Después de dos décadas de construcción de su sistema filosófico, Ricardo Sánchez Ortiz de Urbina ha alcanzado un nivel de creatividad y una profundidad de pensamiento que está reservado a muy pocos. Y atestigua una acumulación de conocimientos –en cantidad y en complejidad– difícil de calibrar correctamente, pues es el receptor quien se pone a prueba.
Desde comienzos de siglo, vemos aparecer primero un cúmulo de artículos que apuntan a un nuevo sistema filosófico. Tras los pasos de Husserl y de Richir, y tras la relatividad de Einstein y la cuántica de Feynman, Urbina iba diseñando un nuevo modelo de filosofía: la “fenomenología renovada”. Finalmente, se nos presentó su primera firme articulación en “Estromatología” (2014), seguida de “Orden oculto” (2021). En la primera se establecieron los tres niveles de la naturaleza humana: las phantasías originales (sin las cuales no seríamos humanos), las “fantasías perceptivas” intermediarias (síntesis del pensar) y las síntesis objetivas de la percepción y del nivel práctico (inferior). Desde estos tres niveles de conocimiento se procedió a establecer (en “Orden oculto”) las correlaciones con las ciencias, las artes y las demás formas de saber. Y así el “principio de correspondencia” entre lo humano y el resto de la realidad se volvía palpable. En ambas obras, el individuo ya no era considerado ni “alma-cuerpo” ni “pensamiento-extensión” ni “ego trascendental”, sino un entramado de los tres niveles con las tres columnas inseparables constitutivas de lo humano. Los niveles se hallan entreverados en: la hylê, el polo subjetivo y el polo objetivo. La hylê o “materialidad indeterminada que se transmite a todos los niveles”, el polo subjetivo: origen de las operaciones intencionales; y el polo objetivo, donde el vector intencional se materializa, con las síntesis cognoscitivas obtenidas.
¿Qué se añade en “Por amor al Arte”? El “campo intencional” que resulta ser el animal humano no solo queda soportado (y explicado) sobre ese cruce de tres niveles en tres columnas, sino que, a su vez, esa compleja “matriz cuadrada fenomenológica” se halla regulada por una escisión vertical en dos del campo intencional: una zona lingüístico-conceptual y otra artístico-estética. ¿Cómo es esto?
Urbina encuentra la clave en los dos teoremas de la matemática Emmy Noether que daban cuenta de por qué en la fuerza gravitatoria –explicada por la “teoría general de la relatividad”– la energía no se conserva siguiendo el modelo de las otras tres fuerzas de la naturaleza, pero sí se conserva con otros cálculos. El matemático David Hilbert ve inmediatamente en los dos teoremas de Noether, de quien era su mentor, que es preciso distinguir entre conocimientos “propios” (los de la conservación de la energía de la física clásica, la relatividad especial y la mecánica cuántica) y los conocimientos que llamó “impropios” (distintos de los propios, pero no menos pertinentes), que se aplican al desigual modo de conservarse la energía en el caso de las fuerzas gravitatorias.
¿Qué locura es esta, qué tiene que ver una cosa con otra? Es preciso recordar que Urbina trabaja con un “principio fuerte de correspondencia” entre la naturaleza humana y la Naturaleza y, estudiando esas leyes últimas y fundamentales de la realidad cósmica, encuentra la clave para que sus tesis fenomenológicas (halladas independientemente) puedan delinearse con mayor afinamiento. La física actual sigue tratando de buscar un “campo unificado” para encajar la gravitación junto al modelo unificado estándar (el de las otras tres fuerzas) y en ello anda. Según las conclusiones de Urbina, lo que puede constatarse en el funcionamiento fenomenológico humano es que no hay un “campo unificado” como pretendió Einstein (sin conseguirlo), sino un campo intencional escindido en dos, no unificado aunque sí conciliado.
Transitamos de un modelo basado en el decir a un modelo basado en el mostrar
En la naturaleza humana, los conocimientos prácticos, científicos y lógico-lingüísticos van por un lado y, por otro lado, los conocimientos artístico-estéticos. No operamos del mismo modo cuando sumamos los gastos de la compra que cuando bailamos embriagados por la música, aunque es evidente que ambas operaciones son formas de saber.
Estas dos mitades del campo intencional están conciliadas (dentro de su escisión) a través de dos nexos –la formación de sentido (arriba) y la posibilidad de transformar los objetos (abajo)– y además se relacionan (en el medio) a través de lo que comparten en tanto son “fantasías perceptivas”, descendentes unas (pensamientos) y ascendentes otras (sentimientos). Y sobre ese mecanismo bimembre llega a funcionar todo lo demás. Urbina se ayuda aquí de Kant, Schiller, Schelling, Hegel, Benjamin, Adorno y Richir, y siguiendo una determinada línea de análisis nos encontramos con una sorpresa (aparente paradoja): es el conocimiento estético el que puede incluir a los modos de conocer práctico y epistémico, pero no al revés, coincidiendo con lo que Noether descubre matemáticamente: que el conocimiento “impropio” (gravitatorio) incluye al “propio”, y no a la inversa.
Relatada en un puñado de palabras, una teoría tan compleja sin duda se entiende malamente. Se entiende mejor cuando toda esta maquinaria conceptual se la ve aplicada a múltiples problemáticas concretas. Para eso habrá que leer detenidamente las tres obras comentadas, y, para remate, añadirle la última clave de “Por amor al Arte”, que nos lleva a la necesidad de transitar del modelo lingüístico de Wittgenstein (basado en el decir) al modelo de un Tractatus logico-phenomenologicus, basado en el mostrar, de próxima publicación.
Por amor al Arte. Ensayo de una gnoseología fenomenológica
Ricardo Sánchez Ortiz de Urbina
Eikasia Ediciones, 276 páginas, 18 euros
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