El periodista Kyle Chayka (Oregón, EEUU, 35 años), especialista en tecnología y tendencias culturales de ‘The New Yorker’, llevaba tiempo mosqueado por algo que le pasaba cuando navegaba en las redes sociales: cada vez se parecían más entre sí los contenidos que encontraba, cada vez era menos frecuente que la pantalla le mostrara un vídeo, una imagen o una canción que le desconcertara. Alertado por esa extrañeza, inició una investigación que ahora ha explicado en su último ensayo, ‘Mundo filtro’ (Gatopardo), cuyo subtítulo lanza un aviso inquietante: “Cómo los algoritmos han aplanado la cultura”.
-¿Qué sucede cuando doy ‘like’ a una foto las redes sociales?
-No necesita dar ‘like’, el simple hecho de estar viendo ese contenido pone en marcha una inmensa maquinaria algorítimica que recoge sus datos, los procesa y genera una imagen de usted y sus gustos que determina los siguientes contenidos que va a seguir viendo en esa aplicación. Suena distópico, pero está ocurriendo en este momento
-Alguien dirá: ¿qué hay de malo en que esa aplicación que uso tanto y que me aporta tan buenos ratos me conozca tan bien?
-A primera vista no parece negativo. Incluso suena bien: la plataforma le ofrece música, fotos y vídeos que sabe que le gustan, todos contentos, ¿verdad? El problema es que esa referencia que el algoritmo ha creado de usted no es usted realmente, ni abarca todos sus intereses y experiencias, pero se le impone como cierta y acaba convenciéndole de que usted es ése y sus gustos son esos, no otros. Y como la aplicación quiere que usted pase el mayor tiempo conectado a ella, solo le va a ofrecer lo que cree que le gusta, pero nunca nada que se salga de ese retrato robot que ha construido de usted.
-¿Y esto le pasa a todo el mundo?
-Ahí es donde radica el mayor problema. Mientras la aplicación recolecta sus datos, a la vez acumula los de miles de millones de usuarios de todo el planeta, y con esa montaña de datos construye un flujo algorítmico de recomendaciones en el que usted, como individuo, ha quedado diluido, pero recibe esas recomendaciones en la pantalla de su móvil como si fueran un reflejo de sus intereses y gustos. Creemos estar teniendo una experiencia única, pero hemos sido sometidos a una despersonalización absoluta.
“La aplicación quiere que usted pase el mayor tiempo conectado a ella. Por eso, solo le va a ofrecer lo que cree que le gusta, pero nunca nada que se salga de ese retrato robot que ha construido de usted”
-¿Así se produce ese “aplanamiento de la cultura” que señala en su libro?
-Cuando un determinado contenido tiene éxito en las plataformas, el algoritmo se encarga de potenciarlo y ese mensaje llega a los creadores de contenidos que, de manera casi inconsciente, terminan imitándolo, porque ellos también quieren que su creación se propaguen y acumule muchos ‘likes’. Al final, sin darse cuenta, músicos, fotógrafos, artistas y creadores de todo el mundo acaban calcando ese modelo, que puede ser un determinado ritmo musical o un cierto filtro fotográfico. Este comportamiento de rebaño es lo que está aplanando la cultura.
-Pero si algo define al arte o la cultura es, precisamente, la libertad creativa. No me imagino qué recorrido habrían tenido hoy artistas como Picasso, que se distinguieron por romper con lo establecido.
-Seguramente, en este ‘mundo filtro’ en el que hoy vivimos, Picasso lo habría tenido muy difícil para triunfar, porque los algoritmos no se lo habrían permitido. Cuando él y Braque inventaron el cubismo, al principio recibieron el rechazo del gran público, porque era un arte muy extraño que durante años estuvo circunscrito a círculos artísticos muy pequeños. Tuvieron que pasar años de exposiciones y obras para que la gente empezara a interesarse por ese estilo, pero en el ‘mundo filtro’ no existe la paciencia necesaria para que las nuevas ideas puedan cultivarse y desarrollarse. El algoritmo está diseñado para facilitar el éxito rápido de algo que capta su atención de forma instantánea. Aunque Picasso tendría hoy una ventaja: con lo prolífico que era, en Instagram podría haber colgado un cuadro cada día y, seguramente, a base de publicar, puede que hubiera logrado llamar la atención.
-¿Qué pasa con el gusto personal? Seguramente, hay cosas que a mí me gustan y a usted no.
-El gusto personal es algo mucho más profundo que la colección de fotos, vídeos y canciones que vemos en las plataformas, pero el flujo algorítmico nos está diciendo constantemente que nuestras preferencias son esas, no otras. Al final, el algoritmo está moldeando nuestro gusto personal, lo está igualando al de otros usuarios y, en cierto modo, está acabando con él.
-En las redes no solo circulan fotos y canciones, también viajan ideas políticas. ¿El algoritmo opera igual con ellas?
-La libertad está relacionada con todo aquello en lo que podemos pensar. Somos más libres cuando tenemos menos cortapisas para creer lo que queramos, pero este ‘mundo filtro’ que crean las redes nos lleva a ser menos tolerantes porque el algoritmo tiende a exponernos únicamente a ideas similares a las nuestras y nos aparta de discursos que puedan resultarnos incómodos o que desafíen nuestro pensamiento. Así, nuestra forma de ver el mundo también se va estrechando. Esto facilita la polarización y hace que los extremos ideológicos estén cada vez más marcados. En mi país, por ejemplo, demócratas y republicanos solo consumen ideas de su lado y jamás las intercambian con las del lado contrario, el territorio intermedio ha desaparecido.
“El algoritmo está moldeando nuestro gusto personal, lo está igualando al de otros usuarios y, en cierto modo, está acabando con él”
-¿El malo de esta película es el algoritmo?
-El algoritmo es solo una herramienta. Si hubiera que señalar a un villano en esta película, señalaría a los CEOs de las grandes plataformas, que son los que deciden que estas operen así. Porque el algoritmo no tendría por qué guiarse por ese criterio, podría seguir otras reglas, pero sería menos lucrativo para ellos. No creo que quieran cargarse la cultura o la democracia, a ellos solo les interesa que los usuarios pasen el mayor tiempo posible conectados a la aplicación, porque es lo que les da dinero, y para lograrlo no les importa manipular a la gente como hacen a diario.
-¿Hay alguna manera de protegernos contra esto?
-Es importante la legislación. En Europa se están dando pasos en la buena dirección para proteger mejor los datos de los usuarios y regular el funcionamiento de los algoritmos, porque está claro que las grandes compañías, por altruismo, no lo van a hacer. Confío en la iniciativa individual y cada vez conozco a más personas que se están pasando a los ‘teléfonos tontos’, que son los que había antes de se les pusieran internet y las aplicaciones. Otra forma es abandonar las que no nos aportan nada bueno, y confiar en otras que funcionan mejor. Cada vez hay más plataformas que se guían por la recomendación directa de los usuarios, no por la que dicta el algoritmo. La solución es volver a confiar en las personas, no en la máquina.
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