En la memoria, todo aquel sufrimiento. Todas las lágrimas derramadas sobre un escudo despreciado en Europa durante la última década. A ojos de la misma competición donde había sido humillado. Y ante un rival, el PSG de Mbappé, Dembélé y Luis Enrique, apropiado para atraparle otra vez en sus miserias. Ese martirio que por fin comienza a ser pasado hubo que vivirlo para apreciar lo que logró el Barça en París. El equipo de Xavi Hernández conquistó el Parque de los Príncipes tras un monumental partido en el que agarró del cuello a sus fantasmas para devolverlos al cementerio de Père-Lachaise de París, el mismo lugar donde comenzó su descenso a los infiernos con el 4-0 de 2017. Incluso el dolor también muere.
Quedarán los dos goles de Raphinha, el antihéroe de este Barça renacido. Pero también la intervención de Xavi cuando su equipo parecía morir ante la remontada perpetrada por Dembélé. Sacó a Pedri, y en un suspiró ofreció el pase que sacaba a los azulgrana de un manicomio que, esta vez, no era el suyo. Sacó a Christensen, y el danés sacó la cabeza para que la revolución fuera completa. Tendrá el Barça que completar la faena en Montjuïc, de acuerdo y quizá con un Mbappé que busque venganza a su mala noche. De acuerdo. Pero las noches, además de vivirlas, hay que aprender a recordarlas.
Insultos
Que el día iba a ser especial ya se intuía paseando por las calles aledañas al Parque de los Príncipes. Frente a la fortaleza policiaca se amontonaban los hinchas radicales. Hacían gárgaras con cerveza al son del rap escupido por los altavoces de sus coches. El maletero bien abierto, para que los paseantes escucharan las rimas barriales. Ya en el estadio, a las 19.16, con las gradas aún casi vacías y la megafonía en silencio, un puñado de ultras dio la bienvenida a los futbolistas del Barça que salieron a echar un vistazo al césped. “¡Hijos de puta!”. Por si no se escuchara, otro agarró un megáfono: “¡Puta Barça!”. Y Ferran Torres, con la gorra al revés, guasón él, respondía apuntando su móvil hacia quienes les insultaban. Sonriendo. Agitando la cabeza. Como si esa presión escénica [por llamar de alguna manera al insulto tribal] que estaba viviendo sólo su prólogo pudiera ser un estímulo. Lo de sacar una lona con el escudo del Barça junto al casco de Darth Vader sonando la Marcha Imperial –el PSG, claro, se quedó con Yoda– fue lo de menos.
El teatrillo del Parque de los Príncipes, demasiado artificial, como si pretendiera crear una mística histórica que no tiene por mucho que el régimen de Qatar se empeñe en comprar sueños, no desconcentró al principio a un Barça que completó un notable primer acto:maduro, solidario en las ayudas, y siendo cada uno de los futbolistas partícipes de un trabajo coral. Emocionó ver cómo los defensores se iban turnando las coberturas a Mbappé, que se fue poniendo nervioso a medida que iba centrando su posición. En la orilla le controló Koundé. Y si algo fallaba, quien acudía al rescate era Araujo. Incluso Cubarsí le ganó un duelo al sol al que quizá sea el mejor futbolista del mundo.
Pero Cubarsí, quizá en la prueba más exigente que se ha encontrado en su incipiente carrera, demostró que su juego es como el aleteo de una mariposa, capaz de provocar un tornado al otro lado del océano. Porque fue el adolescente de mirada plácida el que rajó las líneas de presión del PSG para abrir la puerta a Lewandowski, que no tuvo más que girarse, sacar el periscopio y desplazar el balón hacia Lamine Yamal. El otro chico de oro del Barça centró con el exterior, y Donnarumma, que ya venía avisando de estar en Babia, rechazó justo donde nunca debe hacerlo un portero:al corazón del área. Allí asomó Raphinha, que marcó a placer el 0-1.
Raphinha, que se había abrazado antes del partido a su ídolo Ronaldinho durante unos segundos convertidos en vida, ha pasado a ser el delantero más desequilibrante en esta nueva vida del ‘xavismo’. Luis Enrique pretendió encimarlo poniendo a Marquinhos en el lateral, pero Raphinha, con la libertad ahora de desarrollar su juego desde el interior, fue un cohete indetectable para los defensores del PSG. En el mismo amanecer a punto estuvo de aprovechar un zapatazo de Ter Stegen que le dejó solo frente a Donnarumma. Falló entonces. Pero no se fue al vestuario hasta encontrar un desquite que Luis Enrique no iba a permitir.
Salir del infierno
Porque fue el técnico asturiano el que cambió el guion de la noche. Después de que no le funcionara la gran treta que había preparado, la de colocar a Asensio como falso delantero centro, supo corregirse. El exmadridista ya no salió tras el descanso, Barcola se hizo con el extremo y Dembélé, desde la izquierda, abandonó su duermevela. No había dado una a derechas en el primer tiempo. Sólo había marcado un gol en toda la temporada. Qué más da. Dejó a De Jong petrificado y se sacó un latigazo para el 1-1. Lo celebró como un loco. El 1-2 llegó tres minutos después, con el Barça grogui y Vitinha entrando en el área tan pancho. Los azulgrana, por un momento, pensaron estar en la cabeza de Rimbaud: “Me creo en el infierno, por lo tanto estoy en él”.
Pero nadie fue a visitar al poeta hacia el averno. No lo hizo Pedri, a quien Xavi sacó de la camilla para apuntar con su botín a un cielo alcanzado por Raphinha. Ni con Christensen, que pese a estar hecho unos zorros, salió al campo para rematar a un PSG que sólo pudo preguntarse lo mismo que se pregunta ahora Europa. ¿Y si el Barça ha vuelto?
Ficha técnica:
2 – PSG: Donnarumma; Marquinhos, Lucas Hernandez, Beraldo, Nuno Mendes; Lee (Zaïre-Emery, m.61), Vitinha, Fabián Ruiz (Ramos, m.86); Asensio (Barcola, m.46), Dembelé, Mbappé
3 – FC Barcelona: Ter Stegen; Koundé, Araujo, Cubarsí, Cancelo; Sergi Roberto (Pedri, m.61), De Jong (Christensen, m.76), Gündogan (Fermín, m.86); Laminem (Joao Félix, m.61), Lewandowski, Rafinha (Ferran Torres, m.76)
Goles: 0-1, m.37: Raphinha; 1-1, m.48: Dembelé; 2-1, m.50: Vitinha; 2-2, m.62: Raphinha; 2-3, m.77: Christensen
Árbitro: Anthony Taylor (ING), amonestó a los locales Vitinha y Belardo y a los visitantes Sergi Roberto, Cubarsí, Christensen y Fermín.
Incidencias: Partido de ida de los cuartos de final de la Liga de Campeones disputado en el Parque de los Príncipes de París ante unos 47.000 espectadores.