No conviene destripar ni un poquito las entrañas de la última novela de Lorrie Moore por no privar a nadie del placer –placer caníbal, incluso– del festín que se cuece ahí dentro. Basta decir, no obstante, que la escritora neoyorquina certifica de nuevo en “Si este no es mi hogar, no tengo un hogar”, como le viene sucediendo con casi cada uno de sus libros, su talento para dar voz al absurdo contemporáneo occidental en que la sociedad se agita diariamente; si no para aportar certezas sí, al menos, para mostrar el largo y tortuoso camino por el que transita.
Es precisamente sobre ese erial postcapitalista en el que los “nolugares” de Marc Augé han pasado de conquistar los hogares (Airbnb) o la comida (Glovo) a las propias relaciones humanas y los sentimientos que provocan donde Lorrie Moore tiende el espejo y refleja esas almas en pena y la ciudad por la que se mueven. En ese mundo plástico y profiláctico, la vida parece haberse reducido a una anécdota infinita, pura sucesión de experiencias y representaciones previsibles en las que no cabe la dimensión trascendental de la existencia. Por encima de muchas otras cosas, este libro retrata esa orfandad del mito, la espiritualidad amputada en la sociedad contemporánea y el dolor que provoca.
Ese sufrimiento lo personifica un profesor de Historia, Finn, enfrentado a la pérdida: la de su hermano Max y la de una ruptura de pareja. Su forma de afrontar el duelo y los desplazamientos que tendrá que llevar a cabo a tal fin dan forma a una suerte de road-movie alucinada en la que el habitual humor negro de Moore se da la vuelta sobre sí mismo hasta convertirse en éxtasis poético. Otra pequeña trama, ambientada en el siglo XIX, aporta justas dosis de extrañamiento y dialoga, desde la evocación, con el aquí y ahora de los protagonistas. El título hace referencia a esa orfandad espiritual, al ser humano contemporáneo despojado de su humanidad, y la autora lo compone haciendo un juego de palabras a la inversa con el cartel que un mendigo muestra en una calle de Nueva York (“I’m not Homeless, this is my home”). Valga apuntar, en ese sentido, que la traducción del título original (“I Am Homeless If This Is Not My Home”) quizá hubiera merecido alguna formulación más próxima a “Soy un sintecho si este no es mi hogar”. O así.
Si miramos por fuera este interesantísimo artefacto postexistencialista, vemos cómo Moore despliega con maestría pero, sobre todo, con arrojo y gozosa temeridad algunas técnicas narrativas llevándolas mucho más lejos de lo acostumbrado, para regocijo de lectores con ganas de emociones fuertes. La más frecuente y fascinante es el surfeo por la corriente de conciencia de sus personajes o, en su defecto, de la instancia narrativa que los acompaña desde determinados puntos de vista en tal o cual parte del relato. No es que Moore emplee, libérrima, el monólogo interior libre, sino que se deja llevar en otro tipo de corriente, llamémosla de subconsciencia, donde las asociaciones ad absurdum se mezclan con el caos del cotidiano urbano postcapitalista desde el que esas mentes tratan de entender el mundo.
Si situamos el foco más abajo, en el interior de esa prosa que se maneja dentro de un preciosismo elemental pulido, como un puesto de una feria de muebles de diseño instalada en una fábrica abandonada, encontramos otro tipo de procedimientos retóricos, figuras marca de la casa que en “Si este no es mi hogar, no tengo un hogar” siguen progresando para ensanchar sus límites. Así sucede con los desplazamientos metafóricos y metonímicos que Moore estira dentro de la frase mucho más allá de sus posibilidades, como movida por un entusiasmo alucinógeno del que también contagia al lector. Por citar tan solo un ejemplo, pero bien engordado en su audacia, escuchamos al protagonista reflexionar sobre los antidepresivos que empezó a tomar su pareja en estos términos: “Cada neurona recibió su dedalito de química y su cerebro dejó de ser una animada orquesta de notas para convertirse en un triste cuartetito de cuerdas. Tocando al ritmo de la sordera de Beethoven, pero sin parecerse prácticamente en nada más a Beethoven…”.
Con interesantes resonancias a su deslumbrante relato “Gente así es la única que hay por aquí: farfullar canónico en oncología pediátrica” (“Pájaros de América, 1998), en lo que respecta a la enfermedad, y a su cuento “El enebro” (“Gracias por la compañía”, 2014) por la vía sobrenatural, los precipicios narrativos de Lorrie Moore hacen que su lectura resulte siempre un viaje a lo desconocido. De allí uno regresa como los que sobrevivieron a la primera circunnavegación, agotados, divertidos y felices en el redescubrimiento de la prosa de ficción como artefacto adecuado para surcar el siglo. Ahí es nada.
Si este no es mi hogar, no tengo hogar
Lorrie Moore
Traducción de Albert Fuentes
Seix Barral, 286 páginas, 19,90 euros
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