Los cinco estrenos de Francia en los grandes torneos con Didier Deschamps en el banquillo se habían saldado con triunfos. No iba a ser menos el sexto frente a Austria (0-1). Le amplió la estadística una ayudita de un autogol de Maximilian Wöber, que peinó hacia su portería un centro inofensivo de Kylian Mbappé, que cumplió otra tradición. Maldición, más bien.
El astro sigue sin marcar un gol en una fase final de Eurocopa. Pese a que se forra cuando se trata de un Mundial. Fracasó en su empeño en los cuatro partidos de la anterior edición y en la cita inaugural de Alemania. Se marchó frustrado por las dos claras ocasiones desperdicadas, dolorido por un fortísimo golpe en la nariz y ensangrentado; amonestado además por entrar en el campo sin permiso y perder tiempo.
Las primeras informaciones hablaban de fractura por la desviación que mostraba, que luego la federación francesa confirmó. Las evaluaciones médicas iban a estimar a última hora de la noche, si el delantero iba a ser operado en Düsseldorf para corregir la desviación nasal que presentaba.
Un Kanté vale por tres
Deschamps alineó a su delantera de gala y sentó a los tres madridistas del curso (Mendy, Camavinga y Tchouaméni), feliz por haber recuperado al mejor N’Golo Kante, símbolo del título mundial de 2018, y que andaba desaparecido de la selección en los últimos dos años, medio olvidado en Arabia Saudí.
El técnico quiso ver si era el mismo a los 33 años y, al comprobarlo, lo ha devuelto al eje del campo. “Me quedó la impresión de que había tres como él”, bromeó Marcus Thuram el sábado tras competir con él en los entrenamientos. Kanté solo se bastó para cortar una peligrosa contra de Wimmer a cinco minutos del final.
Acomodados los delanteros
Con Kanté formó Francia el once clásico, acomodados de la mejor manera los formidables delanteros que tiene, con Ousmane Dembélé y Thuram en las bandas, Antoine Griezmann en la mediapunta y Mbappé en punta. Es una simple referencia: el nuevo galáctico está en constante movimiento, presto a ser el destinatario del balón recuperado por sus compañeros. Prefiere cabalgar que esperar, sabedor de que si encara a un defensa en carrera, lo desborda con facilidad.
O provoca una falta. Y ahí anduvo atento Jesús Gil Manzano, que pitaba su primer partido. Vaya si pitó. Los austriacos son de pie fuerte, y los livianos franceses rodaron con frecuencia por el suelo. No advirtió un córner clarísimo tras la mejor ocasión de Austria en el primer periodo que desbarató Mike Maignan después de que Christoph Baumgartner se plantara solo ante sus narices aprovechando que Dalot Upamecano, el central francés, se había ido de excursión. Los austriacos se enfadaron más que los franceses con él.
Gil Manzano se estrenó en el torneo con siete amarillas y muchas protestas de los austriacos con sus decisiones.
Le faltan al cuadro centroeuropeo las gotitas de calidad que sí tienen los franceses, aunque las esparcieran con remates malísimos, malolientes.
Ida y vuelta
Sólo lleva dos años Ralf Rangnick en el banquillo de Austria -poco tiempo de trabajo para un seleccionador- y la buena organización táctica que caracteriza a los equipos del llamado El profesor, deberá corroborarse en otros encuentros. Se desordenó cuando fue a por el empate, a una ida y vuelta que con Francia es un suicidio por la velocidad con que sale al contraataque. Le faltan al cuadro centroeuropeo las gotitas de calidad individual que tienen otros futbolistas, los franceses, por ejemplo, aunque las esparcieran con remates malísimos, malolientes. No solo de Mbappé, el más reiterativo.
No se distrajeron los franceses con la cháchara política con la que se entretienen ellos y el país ante las inminentes elecciones que podrían causar un vuelco. Ni dieron pie a que pudieran recriminarles una desatención del juego. Desaprovecharon varias opciones de ampliar el marcador y tuvieron que conformarse con un triunfo feo. A quién le importa. “No hay nada mejor que empezar con una victoria”, había dicho Deschamps.