Se saca un huevo crudo de su cáscara, se le clava en la yema la jeringuilla que contiene el líquido, se inyecta el líquido presionando el émbolo, y listo: en pocos segundos, brota de la yema una segunda yema. El sencillo procedimiento explica a la perfección los efectos que provoca la sustancia que da título al segundo largometraje de Coralie Fargeat.
Su presentación a concurso ha generado expectativas extraordinarias porque, dado el excelente manejo de la sangre y la violencia que la directora francesa demostró en su ópera prima, ‘Revenge‘ (2017), se auguraba que la nueva película podría generar aquí un revuelo similar al provocado por la que acabó ganando la Palma de Oro en 2021, ‘Titane’. Visto lo visto, las posibilidades de que acabe sucediendo son escasas, pero eso no significa que ‘The Substance’ no proporcione un auténtico festín para los amantes de lo bizarro.
Su peripecia argumental arranca cuando, tras ser despedida del programa televisivo de aerobic que protagoniza el mismo día que cumple 50 años, una antigua diva del cine -encarnado por una Demi Moore apabullante-, decide probar ‘The Substance’ con el fin de obtener una nueva versión de sí misma más joven, hermosa y perfecta.
La relación entre la mujer y su ‘doppelganger’ está condenada a acabar mal, y lo que sucede en el camino es una orgía de terror corporal compuesta de imágenes de espaldas partidas por la mitad de las que surgen brazos, agujas que perforan forúnculos purulentos, colgajos de carne podrida, ruidos de huesos que se quiebran, dientes que se caen y una respuesta bastante creativa a quienes se preguntan para qué sirve el ombligo. Entretanto, Fargeat intercala escenas que se recrean contemplando glúteos femeninos con delectación, para parodiar la mirada típicamente marrana y demostrar qué marrana y patética resulta.
A decir verdad, la capacidad de convicción de ‘The Substance’ es inversamente proporcional al tiempo que el espectador dedique a buscarle el sentido a su argumento. Su moraleja -sobre los monstruos que genera la obsesión por la belleza impuesta por los hombres- es predecible desde el principio, su discurso feminista es puro pretexto, y no aporta nada propio con lo que complementar su colección de referencias a relatos de Edgar Allan Poe, Oscar Wilde y David Cronenberg, a ‘Basket Case’ (1982), de Frank Henenlotter, y a ‘Carrie’ (1976), de Brian De Palma. Su gran baza es la macabra creatividad de la que Fargeat hace gala al componer imágenes que no pueden ser descritas aquí, y algunas de las cuales no se olvidarán fácilmente.
Si hablamos de asuntos memorables, resulta apropiado hacerlo de Eduard Limónov. Poeta y novelista punk, vagabundo, mayordomo, mercenario, golpista, traficante de armas y preso en Siberia, es uno de los personajes más pintorescos que la literatura rusa ha dado en las últimas décadas.
Su historia es tan fascinante, y fue relatada de forma tan absorbente en la biografía que le dedicó el francés Emmanuel Carrère en 2011 -de quien el propio Limónov dijo: “ha escrito un mismo sobre mí para hablar de sí mismo”, aunque no exactamente con esas palabras-, que resulta muy difícil de entender qué poco partido les saca a ambas fuentes el nuevo trabajo de Kirill Serebrennikov, ‘Limónov: The Ballad of Eddie‘, segunda de las aspirantes a la Palma de Oro presentadas este domingo.
La película dedica una parte tan grande de sus 140 minutos a recrear los años de juventud que el escritor pasó en Nueva York, durante los que cultivó su gusto por la automitificación y una rabia contra el Sistema motivada más por la envidia que por un verdadero espíritu revolucionario, que luego se ve obligada a repasar sus años posteriores de forma atropellada y echando mano de confusas elipsis.
De hecho, Serebrennikov omite por completo o bien simplifica con tosquedad algunos de los episodios más extravagantes de la vida de Limónov, como el tiempo que pasó combatiendo en la guerra de los Balcanes en el bando de los serbios o el proceso que lo llevó a fundar en Rusia el Partido Nacional Bolchevique, una agrupación fascista. Como resultado, ningún espectador de la película que no conozca de antemano la vida y milagros de su protagonista saldrá de verla entendiendo qué necesidad había de gastar en él tanto metraje.
Carax por Carax
¿Quién es Léos Carax? Es la pregunta que pretendía hacerse la exhibición que el Centro Pompidou de París planeó hace unos años sobre el autor de películas magistrales como ‘Mala sangre’, ‘Los amantes de Pont Neuf’ y ’Holy Motors’, y con motivo de la que le encargó un videoensayo autobiográfico. En lugar de completar la pieza en su día -la organización de la muestra fue pospuesta indefinidamente-, finalmente Carax ha estrenado ahora en el Festival de Cannes el extraordinario mediometraje ‘C’est pas moi’, un manifiesto con el que parece reivindicarse como el sucesor natural de Jean-Luc Godard adoptando las maneras de los videoensayos que el maestro suizo compuso en la última etapa de su carrera, y en el que el cine, la historia y el relato personal llegan a hacerse indistinguibles.
Por él pasean el padre de Carax, su madre y su hija; se asoman F. W. Murnau, y Jean Vigo, y tantos otros cineastas; aparecen MonsieurMeree -el señor Mierda, una especia de ’alter ego’ encarnado por su actor fetiche, Denis Lavant-, y desfilan David Bowie, y Nina Simone y Hitler además de otros líderes autoritarios más.
Y entre todas esas cosas están los fragmentos de sus películas, obras exuberantes y esplendorosas, y rebosantes tanto de humor negro como de tormento existencial. El resultado es una obra que quizá no aporte gran cosa a quienes no están familiarizados con el director o no le tengan particular estima, pero capaz de hacer inmensamente felices al resto.