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El asombroso Palacio de Diocleciano, el primer emperador romano que abdicó de forma voluntaria


Puede inducir a error situar este palacio en Split, donde sin duda se encuentra, porque en sus orígenes no había allí nada que no fuera la impresionante fortaleza que hizo construir Diocleciano, con su muralla meridional ‘clavada’ en las aguas mansas del Adriático. Fue el 1 de mayo del año 305 de nuestra era cuando el emperador se trasladó allí con todo su séquito. La ciudad de Split, en la actual Croacia, comenzó a crecer alrededor del palacio muchos siglos después. Para proveer al complejo de agua dulce hubo que levantar un acueducto de nueve kilómetros, que aún está en servicio.

Confunde un poco también denominar ‘palacio’ a lo que en realidad era una impresionante ciudad palatial, comparable a la Alhambra de Granada o a la Ciudad Prohibida de Pekín. De hecho, la ciudadela estaba dividida en dos partes: la meridional, asomada al mar, donde Diocleciano tenía sus aposentos privados y se levantaban los edificios más sobresalientes, y la septentrional, ocupada por un enjambre de servidores, militares, artesanos, funcionarios, etc., que vivían con sus familias, hasta sumar por encima de dos mil almas.

Quince años vivió allí Diocleciano apartado del mundanal ruido, pero no de sus pompas y vanidades, ya que gustaba vestir la púrpura que resaltaba su condición imperial y que nadie más podía utilizar, no porque fuera exclusiva de su dignidad, sino porque para obtener un solo gramo de ese preciado color hacía falta moler hasta veinte mil ejemplares de un raro molusco. Cuando el emperador se asomaba al gran balcón que domina la plaza principal, todos los presentes tenían que tumbarse boca abajo en el suelo con los brazo extendidos en cruz. Tampoco se buscaba la reverencia absoluta que puede deducirse de tal gesto, sino la seguridad de que nadie iba a atentar improvisadamente contra la vida del dignatario.


Actual catedral de Split, en el palacio de Diocleciano


Mattias Hill/CC

El más extraordinario de los edificios de aquel complejo, rematado por una excelsa cúpula, era sin duda el mausoleo destinado a acoger los restos de Diocleciano, pero, justicia poética, en la actualidad ese asombroso monumento se ha convertido en la catedral de Split, en cuyo interior no se encuentra ya desde hace siglos ni rastro de los restos del gran enemigo del cristianismo.

Diocleciano fue un emperador romano que tuvo una muerte natural, algo inusual en ese cargo. Pasó a la historia por ser el mayor perseguidor de cristianos de todos los tiempos, como avala el hecho de que el treinta por ciento del santoral de la Iglesia lo constituyan creyentes que murieron martirizados durante su reinado. Llevado de un miedo paranoico a ser asesinado, fue también el único en abdicar de su imperio para refugiarse en este escondido palacio que había mandado construir secretamente en la laberíntica costa dálmata, que tan bien conocía por haber nacido en la vecina Salona, de madre iliria. En esto no fue único, ya que Santa Elena, la madre de Constantino, famosa por haber construido la Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén, también era iliria y había nacido en la misma localidad, perteneciente en aquella época a la Provincia romana de Dalmacia.

A la muerte de Diocleciano, el imponente palacio quedó en manos de sus desconcertados servidores, pero no por mucho tiempo, ya que sin las inacabables arcas de su señor, la supervivencia era imposible. Curiosamente allí perdió la vida también el último emperador romano, Julio Nepote, que había buscado refugio entre sus muros tras la caída de Roma, lo que no evitó que fuera alcanzado por sus perseguidores, quienes acabaron allí mismo con su vida. El lugar permaneció en el abandono durante tres siglos. Después fue ‘okupado’ por todo tipo de recién llegados, hasta terminar formándose una especie de pequeña ciudad. Entre los nuevos colonos cabe destacar una numerosa colonia de judíos sefardíes expulsados de España, que aún conservan abierta al culto una sinagoga de la época. Fueron ellos quienes financiaron la construcción del fantástico Paseo Marítimo, que ahora separa la fachada meridional del complejo del mar. Aunque en la actualidad apenas suman un centenar, fueron aquellos judíos también quienes, según asegura mi guía, Dino Ivansich, dejaron un buen número de palabras españolas incrustadas en la recia lengua croata.


Turistas en el palacio de Diocleciano


AFP

El complejo palatial constituye hoy lo que podríamos denominar el ‘casco antiguo’ de Split, ya que en sus callejuelas, patios y pasadizos se ha instalado un sinfín de negocios y viviendas que lo llenan de vida a cualquier hora del día. Uno no se cansa de recorrerlo y descubrir nuevas rinconadas, así como de admirar sus fundamentos, ya que son visitables los inmensos sótanos, que dan idea de cómo eran los aposentos imperiales, ya desaparecidos en su mayor parte. Allí se conservan aún los baños romanos con diversas piscinas a distintas temperaturas -los clásicos caldarium, templarium y frigidarium-, que se llenaban con agua tomada del mar.

Muy cerca se encuentra Salona. Es una vista imprescindible, ya que en tiempos romanos fue la capital de la Provincia Dálmata y lugar de nacimiento de Diocleciano. Su circo, bastante bien conservado y con capacidad para veinte mil espectadores, nos dice que allí vivían unas sesenta mil almas. Pero, sobre todo, nadie debe perderse las ruinas de la basílica paleocristiana, que se tiene como la primera levantada, en los primeros siglos del cristianismo por la incipiente comunidad de seguidores de Cristo, que, tras la muerte del Mesías, comenzaban a extenderse por las riberas del Mediterráneo. Se dice que fue el predicador Venancio quien probablemente organizó allí la primera comunidad cristiana a comienzos de la segunda mitad del siglo III. Aunque la basílica parece datar de principios del siglo IV, bajo los auspicios del obispo Sinforio. No deja de tener cierta justicia poética también que en la mismísima ciudad natal del gran perseguidor de cristianos se levantara la primera basílica de esa religión.



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