Parece que haya que decirlo a escondidas, susurrando al oído a alguien de confianza: “pst, ¿qué canciones canta Taylor Swift?”. Una pregunta nada excéntrica y que contrasta con la omnipresencia diaria de la artista, sus imperiales cifras de negocio, su lista de estadios llenos ‘urbi et orbi’, su cacareado poder político y las intrigas sobre su vida sentimental que inundan medios y redes. ¿Qué canciones canta Taylor Swift? Pues ahí están ‘Anti-hero’, ‘Shake it off’, ‘Blank space’, ‘Cruel summer’, ‘Love story’…
Claro que ella tiene ‘hits’. Lo son estos, y muchos más: 49 canciones ha colocado en el ‘Top 10’ de Estados Unidos desde que, en 2008, ‘Love story’ la aupó como tierna (18 años) trovadora country-pop en la estela de Shania Twain y Faith Hill (banjo y violín incluidos). Pero una cosa son los éxitos, los temas que trepan un día en el ‘hot 100’, y otra los ‘blockbusters’ universales, aquellas canciones de las que no puedes huir. A eso se refería días atrás Neil Tennant (Pet Shop Boys) cuando, días atrás, preguntado por ‘The Guardian’ acerca de Taylor Swift, dijo sentirse interesado por “el fenómeno”, pero confesó que echaba de menos “canciones famosas”. Y lanzó la pregunta: “¿dónde está su ‘Billie Jean’?”.
Contra la corriente
Es posible que tenga algo de interrogante ‘boomer’ y que la percepción sobre el impacto de sus canciones vaya por franjas de edad. Sobre todo, si pensamos en los 80 o 90, cuando el ‘mainstream’ era una banda más ancha, y había menos medios y más transversales, y las músicas no se fragmentaban en tantos estilos y nichos. Pero Swift ha construido su aura sobrevolando la dependencia inevitable del ‘hit’, un logro llamativo en tiempos en que no dejamos hablar de la hegemonía del ‘single’ y de su miniaturización vía TikTok.
Todo apunta hacia una habilidad en la elaboración de una telaraña (alimentada de un adictivo relato en torno a su persona: miedos y euforias, descalabros emocionales y derivadas en roce con la salud mental) en la que ha envuelto a un núcleo fidelizado de seguidores cuya identificación es tal que se ha contagiado al resto de la humanidad (o casi). Es concluyente esa apuesta por el álbum, la historia completa, radicalizada en el reciente ‘The tortured poets department’, doble y sin ‘singles’ de adelanto, así como la regrabación de su catálogo con la leyenda de ‘Taylor’s version’. Sus cinco Grammy al álbum del año (un récord) son otro detalle que pone el foco en el cancionero largo.
Hay ídolos pop cuya suerte depende de su gracia para fabricar ‘hits’, y por ello su vínculo con el público puede ser inestable. Swift ha andado un camino un poco más sinuoso, pero finalmente proveedor de lazos fuertes (por ahora). Viene del country y de la ‘cantautoría’ folk, el reino del ‘storytelling’. En España, su proyección a lo grande la han logrado sus discos más intimistas, los pandémicos ‘Folklore’ y ‘Evermore’, y el sonámbulo ‘Midnights’, en los que te puedes hundir y perder el mundo de vista, hechos de canciones serpenteantes con cierta alergia al estribillo nítido. Pero sería erróneo decir que Taylor Swift no ha sabido crear tonadas superpop: en ‘Lover’ (2019) hay unas cuantas.
¿Dónde están los ‘hits’? Pues ahí, entrelazados, casi confundidos, con sus medios tiempos cabizbajos y las baladas al piano. Así diseñó el oceánico repertorio (45 temas) de ‘The eras tour’, que recala este miércoles y jueves en el Bernabéu, a partir de bloques relativos a sus álbumes, prescindiendo del recurso habitual de dejar los mayores éxitos para el final. Manda la narrativa, suya y solo suya, insinuando un modo distinto de ser estrella pop.
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