Dudas, dudas y más dudas que dejan entrever una única certeza. La que nadie, ni él ni los que le siguen, quisieran aceptar. Pero el tiempo pasa y, por más que lo intente, la situación de su cuerpo no termina de mejorar, al menos al nivel que Rafa Nadal, resignado, busca. Los vaivenes de su cuerpo no cesan, y en su discurso, durante toda su carrera plagado de mensajes fomentando el trabajo duro, el dar siempre el máximo y competir sean cual sean las circunstaciones como único camino al éxito, se ha abierto una grieta.
Frases como “estar aquí ya es un regalo” o “tenemos un par de días más y eso ya me pone feliz” se han convertido en recurrentes en el repertorio de un Nadal que hasta hace no tanto, hasta el momento de asumir la realidad del momento que vive a sus 37 años, había hecho gala de una carrera en la que ponía su faceta como competidor incluso por encima de la de tenista. Pero el realismo se empieza a imponer y los objetivos a cambiar, siendo ahora “terminar el torneo vivo en términos de físico” el primordial.
“Me sorprendería ganar el sábado a De Miñaur”, llegó a decir el balear sobre el partido que jugará este sábado (16.00; Movistar y TDP) en la pista central de la Caja Mágica. Impensable en el Nadal de toda la vida, entendible en el “emocional” de ahora. Demasiadas cicatrices hasta para alguien que hizo gala de sobreponerse a todas ellas. Esta vez, una raya más si le haría algo más al tigre, temeroso de volver a caer lesionado.
De Miñaur de nuevo en el camino
Hace diez días, en Barcelona y frente al mismo rival, Nadal no dio para más. Compitió, sí, pero solo un rato, el que el cuerpo aguantó. Un set y fundido a negro. El corazón y la cabeza le pedían más, porque el nivel tenístico sigue ahí, pero el cuerpo se lo negó. Aún así, salió de la ciudad condal con unas sensaciones positivas que al llegar a Madrid se esfumaron, hasta el punto de reconocer que si no fuera un torneo en suelo español no lo jugaría.
“No me afecta, el ganar o perder es parte de nuestro día a día. Lo que cuesta más es no salir a tope, pase lo que pase hasta el final. Hoy tengo que ir con un poco más de cuidado, eso para alguien como yo, que entiende el deporte dando el máximo hasta el final, sea cual sea el momento o el resultado, estar en esa situación a nivel mental es difícil. Tengo la experiencia, tengo aceptado el momento en el que estoy y trabajo con ello diariamente”, explicaba ya en la capital, tras vencer en su debut ante Darwin Blanch.
“Convivo con ello, momentos más felices y menos, intentando dar un poquito más y explorando qué más puedo dar. Sin ningún tipo de drama, para nada hablo en el sentido negativo, estar aquí significa mucho”, reflexionaba. “Hace tres semanas no sabía si volvería a jugar un partido oficial, y estoy ahora en mi segunda semana consecutiva. Es una buena noticia, estoy aquí y pueden suceder cosas. Estando en casa no es imposible. Si no estoy aquí, es imposible que ese cambio ocurra”, concluyó este viernes, buscando el lado positivo a sus esfuerzos.
El horizonte de Roland Garros
En casa, por una “cuestión emocional”, Nadal se ha permitido jugar sin ser él. O lo que la gente conocía de él. Pero eso no pasará en Roland Garros. El balear tan solo ha podido disputar seis partidos esta temporada —tres en Brisbane, dos en el Godó y uno en Madrid— y la mejora física de Barcelona no ha tenido la continuidad esperado en la Caja Mágica. Y en París, en el torneo en el que ha cimentado su leyenda, no quiere estar por estar y recibir un homenaje. Allí, justo dentro de un mes, será para competir, o no será.
“Voy a hacer mi camino, si llego, llego; si no llego, no llego. No jugaré París sin la sensación de que puedo competir, y no me refiero a ganar, sino dar mi máximo. No quiero sentirme según de qué manera con todo lo que he vivido en París”, avisó antes de dejar claro que pase lo que pase en Madrid no tomará una decisión hasta pasar por Roma. “No cambia mi perspectiva de París y no voy a tomar una decisión aquí; decidiré después de Roma”.