Con un Biden a la baja en la encuestas, el horizonte para los demócratas en las elecciones del próximo noviembre, a pesar de que todavía quedan meses y mucho espectáculo electoral por poner en escena, pinta un tanto oscuro. Por eso muchos liberales (lo que aquí llamaríamos “progresistas”) y centristas americanos tienen depositadas sus esperanzas en el que es prácticamente el único muro de contención que, a estas alturas y con la incógnita de qué le sucederá al magnate y expresidente en los tribunales, podría frenar una nueva victoria de Donald Trump: sí, Taylor Swift.
Aunque durante la primera parte de su carrera Swift se declaraba apolítica, todo cambió para la cantante al mismo tiempo que lo hizo para tantas mujeres americanas: con la victoria de Trump en 2016. Abiertamente favorable al aborto y a las causas básicas del progresismo (igualdad de género, antirracismo, derechos LGTBIQ+…), su primer posicionamiento político claro llegó en 2018, cuando decidió apoyar públicamente a los candidatos demócratas de su estado (Tennessee) en las elecciones de mitad de mandato. En 2020 iría un paso más allá al mostrar su apoyo a la candidatura de Joe Biden y prestar su canción Only the Young, en la que alude a los tiroteos en centros escolares y critica veladamente a Trump y los suyos, para que fuera utilizada en la campaña demócrata. La vicepresidente Kamala Harris le dio las gracias por los servicios prestados.
Hasta el momento, la todopoderosa Swift, única mujer que ha sido dos veces portada de la revista Time como ‘Persona del año’ (en 2017 y 2023), no se ha manifestado en favor de ninguno de los candidatos u opciones políticas que competirán por la presidencia este 2024, aunque parece intuirse por dónde podrían ir los tiros. La cantante se ha limitado a animar a los estadounidenses a inscribirse para votar, lo que, en un país en el que los republicanos luchan denodadamente en un importante número de estados para dificultar el registro de votantes o poner en cuestión a muchos de los que ya están inscritos, prácticamente se podría considerar un pronunciamiento político.
De lo que no hay duda es de que los republicanos la temen. Mucho. Sus candidatos y su legión de tuiteros llevan meses tratando de demoler su figura y alimentando teorías conspiranoicas como que la artista es un exponente de una especie de operación de propaganda diseñada desde el Pentágono. Fue muy criticado desde ese lado el protagonismo que se le dio en la última Super Bowl, donde la cantante actuó mientras su actual pareja, Travis Kelce, era uno de los jugadores que competía en el campo. Que la que consideraban “novia de América” se hubiera juntado con una super estrella del fútbol americano tenía mucho de sueño tornado en pesadilla para la América conservadora. Hasta el punto de que se llegó a tachar su relación de PRomance (‘romance de relaciones públicas’), cuestionando incluso cómo se habían conocido y si la artista había dedicado el tiempo a hacer el duelo de su anterior pareja que esos sectores consideraban necesario. Horas antes del espectáculo, Donald Trump llegó a pedir a la artista a traves de X (antes Twitter) que no se pronunciase a favor de Biden, recordándole cuánto dinero ésta le debía a la Ley de Modernización de la Música aprobada bajo su mandato, que actualizó y mejoró el régimen de ingresos por derechos de autor para los creadores.
Una bomba nuclear del consenso
Una de las claves que convierten a Swift en un arma poderosa a la hora de frenar la llegada de Trump a la Casa Blanca es su inmensa popularidad en EEUU, un abrumador consenso pocas veces visto antes. Según un estudio de la firma Morning Consult que recogía The Guardian, el 53% de los americanos se reconocen fans de la cantante, con un 16% declarándose ‘entusiastas’. Y eso que la encuesta se realizó en marzo de 2023, antes de que arrancase el abrumador The Eras Tour que ahora llega a Madrid, pero que antes ha arrasado otros rincones del planeta, en particular EEUU, batiendo todos los récords de alcance en directo de un artista. Otro sondeo, este de la cadena NBC y realizado en noviembre del año pasado, concluyó que el 40% de los electores registrados en EEUU tenían una visión positiva de Swift, notablemente más que de cualquier otra figura pública del país, presidente incluido.
La demostración de ese poder se pudo ver materializado hace unos meses. Cuando el 19 de septiembre, aprovechando el National Voter Registration Day, la cantante publicó en su cuenta de Instagram (283 millones de seguidores) un post llamando a sus conciudadanos a registrarse para votar, la organización Vote.org experimentó una avalancha súbita de 35.000 solicitudes para hacerlo, un incremento del 1,226% respecto a la hora antes de esa publicación, y un 115% más en la franja de votantes de 18 años en comparación con el mismo día del año anterior.
Otra de las causas del temor que despierta Swift en Trump y los suyos es hasta qué punto la artista podría ser la encarnación perfecta del ideal de su electorado. Además de blanca, anglosajona y cristiana (al menos hasta algunas crisis de fe de las que ha dejado constancia en sus canciones), la cantante nació y se crio en Wyomissing, una de esas pequeñas ciudades del Rust Belt (el ‘cinturón del óxido’) americano que han visto cómo su industria huía en busca de mercados con la mano de obra más barata, convirtiéndose en un importante caladero de votos de unos republicanos que han sabido capitalizar el descontento de la clase trabajadora blanca. Wyomissing está Pensilvania, uno de los disputados swing states que deciden cada elección estadounidense reciente por algunos puñados de votos.
No solo eso. Taylor vive desde hace años (al menos por temporadas) en Nashville, Tennessee, la capital de la música country. Fue allí donde se trasladó a vivir con sus padres cuando, siendo apenas una adolescente, decidió que quería ser la nueva Shania Twain y consagrarse a ese estilo musical. El country ha sido históricamente la música de la América profunda, asociada a los sectores más conservadores de esa sociedad. A pesar de contar con una larga lista de artistas marcadamente progresistas, con Woody Guthrie (este más folk que puramente country), Willie Nelson, Kris Kristofferson o Lucinda Williams a la cabeza, el country sigue siendo la música que brota a todo volumen de los altavoces de las descomunales pickups con banderas americanas que proclaman a los cuatro vientos su apoyo al movimiento MAGA (Make America Great Again) construido en torno al candidato republicano.
Que con los años Swift haya ido evolucionando hacia una música mucho más pop que de raíces y sombrero de cowboy no impide que siga teniendo más posibilidades de apelar a ese electorado conservador que muchas otras grandes estrellas, a pesar de que últimamente hayamos visto cómo algunas de las más populares viran hacia el country aunque vengan de tradiciones musicales totalmente diferentes (el caso de Beyoncé y su último álbum) o cómo en ese estilo han surgido artistas de enorme éxito como Orville Peck (abiertamente gay) o Lil Nas X (una persona negra además de manifiestamente queer) muy alejados del estereotipo blanco y heterosexual que era la norma hasta ahora. No es de extrañar que la audiencia tradicional del country se sienta asediada por ese giro súbitamente progresista de la que había sido banda sonora de su vida. Pero ya se sabe que no son las celebridades, ni la influencia de la música o del entretenimiento en general, quienes deciden unas elecciones, aunque puedan tener un papel importante. Al menos hasta ahora. Será interesante ver, en el caso de que Taylor Swift se decida a apoyar a algún candidato, si es realmente esa game-changer, esa persona capaz de cambiar las reglas del juego, que tantos ven en ella.