A la final del Mundial de 1954 se le llamó ‘el milagro de Berna’: la ganó Alemania, en plena reconstrucción tras la Segunda Guerra Mundial, al derrotar a la todopoderosa selección húngara, la mejor del mundo en aquel momento. Era el primer Mundial de Alemania tras el conflicto bélico: en 1950, las heridas estaban aún demasiado recientes y la FIFA vetó a la selección germana.
Hungría y Alemania ya se habían enfrentado en la primera fase de ese Mundial, con un resultado abrumador a favor de los magiares, apodados ‘mágicos magiares’ por su jerarquía, no en vano eran los vigentes campeones olímpicos y en noviembre de 1953 habían ganado 3-6 a Inglaterra en Wembley.
Sin embargo, en la final, el resultado sería muy distinto: se adelantó Hungría –que contaba con jugadores de la talla de Puskas, Kocsis, Czibor o Hidegkuti-, que a los diez minutos ya ganaba 2-0.
El partido, disputado en el estadio Wankdorf de Berna el 4 de julio de 1954, había empezado con una ligera llovizna, ideal para el juego rápido y preciso de los húngaros.
Sin embargo, la lluvia arreció, y antes del descanso, Alemania ya había logrado empatar. El césped se había convertido en un barrizal.
Y lo hizo con una ayuda inestimable, procedente de una empresa de material deportivo que también había vivido su propio milagro.
Un cisma familiar
El descanso fue clave: el entrenador alemán, Sepp Herberger, ordenó a sus jugadores cambiar los tacos de sus botas Adidas, un gesto aparentenmente banal pero innovador en aquella época y a la postre decisivo.
La firma Adidas había nacido en 1948 de un cisma familiar: Adolf (llamado familiarmente ‘Adi’) Dassler compartía la Gerbüder Dassler Schuhfabrik (literalmente, fábrica de calzado Dassler) con su hermano Rudolf, pero sus diferencias personales y políticas acabarían por separar sus caminos.
Adi Dassler era el diseñador del calzado (Jesse Owens ya había ganado los 100 metros en los JJOO de Berlín’36 con un calzado de los Dassler), mientras que Rudolf era el relaciones públicas de la empresa.
La irrupción del nazismo, la guerra y la posguerra provocarían una brecha insalvable entre ellos, y en 1948 separaron sus caminos: Adi Dassler fundó su nombre para crear Adidas y Rudolf puso en marcha la marca Puma, en honor a su mote de juventud, a tan solo unos metros de la sede de la fábrica original, en la localidad bávara de Herzogenaurach (donde sigue estando la sede central de Adidas en la actualidad), al otro lado del río Aurach. Desde ese momento, la competencia entre Adidas y Puma sería feroz.
(La periodista neerlandesa Barbara Smit narra la historia de ambas firmas en ‘Hermanos de sangre’, editorial Lid, 2007).
Antes del Mundial de 1954, Rudolf Dassler negoció con la selección alemana para que sus jugadores calzasen Puma durante el torneo, pero no llegó a un acuerdo con el técnico, Sepp Herberger. Dassler consideró que los 100 marcos mensuales que pedía Herberger eran demasiado y se retiró de la negociación.
Entró en escena su hermano Adi, ya al frente de Adidas, que se convirtió en el suministrador oficial de calzado para los alemanes: Adi Dassler había diseñado unas botas con tacos recambiables, que permitían al jugador adaptarse mejor al estado del césped.
Así, tras comprobar que el césped del estadio Wankdorf se iba encharcando con el paso del tiempo, los alemanes jugaron la segunda parte con tacos más largos –más apropiados para ese tipo de terreno resbaladizo y embarrado-.
Resbalar o no resbalar
Así llegó el 2-3 definitivo, en una acción en la que el alemán Helmut Rahn remató desde la frontal. Gyula Grosics, el meta húngaro, resbala y no llega a detener el balón.
Hungría apretó hasta el final: el árbitro anuló un gol de Puskas, hubo un disparo al palo y tres grandes paradas del meta alemán, Toni Turek.
Contra todo pronóstico, y gracias en buena medida los tacos inventados por Adi Dassler, Alemania logra su primer Mundial. Fritz Walter levantó la Copa: el estadio del Kaiserslautern, la ciudad en la que había nacido en 1920, lleva ahora su nombre.
Hungría había llegado a la final después de acumular 33 partidos sin perder. Después de la final de Berna, aún encandenaría 18 encuentros sin derrota. Pero cuando los tanques de la URSS irrumpieron en Budapest (1956), el mítico equipo de los mágicos magiares empezó a descomponerse sin remedio.