De Jacques Audiard suele decirse que cuenta historias sobre mundos violentos revisando la retórica del cine de género -la intriga carcelaria en ‘Un profeta’, el melodrama en ‘De óxido y hueso’, el western en ‘Los hermanos Sister’-, pero lo que pone en común la mayoría de sus ficciones es que son ensayos intensísimos sobre la transgresión y el significado de vivir peligrosamente. Y desde ahora sabemos que su inspiración a la hora de abordar esos temas es autobiográfica porque, después de todo, hay que ser un auténtico temerario -un temerario genial- para atreverse a hacer una película como la que él ha presentado este sábado a concurso en el Festival de Cannes: ‘Emilia Pérez’ es un culebrón musical sobre un narcotraficante que cambia de sexo, rodado en México y hablado en inglés y español, idiomas que Audiard no habla.
Y resulta tentador aventurarse a predecir que, gracias a él, el francés podrá poner en su vitrina una segunda Palma de Oro al lado de la que ganó en 2015 por ‘Dheepan‘, en parte porque su exuberancia, su espíritu feminista y su audacia sin duda habrán deslumbrado a la presidenta del jurado, Greta Gerwig, directora de ‘Barbie‘ (2023); cualquier versión del palmarés en la que su título no aparece, en todo caso, resulta impensable.
Lo que se cuenta en ella, decimos, es la operística rebelión personal de un señor de la droga que decide cambiar de sexo para ser finalmente capaz de vivir como la mujer que siempre ha sido, y que tras hacerlo se convierte en una heroína del pueblo llamada Emilia Pérez, encarnada por la actriz andaluza Karla Sofía Gascón.
El retrato que Audiard hace de ella llega a alcanzar dimensiones casi mitológicas, erigido en símbolo de la libertad individual en un país podrido hasta el tuétano, y para trazarlo la película avanza a través de episodios melodramáticos febriles y, sobre todo, de una sucesión de interludios musicales que incluye una coreografía inspirada en las de Busby Berkeley a ritmo de una tonadilla sobre vaginoplastias, una melodía ‘tontipop’ ilustrada con el tipo de videoclip que proyectan en las pantallas de los karaokes, una balada que bien podría haber firmado Shakira, un par de bailes en los que la actriz Zoe Saldaña -portentosa- se muestra poseída por Lola Índigo y una canción como las de Selena Gomez interpretada por… Selena Gomez -cuyo trabajo actoral, eso sí, es el eslabón más débil-; el resultado es una película mucho más loca de lo que sugiere lo aquí explicado, y tiene momentos en los que bordea el ridículo, aunque son muchos más aquellos durante los que se acerca a lo sublime. Sigamos hablando de ella el próximo sábado, cuando recoja su premio.
Jia Zhangke hace inventario
A lo largo de su carrera, Jia Zhangke se ha confirmado como el principal cronista cinematográfico de la China moderna. Y ‘Caught By the Tides’, la sexta de película de su carrera que compite en Cannes, es su retrato más definitivo hasta la fecha de las numerosas transformaciones experimentadas por el país en el siglo XXI a causa de la expansión cultural y económica, la urbanización y la globalización. Y para revisar esa historia reciente el director echa también la vista atrás a lo largo de su propia filmografía, literalmente: en su mayoría, la nueva película se compone de metraje que rodó en diferentes formatos entre 2021 y 2023, y hasta incluye material que en su día filmó para algunas de sus películas anteriores, como ‘Unknown Pleasures’ (2002) y ‘Naturaleza muerta’ (2006).
‘Caught By the Tides’ acompaña a una mujer a lo largo de 20 años durante los que experimenta un romance fallido y trata de sobrevivir a los traumáticos cambios que se producen a su alrededor, y entretanto transcurre principalmente a la manera de hipnóticos montajes de imagen y sonido. De encarnar al personaje se encarga Zhao Tao, esposa de Jia y su más estrecha colaboradora a lo largo de su carrera. Solo una pequeña parte de las escenas en las que aparece fueron rodadas específicamente para esta película, pero, a pesar de ello, el retrato femenino resultante de ellas no solo resulta coherente sino rotundamente conmovedor.
Mientras se pasea por la pantalla observando lo que sucede a su alrededor como una prolongación ficticia del propio Jia, a través de sus ojos somos testigos de la euforia que generó en el país la elección de Pekín como sede de los Juegos Olímpicos de 2008, la devastadora construcción de la presa de las Tres Gargantas y los demoledores efectos que la pandemia tuvo entre sus ciudadanos. Pero lo que aquí importa no son los sucesos que aparecen en pantalla, sino la cadencia poética y la embriagadora atmósfera de melancolía de las que Jia los envuelve.
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