y se llegara a la conclusión de que el estilo de James surge de sus esfuerzos de permanecer en el armario.
Los guardianes familiares
Pero no fue James el único interesado en ocultar sus verdaderos sentimientos. A su muerte, la familia y en especial la viuda de su hermano Williams, reconocido filósofo, y más tarde los dos hijos de esta se hicieron cargo del legado y obligaron a eliminar todas las referencias homoeróticas en la publicación de la correspondencia del novelista en pro de su reputación.
Entre las cartas había muchas dirigidas a sus jóvenes amigos, que no pasaron desapercibidas, incluso tras ser expurgadas, a los que sabían de sus inclinaciones. La familia siguió lamentando. “La gente está dando una interpretación maliciosa a las tontas cartas que Henry escribió a sus amigos”, escribió su cuñada. Así que el control férreo continuó incluso en la que se considera la biografía canónica del autor, los cinco tomos escritos por Leon Edel que detallan con obsesiva minuciosidad toda la vida, pero no hacen la menor mención a esas cartas ni a los secretos sexuales del autor.
Y eso que el último volumen se publicó en 1972, un momento en el que asumir la homosexualidad de alguien empezaba a ser socialmente más aceptable. Pero la familia se mantenía inflexible. Tanto es así que no dieron el visto bueno –exceptuando al fiel Edel- para que los estudiosos pudieran acudir a esas cartas depositadas en Harvard, en un capítulo que bien habría podido formar parte de una de las obras más famosas de James, ‘Los papeles de Aspern’.
Publicadas en Italia
Las cartas a Andersen recogidas en ‘Querido muchacho’ tardaron en publicarse, incluso cuando se levantaron las restricciones en Harvard en 1973. No fue hasta casi 30 años más tarde, en el 2000 que vieron por fin la luz, pero tuvo que ser en una editorial italiana, Marsilio, que es la que recoge la edición de Elba. La editora, Rosella Mamoli, en su prólogo destaca los “numerosos enunciados que expresan un contacto físico deseado […] y el lector encontrará por sí solo innumerables ejemplos de manos y brazos que aferran y estrechan”, unos gestos opuestos a los códigos sociales victorianos, pero agradecida por la generosidad de la familia James, se apresura a añadir que estas cartas no pueden verse como un modo de verificar la oscura sexualidad del autor.
Andersen, que no fue el único ‘amado muchacho’ que recibió misivas más o menos encendidas, pero sí el que mantuvo una relación epistolar más larga, se encontró con el maduro escritor apenas siete veces a lo largo 16 años. De esa relación se conservan 77 cartas de James y apenas cuatro del escultor, que acabó nacionalizándose estadounidense, pero pasó la mayor parte de su vida en Roma, la ciudad que para el novelista era el sumun de la belleza y el arte.
“Deja que [mi bendición] se pose sobre el hombro que se pose en él, ligera como una paloma cuya ala podrías acariciar con la mejilla: siéntela allí lo más largamente posible”, escribió. Y también: “Guardo para ti el más íntimo afecto, y cuento con que tú lo sientas en cada pulsación de tu alma y de tus sentidos”. O bien: En parámetros del siglo XXI es demasiado sutil, pero no por ello resulta menos intenso.