La escritora franco-alemana Gabrielle Wittkop (Nantes 1920-Frankfurt 2002) nos lega una novela diferente, “Serenísimo asesinato”, publicada en 2001. En ella confluyen, como personajes, la propia Venecia de finales del siglo XVIII, a un paso de ser tomada por las tropas de Napoleón, la burguesía decadente que se estaba consumiendo en sus propios vicios y, como hilo conductor, las sucesivas muertes o asesinatos de las esposas de Alvise Lanzi.
Wittkop conjuga con maestría los diferentes estadios del ambiente veneciano, los toques históricos que nos sitúan, la descripción de personajes y espacios y el desarrollo de una trama detectivesca. Desde el principio nos preguntamos quién asesina, si es que alguien lo hace, y por qué, y, dados los años que transcurren entre una muerte y otra, también nos preguntamos cómo se resolverá el misterio.
Todo ello narrado con un vocabulario exuberante y con una notable economía textual; el efecto literario lo consigue Wittkop con repeticiones, oposiciones y cambios temáticos alternados. Es una ficción acumulativa, en la que la autora aprovecha los fastos de la visita del emperador José II de Austria, la larga fiesta de los carnavales, las fiestas nocturnas e, incluso, las autopsias y los paroxismos de la muerte para adjetivar objetos y situaciones que fijan el tono grotesco y declinante que le interesa; “mientras tanto, la narración corre sola, como un ovillo que se desmadeja pendiente abajo”.
Wittkop, ahora autora implícita, está siempre presente en la novela y nos recuerda, de tanto en tanto, que ella es quien maneja los hilos de unos personajes a quienes trata como marionetas, a la vez que incluye fechas, nombres y frases que nos orientan a través de la trama. Muy pronto nos clarifica la estructura que sostiene la intriga policial: “El crimen de la mañana se explica únicamente al caer la noche, tras una serie de episodios dramáticos que solo se relacionan con él por vías ocultas y laberínticas”.
Esas vías están jalonadas por pistas sueltas que pueden ser o no ser válidas, porque hasta el final no sabremos quién habla ni a quién se dirige, las cartas no tienen encabezamiento ni firma y los personajes se travisten y se esconden continuamente tras máscaras físicas o de hipocresía. Y, al igual que hace Agatha Christie, Wittkop presenta a los diferentes personajes de manera tal que todos son suficientemente perversos y corruptos como para recurrir al asesinato.
Solamente Alvise, el marido cuatro veces viudo, parece vivir al margen de la debacle, recluido en su biblioteca, con los libros, que “son la puerta al mar abierto, a la aventura” y le permiten respirar en libertad en medio del ambiente corrompido de su entorno. Los libros le protegen, pero no le libran de ser el principal sospechoso de la muerte de sus esposas. Y los libros, al final, serán instrumento para la resolución de la intriga.
En unas pocas líneas a manera de prólogo, Wittkop, que considera a la Serenísima Venecia como escenario imprescindible para su relato, reclama a la ciudad como “la de los espejos” y le dedica su “escritura como hecha de espejos rotos donde cada fragmento presenta una mirada nueva sobre la corteza de las cosas”. La Venecia que pasean los visitantes es solo un reflejo de la Venecia oculta cual espejismo inferior, la de los vicios, la inmundicia y la locura.
“Serenísimo asesinato” es una novela difícil porque es grotesca y, a menudo, desagradable, pero es un festín narrativo que merece el mal trago, porque nos deja el gusto de la literatura bien hecha.
Serenísimo asesinato
Gabrielle Wittkop
Traducción de Lydia Vázquez Jiménez
Cabaret Voltaire, 150 páginas, 17,95 euros
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