“Este 17 de mayo ha hecho un año de mi accidente. Estoy estupendamente y muy agradecido a toda la gente que me ha ayudado. Mucha gente me dice que será algo que quiera borrar de la mente, pero la verdad es que siendo algo no deseado, es una experiencia que no quiero olvidar. Salir vivo de un accidente a 7.700 metros, con una fractura abierta…”. Con esta lectura de un episodio que le pudo costar la vida, no es casualidad que Carlos Soria Fontán (Ávila, 5 de febrero de 1939) desprenda una vitalidad magnética e inspiradora. A sus 85 años tiene la ilusión intacta de subir más montañas y conquistar techos.
Hace un año, cuando ya veía de cerca la cima del Dhaulagiri -su decimotercer ochomil-, saltó por los aires arrastrado por un sherpa que se cayó. Se rompió la tibia y, a 7.700m le comunicaron que ningún helicóptero podía subir a rescatarle. “Las diez primeras horas, sin rescate, soporté un dolor que no podía ni imaginar. Arrastrándome, sin poder andar…”, hasta que dos amigos polacos (Bartek Ziemski y Oswald Pereira) ayudaron a bajar hasta los 6.100m, donde ya pudo evacuarle el helicóptero del también amigo Simone Moro. Entre medias, dolor, gritos, estado de shock y la peor sensación que Carlos ha vivido en una montaña.
“La escalada ha ido progresando”
De eso ya hace una vuelta al sol, ahora se prepara a diario y, normalmente, sus días comienzan cuando a las 7 de la mañana pisa un rocódromo como parte inicial de su entrenamiento. “He escalado toda mi vida, desde niño. Me encanta y ahora me ha venido muy bien para hacer parte de mi entrenamiento”, indica Carlos, una persona que ha visto la evolución que ha vivido la escalada en España. “La escalada ha ido progresando. Todo ha cambiado, del mismo modo que ahora hay más coches, también ahora hay mucha gente escalando. Es un cambio que me parece lógico”. Además, añade, “ahora los rocódromos están muy bien organizados. La primera vez que fui a un rocódromo urbano moderno me parecía que estaba en otro país, abriendo a las 7:00 horas, cómo están montadas las instalaciones, el suelo, el espacio para niños… Hay siempre muy buen ambiente, te encuentras con la gente, conversas…”.
Carlos Soria tiene su campo base establecido en Moralzarzal, pueblo de la sierra madrileña al que se mudó cuando dejó de trabajar en la capital. Cambió la M30 por vistas al Telégrafo, el monte más cercano a su casa y al que sube también prácticamente a diario -tras escalar- como parte de su preparación.
La base de la vida: moverse y alimentarse bien
Su filosofía de vida a los 85 años es la misma de siempre. “Todo lo que sea moverse y hacer deporte me parece una gran idea. Es la base de la vida, alimentarse correctamente y hacer ejercicio. Y a mí, que me gusta tanto escalar, pues yo lo veo como un gimnasio pero muy divertido”, razona quien tiene miras de pronto salir a divertirse a alguna de las cumbres más altas de la Tierra.
Ya se han cerrado todas las heridas de la pierna –“están feas, pero cerradas”- y en su mente ahora mismo “hay de todo. Quiero volver a las montañas. Me estoy recuperando escalando, haciendo cuestas, con fisioterapeuta, quiropráctico, haciendo pilates… He perdido mucho equilibrio físico y mental; fuerza no tanto porque me muevo mucho, pero tengo que recuperarme del todo”. Para ello no se pone plazos, pero el día a día le dice que va dando pasos hacia el Carlos Soria que estuvo a punto de conquistar la cima del Dhaulagiri.
Con el mismo espíritu de superación y motivación de quien sube una pared por primera vez, Soria afronta esta recta final de su recuperación. Y, como se ha mencionado al principio del texto, no está sólo ya que viene arropado por el ejército de “mi gente”, esa que le ha ayudado a volver a caminar y con sus gestos de cariño durante el último año le ha recordado la cordada tan grande que lidera. Con este reconocimiento, normal que este último año haya vivido “una experiencia que no quiero olvidar”.