-¿A quién ve en el espejo de Tío Vania cuando el escenario se lo pone delante?
-Yo pienso mucho en mi padre cuando represento Tío Vania, porque pienso en la gente que pasa toda su vida trabajando en un entorno rural, en una finca, siempre en un mismo lugar. Mientras todos los demás persiguen sus sueños, hay mucha gente que renuncia a moverse, a tomar decisiones. Y todo esto me recuerda a cuando yo me fui del pueblo siendo joven y mi padre se quedó, así que Tío Vania es una especie de paralelismo que hago con mi vida porque uno siempre tiene que buscar referentes y yo los encuentro en los personajes.
-Italo Calvino refirió en su ensayo Por qué leer a los clásicos (Siruela, 2015) que estas obras cumbre “son aquellos libros que nunca terminan de decir lo que tienen que decir”. ¿Cómo nos interpela hoy Tío Vania?
-Absolutamente, Tío Vania es un clásico que está más vivo que nunca. De hecho, tengo la sensación de que hay una especie de proliferación de “Vanias”, porque se ha representado en Inglaterra, Estados Unidos… Incluso, en Madrid, se han hecho dos este año. Chéjov siempre nos pone un espejo delante en cualquiera de sus obras y, en concreto, Tío Vania es una obra emblemática que ningún actor puede dejar escapar.
-La revisión de Pablo Remón se desdobla en dos funciones consecutivas: una primera versión libre representada en sala pequeña, sin escenografía, ni vestuario, ni luces; y una segunda adaptación clásica con escenografía, atrezzo y vestuario de la época. Entre estas dos miradas sobre el mismo texto, ¿con cuál se queda?
-Ay, no, no podría elegir para nada, yo me quedo con el pack entero. Me encanta que la gente vea la primera, que es más seca y más directa, y que no se pueda imaginar lo que va a ver luego en la segunda. Merece mucho la pena ver los dos montajes seguidos. Al final, son dos universos muy parecidos, porque es cierto que Pablo Remón escribe el primer Vania con verdadera adoración y con mucho respeto por la obra, desnudándola y dejándola en sus instintos más básicos; y luego la segunda función es una especie de juego entre dos mundos con dos miradas sobre una misma función que al final son dos. Creo que es una fantasía común de algunos pintores o músicos lo de poder hacer varias versiones de sus cuadros o canciones. En este sentido, Remón quiso hacer una versión distinta de su obra de teatro porque sentía que quizás se le quedaba corta la primera. Y creó esta maravilla.
-Como actor, ¿supone mucho desgaste físico atravesar estas dos obras titánicas una detrás de otra?
-Es verdad que son cuatro horas muy intensas, porque cada función dura casi dos horas, pero es muy gratificante para nosotros. La respuesta del público, sus impresiones sobre una y otra, es todo muy interesante. Yo lo disfruto muchísimo y estoy deseando llegar a Las Palmas de Gran Canaria para representarla, porque el público de esta ciudad es muy agradable y, además, vienen muchos amigos a verme. Estoy muy feliz.
-Frecuenta más la cámara que la escena, como su propio nombre indica, ¿qué le brinda el teatro como excepción?
-El teatro tiene esa inmediatez, que es poder respirar al público en directo, tomarle el pulso en ese momento y en ese día, y ver cómo la propia obra cambia mínimamente en cada representación y va evolucionando. Ese trasvase directo de emociones, de risas y de comunicación entre el público y nosotros solo existe en el teatro. Porque el teatro no es teatro solo porque haya unos actores encima del escenario, sino que necesitamos que el público vaya a vernos. Y esa comunión que se genera entre el escenario y el espectador es muy mágica, muy satisfactoria.
-En el contexto de precariedad que sufre el cine en España, usted es de los pocos actores que trabaja anualmente. ¿Se siente privilegiado?
-Yo conozco a mucha gente muy talentosa, que se esfuerza muchísimo, y que no tiene tanto trabajo, así que sí, soy un privilegiado, sin duda. Me he esforzado mucho, pero también he tenido mucha suerte por llegar a donde estoy, y le deseo a muchos de mis compañeros que también tengan esa suerte porque conozco a muchísimos que lo merecen con creces. Esta profesión es muy ingrata en ese sentido, porque te tiras mucho tiempo esperando a que suene el teléfono, a que salga la oportunidad de demostrar tu talento. A veces esa espera es muy difícil porque hay que estar muy preparado, muy concentrado y muy entrenado. Parece que hay muchas series, muchas obras de teatro, muchas películas, pero detrás de cada proyecto hay muchísimos profesionales valiosísimos que siguen esperando, y esperando.
-Aun así, ¿cree que el sector vive su momento más creativo y, al mismo tiempo, su momento más plural y diverso, como atestigua el reciente Premio Nacional de Cinematografía a la productora María Zamora?
-Sin duda, yo creo que el cine español vive un momento brillantísimo de creatividad y de talento, y también interesantísimo en cuanto a esa diversidad de propuestas, sobre todo, porque cada vez hay más mujeres dirigiendo, escribiendo, produciendo. Es cierto que, como decíamos, hay una situación de precariedad importante porque hacer cine es caro, muy caro, y es complicado porque la profesión en sí misma es difícil. Además, la pandemia machacó mucho al cine y está siendo complejo recuperarse, porque tampoco se llenan las salas como antes. Pero yo creo que en cuanto a creatividad y talento vivimos un momento espectacular, sin precedentes, y eso hay que celebrarlo a pesar de todo.
-¿Diría que ser actor le ha hecho mejor persona?
-Diría que me ayuda a querer serlo, porque esta profesión te enseña a vivir, a conocerte, a ser mejor persona, a empatizar con personajes con los que nunca pensaste en empatizar en tu vida. Te ayuda a comprender el alma humana, a comprenderte a ti, a tu propia forma de ser. Mi experiencia es que hay mucho de introspección en esta profesión y, sobre todo, de mucha conexión con el público. En este sentido, sí me siento un gran privilegiado, porque vivo esta profesión plenamente.
-A usted se le clavó una frase que le confesó la gran Amparó Baró durante el rodaje de 7 vidas, la mítica serie donde le conocimos como Paco, cuando le dijo que los nervios no se van nunca, y que, incluso, van a más.
-Pues imagínate. Es que no son solo los nervios, sino las inseguridades las que vuelven siempre. Uno piensa que, a medida que vas creciendo y aprendiendo, las deberías ir dejando atrás pero, en realidad, como los personajes van siendo más importantes, sientes que la responsabilidad recae más sobre tus hombros y eso impone mucho. Los nervios nunca se van, como decía la gran Amparo. Siempre hay días más luminosos y otros en los que estás más al borde del abismo, pero también creo que esos miedos te empujan hacia adelante. A veces te traicionan y eso es durísimo, pero luego es muy interesante y gratificante superarlos.
-Y con más de 30 años de oficio a sus espaldas, ¿destacaría a uno de sus personajes?
-Es cierto que hay personajes que se quedan más contigo, que te acompañan más, que te aleccionan. Por ejemplo, yo he encarnado a muchos personajes basados en vidas reales, que escribieron o crearon cosas increíbles a las que sé que no voy a llegar nunca, y ese tipo de personajes son los que se te quedan más dentro. Pero yo te diría que el personaje al que más cariño le tengo es al siguiente que voy a hacer y que no sé cuál es.