Era el Día D. Quién más quién menos se podía hacer a la idea de que era el de este martes, y no otro, el momento marcado en rojo en el calendario de Rafael Nadal. Poder jugar de nuevo en Barcelona fue especial, Madrid le permitió volverse a sentir tenista y darse un homenaje con su gente, pero todo eso formaba parte de un plan mucho más ambicioso que nunca escondió y que desembocaba en París, en Roland Garros, en esa pista fetiche que le ha visto ganar 14 veces, convirtiéndole en una leyenda viva del deporte.
Tantos recuerdos, demasiados días de gloria como para presentarse en la Philippe Chatrier simplemente “por estar”. En ella no había lugar para otra opción que no fuera sentirse capaz de competir. Y lo hizo, se dio sus oportunidades, pero la tozuda realidad y la lógica se se impusieron, haciéndole hincar rodilla en una primera ronda que era todo un rubicón, ante uno de los grandes favoritos a hacerse con el trono, Alexander Zverev.
Nadal se presentó en París sin ser cabeza de serie, sin apenas ritmo de competición y tras un largo periodo de baja por lesión durante el que llegó meditó profundamente la retirada. Problemas que no le impidieron luchar hasta la extenuación, su marca de la casa, para defender su historia y su legado. “No era la primera ronda ideal, desde luego,pero estar aquí ha sido un sueño. Fui competitivo y tuve mis oportunidades, pero no fue suficiente”, reconoció tras ser rendido por el alemán, en la que fue su cuarta derrota tras la sufrida ante el sueco Robin Soderling en 2009 y las dos contra Novak Djokovic en 2015 y 2021.
Dos años de sufrimiento
Casi dos años de sufrimiento y de sinsabores solo merecían la pena así, pudiendo mirar cara a cara a uno de los capos del circuito, fuera cual fuera el resultado final. Porque solo con ese objetivo fue viable el viacrucis que se autonflingió Nadal para volver. Ese que empezó con la rotura de siete milímetros en el abdomen que le dejó fuera de las semifinales de Wimbledon en 2022 y le puso en jaque en el US Open del mismo año. Meses después, en enero, su psoas dijó basta en Australia. Desde ahí, fundido a negro y reset hasta 2024, cuando quiso darse la oportunidad de volver a sentirse tenista.
Así fue quemando etapas, no sin dudas, en la gira de tierra hasta llegar a París, donde la suerte le fue esquiva de primeras. Máxima exigencia, a cinco sets por primera vez desde 2022. Frente a Zverev, campeón del Masters 1.000 de Roma y cuatro del mundo, la primera ronda más exigente de su vida en su torneo.
Una final en primera ronda, y el final, al menos por este año. Porque Nadal no quiso cerrar la puerta a volver a París. “Hay un gran porcentaje de que no vuelva a jugar aquí, pero no el cien por cien. Estoy jugando mejor que hace dos meses y mi cuerpo va mejorando, así que no puedo asegurar que vaya a ser mi último partido aquí en Roland Garros”, concedió, asegurando que sí que estará en los Juegos Olímpicos “dentro de dos meses para recibir de nuevo todo este apoyo”.
¿Última vez en París?: “No puedo asegurarlo”
Como si fuera un francés más, París se olvidó de rivalidades patrióticas habituales en otros tiempos y se rindió a su hijo predilecto al grito de “Rafa, Rafa”. Le arropó cuando sufría, celebró cuando por momento pareció que sí, que podía fabricar otro de sus milagros, y le rindió pleitesia al ser derrocado.
“Si es la última vez, la he disfrutado. Estoy en paz. La gente ha sido increíble durante toda la semana de preparación y hoy las sensaciones que he tenido son difíciles de explicar. Es especial sentir el amor de la gente en el sitio que más quiero”, reconoció el balear, que se resigna a decir adiós al lugar que le encumbró en 14 ocasiones. “Probablemente sea la última vez”, concedió Nadal, “pero insisto en que no puedo asegurarlo”.
Aún así, por si las moscas, París le dijo adiós en pie en un improvisado homenaje que le rindió la Philippe Chatrier tras ser consultado por Amelie Mauresmo, directoria del torneo, y del que también fueron partícipes su gran némesis Novak Djokovic y su heredero Carlos Alcaraz, ambos presentes en la grada.