En 2017, tras décadas de coberturas a lo largo y ancho de Brasil, Eliane Brum decidió que su vida cómoda en São Paulo no tenía sentido y se mudó a la Amazonia. Altamira, su nuevo hogar, lejos de ser un lugar idílico, era (y sigue siendo) el epicentro de la destrucción. Madereros, traficantes, garimpeiros (buscadores de oro) y usurpadores ilegales de tierra transformaron la ciudad en la más violenta de Brasil desde que empezó a construirse la polémica megapresa de Belo Monte, en 2011. Asentada en el ojo del huracán, Brum volvió a hacer periodismo de base. Y proclamó por todos los medios que la Amazonia es el centro del mundo y las grandes urbes, periferia. “Aprendí a vivir en medio de la catástrofe, lo que me convirtió en un ser humano mucho más peligroso”, escribe en La Amazonia, publicado en castellano por Salamandra.
El libro, publicado en portugués en 2021, en medio del mandato de Jair Bolsonaro, combina declaraciones de amor a una selva llena de “jardines de piedra” que lanza “ríos voladores al cielo”, una desgarradora descripción del colapso climático y una pragmática llamada a la acción global. “Desde que comencé a vivir en Altamira y a entender con mi cuerpo la vida siendo naturaleza, entendí que la mejor definición para la selva no es la de naturaleza, sino la de una relación entre mundos visibles e invisibles, humanos y más que humanos. La única definición posible es la de la interdependencia. Los indígenas se consideran selva”, asegura la periodista en vídeoentrevista con El Periódico de España, del mismo grupo editorial.
Sin Amazonia, mundo hostil
Eliane Brum denuncia en las páginas de La Amazonia que sin la selva, “el sumidero de carbono más grande del mundo, no hay forma de controlar el calentamiento global“ y que tendremos un futuro hostil. Al mismo tiempo, el libro está regado de imágenes poéticas que atraviesan al lector. Un árbol grande libera a la atmósfera, a través de la transpiración, más de mil litros de agua al día. La selva llena la atmósfera de ríos voladores que alimentan los sistemas de lluvias de América del Sur. “Hay pocas criaturas más artísticas que las semillas, con sus colores y formas. La sensación de verlas volar desde las manos a la tierra preparada, es casi mejor que llegar al orgasmo”, escribe en el libro.
Al describir los incendios que ve desde su ventana no despliega datos, argumentos científicos o relatos periodísticos. Describe con extremada sensibilidad esa “masa verde que va a convertirse en cenizas”. “Son árboles, criaturas maravillosas, quemándose, pero cada árbol es un planeta con millares de seres vivos. Son monos quemándose, perezosos quemándose, armadillos quemándose, mariposas, pájaros, lagartos, serpientes quemándose. Cada incendio es un holocausto de seres vivos”, asegura a este diario.
Eliane Brum está profundamente afectada por las inundaciones que han arrasado el Estado de Rio Grande do Sul, donde nació en 1966. “Lo que se preveía, sucedió. Las imágenes de horror deberían servir de alerta a una humanidad que parece que ya no es capaz de entender las alertas. Es el cine de catástrofes haciéndose realidad sin ningún plan de mitigación, prevención y adaptación en un Estado que mayoritariamente votó al negacionista del clima Jair Bolsonaro”, denuncia en un artículo reciente en El País.
Acción directa de mujeres
A lo largo del libro, Brum teje semejanzas entre los movimientos sociales occidentales de los últimos años y la resistencia indígena. Afirma que las guerreras de la etnia Munduruku concibieron una versión propia y mucho más radical del movimiento Me Too. Maria Leusa Munduruku, a quien sus enemigos pusieron un precio a su cabeza (100 gramos de oro), suele aparecer en sus intervenciones públicas amamantando a su bebé. Las mujeres munduruku –relata en el ensayo– “se mueven en grupo y llevan a sus hijos con ellas a lo que los activistas urbanos llamarían acciones directas. Los niños van aprendiendo con ellas a resistir y actuar de forma colectiva. Los hijos son criados, cuidados y alimentados en comunidad, y se los educa en la confianza en el grupo. Leche y guerra”.
La descripción de las acciones directas de los Munduruku viene sazonada con referencias a los jóvenes europeos, que “han conseguido lo que los científicos no lograron en décadas”. “Esa generación inspirada en Greta Thunberg entiende el lugar de la naturaleza, entiende la Tierra, el planeta, no como un lugar para la extracción de recursos, sino como una casa, y eso se aproxima mucho a una concepción de los pueblos-selva, de los pueblos-natureza, de que no existe esa idea cartesiana de separar la naturaleza. Los pueblos de la selva no pertenecen a la selva, ellos son selva”, asegura. En La Amazonia, Eliane narra cómo al conocer a los jóvenes activistas por el clima en Londres pensó, “son indígenas, pero no lo saben”. “Al escuchar a los adolescentes de Fridays for Future, me di cuenta de que era fundamental construir también una alianza con la juventud climática, mayoritariamente blanca, europea y de clase media. Si se unían todos los cabos sería posible transformar el mapa geopolítico del mundo”, escribe.
Cadena de consumo
Tras elogiar la sensibilidad climática de los jóvenes europeos, la autora lanza una durísima crítica contra sus padres y abuelos que observan el colapso climático con distancia, en un proceso de “alienación brutal casi suicida”. “¿Cómo sentirse lejos si parte de la carne que se consume en Europa viene de Brasil, si la carne consumida en China viene de Brasil, la soja viene de la selva deforestada de Brasil? Las grandes multinacionales que están destruyendo la Amazonia son noruegas, inglesas, francesas…. La deforestación se convierte en soja, en pasto para ganado. Está totalmente conectado al modo de vida de las personas”, afirma con voz compungida.
La autora considera que solo un cambio radical en el consumo evitará el colapso climático. Y, de nuevo, coloca a los jóvenes del norte como gran inspiración: “Estos adolescentes con cara de niño condenan el gran objeto de consumo del siglo XX, el coche, y también el avión. Utilizan la bicicleta y el transporte público. Censuran la industria de los combustibles fósiles y del plástico. Desaprueban el consumo de carne, también una constelación de chefs estrella. Dicen que es mejor no comprar ropa y otros objetos, sino intercambiarlos y reciclarlos, y así cuestionan la industria de la moda”, escribe Brum en su ensayo.
Amazonización del mundo
La trama de La Amazonia tiene un propósito bastante explícito: una invitación a la “amazonización” del mundo más allá del territorio geográfico de la Amazonia. La amazonización del mundo, según Eliane, es un movimiento para derribar la hegemonía del pensamiento occidental, patriarcal, blanco, masculino y binario que ha dominado el planeta durante los últimos milenios y ha exterminado, silenciado o empujado a las periferias todas las demás formas de percibirse en el mundo. Para la autora, llegó la hora de escuchar a los que fueron calificados de bárbaros. “El desafío es volvernos otro tipo de gente y volvernos otro lenguaje. Yo entiendo el lenguaje como eso que nos constituye, nuestro modo de entender el mundo, nuestros valores. Tenemos que cambiar radicalmente nuestra relación con la naturaleza. No puede seguir siendo una relación como consumidor, una relación extractivista. Y tenemos que cambiar radical y muy rápidamente. No tenemos tiempo, no tenemos tiempo”, concluye con una voz a la vez dulce y determinada.