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La Feria del Libro de Sevilla ha comenzado en una tarde lluviosa y con poco público por la casetas, pero con el gran protagonismo del escritor Luis Landero, que ha brillado en una charla mantenida con el periodista Jesús Vigorra. Unos minutos antes, el presidente de la Asociación Feria del Libro de Sevilla, Rafael Rodríguez, ha recordado aquellas librerías que han cerrado en el último año. «Desde la última edición a la de ahora echamos de menos a varias librerías que han cerrado, como Panella, que llevaba cuarenta años abierta; Yerma, que ha cerrado después de treinta años, y otras como Caótica o La isla de papel. Por desgracia muchas librerías nos han abandonado en esta feria. Les ruego que siempre compren libros en las librerías».
La delegada de Cultura, Minerva Salas, se ha estrenado en su primera Feria del Libro dando las gracias a los escritores por «sumergirnos a través de la lectura en vuestras historias». Igualmente ha subrayado la «apuesta de este equipo de gobierno por la feria. Vamos a crecer y aportaremos más por vosotros». Y luego se ha referido al numeroso público asistente a la carpa de la Plaza de San Francisco diciendo que «es el momento de que acompañéis a los escritores, de que compréis en librerías y de que traigáis a los niños a actividades como las muchas que habrá el sábado, ya que son el futuro de los lectores, de las librerías y del libro».
Acto seguido, Jesús Vigorra ha dado algunas pinceladas biográficas sobre Luis Landero y ha recordado la anécdota de que antes de escritor fue guitarrista flamenco hasta que apareció Paco de Lucía. Autor tardío, publicó su primera novela con 41 años». También ha subrayado los dos importantes galardones que ha ganado: el Premio Nacional de Narrativa (1990) y el Premio Nacional de las Letras Españolas (2022).
Después de esto ha tomado la palabra el escritor extremeño. Preguntado por la importancia de la imaginación en la escritura ha señalado que «la imaginación es un don. Quienes van a los talleres literarios aprenden muchas cosas, pero no les pueden enseñar a tener imaginación, que es algo muy personal y es un bien escaso. La imaginación se entrena. Buñuel se obligaba todos los días a inventarse una historia. Si no se entrena la imaginación se atrofia. Para entrenar la imaginación hay que sosegar el ritmo. Vamos muy deprisa con los móviles y así no aparece la imaginación. Hace falta soledad, lentitud y concentración para tener imaginación. Hay que mirar las cosas con detenimiento para que la imaginación vaya apareciendo».
El autor de ‘Una historia ridícula’ ha añadido que «no hay que dar las cosas por sabidas. Hay que vivir atentos y de primera mano, con lentitud. Eso exige disciplina y esfuerzo. A los niños se les debe entrenar en las escuelas en la lentitud y la imaginación». A lo que Vigorra ha añadido que ‘El huerto de Emerson’ «tiene esos elementos de soledad, lentitud y concentración».
Abundando en este tema, Landero ha destacado la idea de que «no hay que dejar morir al niño que hay en nosotros. El secreto del arte está en prolongar la infancia. No dejar de ser un niño para asombrarse. Lo peor es la rutina. Ese niño que vive dentro de nosotros se junta luego con el sabio. El niño y el sabio hacen un dúo maravilloso. Uno pone la experiencia y el otro el asombro».
El periodista de Canal Sur ha dicho que la trilogía formada por las novelas ‘Balcón en invierno’, ‘Lluvia fina’ y ‘El huerto de Emerson’ apelan precisamente a la infancia y luego le ha preguntado a Landero que qué es lo que le ha asombrado últimamente. Este ha respondido que «se trata de vivir atento. Hoy he comido con Carmen Mola. Se me hacía raro estar con un autor que son en verdad tres. Pero yo en el fondo soy tres también: el que imagina, el que estructura la historia y el que escribe y pone el estilo. Me parece muy bien lo que han hecho ellos tres. Alguna gente se sintió engañada cuando se supo la verdad detrás de la firma Carmen Mola, pero no sé por qué».
«Cuando en 1990 me dieron el Premio Nacional de Narrativa me sacaron en todas partes, pero ahora pasa desapercibido»
También Vigorra la ha preguntado por el papel del escritor en la sociedad actual, a lo que el extremeño ha respondido que «en los años 80, 90 y a principios de los 2000 teníamos más prestigio que los jóvenes escritores de ahora. Había periodistas con prestigio. Los maestros eran respetados y los filósofos también. El intelectual en general era más respetado. Pero todos estos personajes que he nombrado ya no son respetados. El prestigio que ahora tenemos Eduardo Mendoza, Antonio Muñoz Molina, Julio Llamazares, Miguel Marías y yo mismo nos lo dieron en aquella época. Cuando en 1990 me dieron el Premio Nacional de Narrativa me sacaron en todas partes, pero ahora pasa desapercibido. Hoy hasta el Nobel ha perdido prestigio, así como el ser académico». Igualmente ha reflexionado sobre la circunstancia de que «antes se llamaba a los escritores para opinar sobre todo. Pero los escritores no tienen por qué saber de asuntos públicos y hoy ya no nos llaman. Me da la impresión de que Sara Mesa, una escritora a la que yo leo y que me encanta, no tiene el prestigio que los escritores teníamos en lo 90».
La diversión y el entretenimiento
Por otra parte, Landero ha señalado que «la cultura ha perdido tensión intelectual. Ya no es inquietante. Es una cultura ligera de puro entretenimiento. La amenidad es un don. El Quijote es entretenido, pero hay que hacer un esfuerzo. Vivimos en una sociedad un tanto pueril. Hoy hasta la comida es entretenimiento y diversión. La cultura se ha contaminado mucho de esto y hoy se le llama cultura del ocio. Se habla de libros amenos que te enganchan».
Asimismo, ha reconocido que «la crítica que me hizo Rafael Conte por mi primera novela –‘Juegos de la edad tardía’– me hizo más ilusión que el premio que gané el año pasado. Todo se desbordó con ese libro. Mi mayor logro como escritor es haber confiado en mí mismo como escritor. Si tengo una crítica mala y veinte buenas, el que hace la mala es el que en verdad sabe y ve mi impostura».
Una lectora en la caseta de El Paseo
También ha comentado que su padre era campesino y «fue el que nos hizo a mis hermanos y a mí dudar de las cosas. Él admiraba a la gente del pueblo por ser más refinada. A mí me ponía como ejemplo a uno que sabía tocar la guitarra. Eso se me ha quedado porque era él el que valía y yo no. La inseguridad es buena, pero hay que creer en lo que hace». De ahí que haya reconocido tener «una tendencia hacia la inseguridad porque eso te hace mejorarte en cada novela y te da una fuerza especial. A mí me ha marcado mucho el paso de Alburquerque a Madrid. De lo rural a la ciudad. El tren tardaba doce horas en llegar. Pasabas de no tener electricidad al mundo industrial de Madrid. El mundo campesino es milenario. Muchos escritores vivieron el mundo rural y luego el urbano y hablan de esa experiencia de cambiar de un lado a otro».
Igualmente ha dicho que en su casa no había libros ni en la de ninguno de sus familiares. «No conocí los libros pero sí los relatos orales, que remiten al lenguaje popular. Ese es el saber transmitido de generación en generación. Esas personas hablaban con una propiedad y con gracia. El modelo de escritura reúne lo mejor del lenguaje oral con las virtudes del lenguaje escrito. Eso lo lograron Cervantes, Valle-Inclán y Juan Rulfo, entre otros. En la literatura he encontrado un refugio. Con 15 años descubrí la poesía. Los cuentos orales fueron para mí fundamentales. En los cuentos había palabras mágicas como abracadabra. Los cuentos sucedían hace mucho tiempo en un país lejano. Luego descubrí que ese país lejano estaba en la infancia», ha concluido.
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