“Dibujo cada hora del día. Mira, ahora estoy con esto: orejas. Me encanta dibujarlas. Y las caras, como estas que hice anoche en un restaurante, humanas y monstruosas -dice mostrando a la cámara del ordenador dos páginas con grandes e inquietantes orejas y dos fantasmagóricos rostros a lápiz-. A veces me levanto de noche y me pongo a dibujar lo que he visto en sueños. Es mi manera de entender las cosas”. Emil Ferris (1962), por videoentrevista desde su Chicago natal, confirma que está ya mucho mejor de las secuelas del virus del Nilo que en 2001 le transmitió un mosquito y que la paralizó durante unos años de cintura para abajo y de la mano derecha.
Madre soltera, ilustradora médica y diseñadora de juguetes para McDonald’s, como terapia empezó entonces a dibujar con bolígrafos de colores ‘Lo que más me gusta son los monstruos’ (Reservoir Books / Finestres). Tenía 55 años cuando, tras verlo rechazado por una cincuentena de editoriales, con él firmó en 2017 uno de los debuts más arrolladores, rompedores y sorprendentes del cómic, que cautivó a grandes del medio como Art Spiegelman, Alison Bechdel, Daniel Clowes y Chris Ware y cosechó una veintena de premios, entre ellos tres Eisner, la Fauve d’Or de Angulema, dos Ignatz, y el del Cómic Barcelona.
Eran 400 páginas a las que ahora se suman otras tantas de la segunda parte que ya ha llegado a librerías. Y sigue dibujando, confirma. Con trasfondo autobiográfico, las protagoniza la pequeña Karen Reyes, que vive en el multiracial y gansteril ‘uptown’ del Chicago de finales de los 60. Le gustan las chicas, el arte y las revistas ‘pulp’ y el cine de terror, y se dibuja a sí misma en su diario como una niña lobo detective mientras investiga el asesinato de su bella vecina judía, Anka, superviviente del Holocausto.
¿Sueña con monstruos?
Sí, buenos y malos. A veces llegan en forma humana, a veces en su forma monstruosa. Y me explican cosas de todo tipo. Anoche me hablaban por teléfono y del otro lado un monstruo me hizo ver que estaba con monstruos malos. Me decía, ‘vete, huye al bosque porque este lugar es peligroso’. No sé si refería al lugar donde estamos todos juntos: tengo la sensación de que en el mundo están pasando cosas que, si las toleramos, permitiremos que triunfen los peores aspectos de la humanidad. Nos tormentarán a todos y no habrá ningún lugar seguro. Es una advertencia sobre el tiempo en que vivimos. Es el momento de luchar de manera no violenta pero sí firme contra la mentalidad mediocre de gente que quiere destruirlo todo porque está enfadada y actúa por miedo y odio, emociones inútiles que no ayudan a nada y solo sirven a la élite que está encima de todo y en la que se oculta muchísima maldad.
Lo apunta en el cómic: “El sistema, el gobierno, las iglesias, las televisiones, los colegios, quieren que no uses la cabeza para controlarte, debes ponerlo todo en duda”.
Sí. Debemos cuestionar a esa élite que nos dice que no somos lo suficientemente brillantes ni inteligentes o que la humanidad no vale la pena. ¡Cómo que nos pueden sustituir por inteligencia artificial! ¡Qué gran mentira! Yo no me la trago y no quiero que nadie la crea. Somos el poder más puro de la creación, nuestra imaginación no tiene límite y no hay nada que no seamos capaces de hacer si actuamos por amor. Espero hacer mil libros en mi vida, pero si solo son estos dos quiero que abran la mentalidad de la gente sobre porqué nos explican mentiras y nos quieren convertir en robots. No quiero vivir en un mundo en que nos digan que no nos hagamos preguntas, debemos cuestionarlo todo constantemente e informarnos en fuentes independientes y pensar quién se beneficia de que no nos cuestionemos nada.
“La inteligencia artificial nunca podrá sustituir a la humanidad”
Queda bastante claro qué opina de la IA…
Nuestros niños y mucha gente va hoy por la calle mirando el teléfono, no es bueno, es un bucle terrorífico que nos aparta de la vida. Cuando vas a museos, al Louvre, al Prado…, ves a turistas que solo miran los cuadros a través del móvil. Son incapaces de mirarlos directamente. En el cómic reproduzco cuadros porque quiero que la gente entienda la dimensión espiritual de esa experiencia sin un filtro que lo reduce todo en una cajita de luz. Cuando dibujo un cuadro con algo tan humilde con un bolígrafo bic le digo al lector: ‘esto es tuyo, te pertenece’. Hay algo democrático en el arte, creamos historias llenas de significado. Nos dicen que la IA es capaz de crearlas, pero no: puede robarlas o copiarlas pero nunca será capaz de crear algo nuevo. Es el transhumanismo, la época del nuevo Frankenstein, y debemos decidir si lo amaremos o pondremos límites a la criatura.
Las referencias al arte son constantes. Picasso, Goya…
Me encantan, y también pintores catalanes como Miró y Dalí. De hecho, un cuadro suyo en el Instituto de Arte de Chicago me cambió la vida. [Se trata de ‘Invención de los monstruos’, lleno de amenazas de peligro y presagios de guerra].
Anka y el hermano mayor de Karen, Deeze, son ejemplos de cómo sobrevivir en los peores mundos -el Holocausto o un barrio de mafiosos como el que usted se crió-. Deben hacer cosas que no les nos gustan para evitar otras peores.
Debemos estar preparados para eso. Los artistas hacemos muchas cosas para seguir siéndolo y también para dar de comer a los hijos. Yo hice de camarera, limpié casas…
Karen debe asumir la muerte de gente cercana. ¿La teme usted?
La muerte es un barrio al que no hemos llegado, con sus propias reglas. Tengo la sensación de que es algo muy poderoso. Creo que será una experiencia bella. Quizá es ese el secreto que nos ocultan, que al morir descubriremos cosas sorprendentes y muy distintas de lo que creemos. Quizá será el mundo al revés. La revelación que espero que la gente tenga con el libro es que somos poderosos y podemos cambiar las cosas y que estar muerto estando vivo puede ser maravilloso.
“Si volvieran los nazis seguro que intentarían matarme solo por tener la columna desviada”, escribe. Le da pie a hablar de ‘bullying’.
Yo tuve suerte, porque de niña era la rara, tenía la columna desviada y debía llevar un alzador en el zapato que me hacía cojear. Me operaron y tenía una férula en el torso. Pero la mayoría de niños y niñas eran muy pobres y me defendían porque les explicaba historias de miedo y, como querían saber cómo terminaban, no podían permitir que pegasen a la rarita. Siempre me salvaron las historias.
Denuncia también el odio por temas de raza o libertad sexual.
Me gusta el compromiso de los jóvenes de hoy con la tolerancia y la justicia social. Espero que mi libro fomente eso, es mi herencia. Y más ahora, con el genocidio [alude a Gaza], donde hay quien fomenta el odio a los árabes.
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