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Una batalla desigual

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La relación entre poder y música ha sido, y es, compleja. A lo largo de la historia podemos encontrar numerosos ejemplos de una presión constante hacia los compositores porque sus creaciones acababan siendo relevantes en el oropel de los fastos de gobierno y porque sus autores han sido vistos, en numerosas ocasiones, como legitimadores de determinados procesos políticos debido a su popularidad. Los dictadores han sido muy gustosos de arrimarse a la música más popular en cada momento y tratar de identificarse con ella para lograr mayor conexión con la ciudadanía y, a la vez, influir en el gusto y en la evolución musical a su antojo.

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