“Si estás un poco mal de la cabeza, o sea, si tienes un punto neurótico, el cómic es un mal negocio”, sentencia Santiago Valenzuela, autor de ‘Las aventuras del Capitán Torrezno’, la saga más ambiciosa y longeva del cómic español reciente, que ha empezado a ser reeditada por Astierri desde su primer volumen. “Han pasado más de veinte años y, cuando veo ahora las manos de ese primer libro, pienso que son demasiado de aficionado, demasiado amateur. Por eso, para la nueva edición creo que he debido de redibujar miles de manos. Ahora estoy preparando el tercero y el cuarto pero, por suerte, estos ya aguantan el nivel y, gráficamente, son bastante parecidos a los últimos. En todo caso, todavía hay muchas cosas que cambiaría. Por ejemplo todas las caras, pero es imposible”.
En 2002, Santiago Valenzuela publicó ‘Horizontes lejanos’, el primer volumen de ‘Las aventuras del Capitán Torrezno’, una epopeya cuyo origen estaba en un relato corto escrito por él. “No me considero escritor, pero me dio por hacer ese cuento sobre un tipo que montaba en un sótano una especie de maqueta en la que creaba una pareja de personas en miniatura. Se marchaba y, cuando regresaba años después, veía asombrado que habían evolucionado, que habían creado ciudades y que incluso había diferentes ejércitos luchando en una guerra de religión en la que unos llevaban como estandartes un DNI y otros una tarjeta de crédito. Al final, Dios se espantaba ante su creación y su segunda venida acababa igual que en el cómic, con la explosión de su casa por una fuga de butano porque, aunque hubiera jugado a ser Creador, era víctima de la fatalidad, ya que no podía controlar sus propias circunstancias”.
Convencido de que el relato podía ser adaptado al cómic, Valenzuela comenzó a desarrollar la historia y a toparse con algunos de los personajes que tendrían un papel destacado en su obra. “De repente, se cruzó por ahí el personaje de Dios, ese borrachín misterioso de los bares que hace unos milagros un poco sutiles y, finalmente, apareció el Capitán Torrezno, el típico personaje foráneo que acaba en un mundo que desconoce y que está tan fuera de lugar, que acaba provocando un efecto cómico”.
A partir de ese momento, Santiago Valenzuela se encontró con dos posibilidades: apostar por una historia costumbrista sobre bares y borrachines madrileños o dar forma a una epopeya con múltiples niveles de lectura, referencias a la cultura erudita y guiños a la cultura popular, que repasaba algunos de los acontecimientos más importantes de la historia de la humanidad.
“En lugar de centrarme en el costumbrismo, preferí hacer realidad ese lema marxista de ‘primero como tragedia y luego como farsa’ y jugar con la historia mezclando, como hacen los niños cuando juegan con soldados de plástico, una legión romana con soldados alemanes de la Segunda Guerra Mundial que, en ocasiones, ni siquiera son de la misma escala. Aunque pueda parecer una propuesta original, no lo es tanto porque, en un país que no tiene industria del cómic y en el que tampoco hay tanta gente que se dedica a ello, no es tan complicado diferenciarse. Por otra parte, a pesar de esa ambición que caracteriza la obra, hay en toda ella cierta modestia. Una modestia propia de la literatura de género que no necesita ser una obra de tesis, ni hablar de algo actual, ni de algo que preocupa a la gente y en la que es importante el humor, porque las cosas hechas sin humor tienen un punto un poco ridículo”.
Todo está escrito
Después de más de dos décadas desde la aparición del primer volumen y con un Premio Nacional de Cómic a sus espaldas, Las aventuras del Capitán Torrezno cuentan ya con once tomos, el último de los cuales, ‘Anamnesis’, acaba de ver la luz hace unas semanas utilizando como reclamo promocional: “Así comenzó el Micromundo. Cómo terminará no lo sabe ni Dios”.
“Bueno, yo sí sé cómo acaba la historia. De hecho, todo ha estado muy definido desde el principio. Antes de sacar ‘Horizontes lejanos’, ya tenía por ahí unos cuadernos en los que aparecían muchas de las cosas que salieron después, como, por ejemplo, una especie de parodia de la Estrella de la muerte con una vista en sección con pisos, o barcos, o globos volantes encima de una sartén… Era una época en la que, aunque no estaba reuniendo cosas de manera sistemática, sí que pensaba ‘esto va a salir en tal episodio’, sin importar que algunos de ellos todavía estuvieran lejanísimos. Luego he ido añadiendo cosas que han ido cerrando más o menos todos los huecos y otras que, al mismo tiempo, abrían nuevas líneas”, relata Valenzuela, que adelanta cómo continuarán ‘Las aventuras del capitán Torrezno’ en el futuro.
“Con el volumen número doce, que es en el que estoy trabajando ahora, concluye la historia del sótano de la calle Valverde, que supone un tercio de la historia total. La segunda parte sería el encuentro del microcosmos y el macrocosmos, que se localizará en la Galicia rural frondosa y en la Galicia marítima, las dos zonas donde se asentarán los diferentes grupos de liliputienses. Posteriormente, las diferencias entre lo macro y lo micro desaparecen, dando paso a una última parte que será en otro tiempo y en otra galaxia. Entre medias, mi idea es que el Capitán Torrezno vaya ganando complejidad, que deje de ser tan neutro, que empiece a darse cuenta de que no va a volver nunca a su antigua vida y que adquiera así un toque más trágico”.
A la ambición narrativa de Santiago Valenzuela se suma el hecho de que el género fantástico que él desarrolla exige un dibujo muy realista que, en su caso, es realizado con técnicas tradicionales, sin recurrir al ordenador más que para rotular y dar sombras. “Mucha gente me dice que pasándome a una tableta digital ahorraría tiempo, pero eso supondría que, desde el principio, el proceso de trabajo se desarrollaría delante de una pantalla y no me convence. Además, aunque me aseguran que se puede conseguir cualquier textura, cualquier pincel, en el fondo se pierde el contacto con el lápiz, porque el lápiz digital no es más que una punta de plástico sobre otro plástico”, comenta Valenzuela que, todo hay que decirlo, tampoco se conforma con soluciones gráficas rutinarias para salir del paso.
“Si tengo que dibujar a unas personas que suben en un ascensor a lo largo de cuatro páginas, no puedo hacer las cuatro páginas iguales. Cada una será distinta para divertirme yo, para divertir al lector y porque creo que, como profesional, también tienes que tener una cierta deontología”, explica el autor, consciente de la ingente tarea que tiene todavía por delante hasta concluir ‘Las aventuras del Capitán Torrezno’. “Creo que son cosas que van con el carácter. Hay quien quiere empezar algo y acabarlo, y gente que tiene esa cosa de placer postergado. Supongo que psicológicamente yo soy de los segundos porque, si bien me gusta acabar un volumen y que salga, también tengo puesta la vista a lo lejos. Creo que en parte es consecuencia del tipo de cómics con los que he crecido, los cómics del ‘continuara…'”.