En 2022 dábamos la bienvenida a “Una casa llena de gente”, la primera novela de la autora nacida en Buenos Aires Mariana Sández. Ha llegado ya a las librerías su segunda obra, “La vida en miniatura”. La novela de entonces celebraba abiertamente la literatura: “Mamá hubiera dicho que la literatura es la única herencia”; la segunda novela lo corrobora.
Si bien “La vida en miniatura” inscribe a una persona tímida y apocada que se define “como una mujer sin biografía”, asistimos a su viaje interior de reconocimiento, en el que se apoya en seis grandes escritoras en lengua inglesa (Virginia Woolf, George Eliot, Beatrix Potter, Elizabeth Barrett Browing, Mary Shelley y Emily Dickinson), citadas sucesivamente en las entradillas a cada uno de los seis capítulos de la obra. La primera cita (que no revelaré) es de Woolf y resume el resultado final del periplo vital iniciado por Dorothea Dodds.
Ningún personaje literario puede llamarse Dorothea sin recordarnos a la inefable Dorothea Brooke de la novela “Middlemarch” (1874), de Mary Ann Evans, que publicó bajo el pseudónimo de George Eliot. Dorothea Brooke marca el camino de Dorothea Dodds con la muy citada frase de Eliot / Evans: “Nunca es tarde para ser lo que hubieras podido ser”.
Dodds solamente quiere entender su pasado, las razones que retuvieron su ímpetu creador y que cercenaron sus fuerzas para imponerse al abuso, a la mentira y al egocentrismo de quienes la rodeaban. La contestación la encuentra en las palabras de la poeta Elizabeth Barrett Browning: “Es posible habituarse al arnés / y terminar corriendo con él / sin dificultades”. Reconocer que tienes un arnés restringiendo tu marcha no fue un proceso fácil para Dodds, que era utilizada por su padre, pintor famoso, como secretaria sin sueldo, por su hermano como amortiguador de sus desavenencias familiares y por una madre que desconfiaba “acerca del rango social, la religión, la orfandad y las costumbres” de posibles novios o amigos de Dorothea.
Página a página, autora a autora, Dorothea transita, solitaria, por diferentes paisajes ingleses, cuidando las mascotas de personas variopintas ausentes de su casa temporalmente por diversas razones. Dodds encuentra una habitación, que no es propia y es por poco tiempo; pero le sirve para alejarse de problemas y condicionamientos impropios de una mujer de casi 60 años que vive aún “cuidada” por sus padres en un caserón de Buenos Aires. Así, la banda sonora de la novela es “Eleanor Rigby”, que resuena como matriz literaria y vida en miniatura en varios personajes.
Los dibujos que Dorothea hace constantemente son reconocidos como arte por las personas con las que se cruza en Inglaterra, pero a ella le cuesta entender este juicio positivo después de una vida de menosprecio por parte de su padre. Aún así, salva lámina tras lámina en carpetas y cuadernos que aminoran el dolor de sentirse ninguneada. Al cabo de unas semanas sin más compañía que la que refiere Emily Dickinson –”colinas, la puesta del sol / y un perro tan grande como yo”–, Dorothea siente que la persona que recibe “extraordinarias referencias” como cuidadora de mascotas y como dibujante y “la Dorothea que yo alcanzaba a identificar, informe, imprecisa e insustancial”, se fueron amoldando hasta “generar una sola forma”.
Dorothea es apoyada en su escapada inglesa por su prima Mary, que es quien suple en la novela los datos y detalles que Dorothea no ve o no alcanza a darnos. Así, el proceso se completa y somos partícipes de una vida atormentada y excepcional, pero también corriente, cotidiana y llena de matices artísticos y pedestres. Como todas nuestras vidas.
La vida en miniatura
Mariana Sández
Impedimenta, 192 páginas, 20,95 euros
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