“Hasta hoy no conocía a ningún campeón del mundo y hoy ya conozco a diecisiete”, dijo David Bermudo (Santa Coloma de Gramenet, 1979). El 24 de abril de 1999 la selección española celebró su único Mundial sub-20 con tres futbolistas del Barça: Bermudo, que disputó los 660 minutos, Xavi Hernández y Gabri García. “A nivel deportivo fue el éxito más grande de mi carrera y a nivel personal fue una experiencia muy enriquecedora e inolvidable que jamás olvidaré y que me cambió la vida”, reconoce. Asistió al torneo como futbolista del Barça C. Solo jugaría un partido con el primer equipo, en la Copa 2000-2001, y 12 en Primera, con el Tenerife. Trabaja en un concesionario Volkswagen.
El Mundial se disputó en Nigeria. Ya tenía que ser la sede en 1995, pero un mes antes la FIFA cambió de opinión por brotes de malaria y meningitis y por la estabilidad política y social. Se decidió otorgar al país la edición de 1999, pero continuaba sin estar preparado. “Y nos dimos cuenta nada más aterrizar. Nada más salir del avión vimos que el país no tenía nada que ver con el sitio de donde veníamos nosotros”, asegura. En el aeropuerto de Lagos, la capital, no había cintas transportadoras para las maletas: las sacaban los trabajadores, con sus manos.
Rodeados de moscas
Los periódicos hablaban de un motín de prostitutas como respuesta a la decisión del gobierno de prohibir la prostitución durante el torneo (“Nadie nos parará y buscaremos a jugadores y directivos”), de bolsas llenas de orina lanzadas en las gradas o de un brote de cólera. “Hay un problema, pero estamos intentando no hablar demasiado de ello por el Mundial”, dijo un funcionario del ministerio de Sanidad.
“Fue muy impactante. Fue chocar contra una forma de vivir totalmente diferente”, argumenta. “Recuerdo caminar por un mercadillo y ver la carne y el pescados rodeados de moscas y la gente comprando como si fuera tan normal. Es que era algo normal para ellos. Para nosotros era todo muy chocante. Nos cambió la mentalidad. Nos hizo comprender que éramos unos privilegiados”, asiente.
Coge aire. Continúa: “Hablábamos con gente que nos decía que la persona que comía una vez tenía una suerte tremenda. Antes de ir a Nigeria yo era muy tiquismiquis con la comida, con mi madre. ‘Esto no me gusta’. ‘Esto no lo quiero’. Pero después de ver y vivir todo aquello cuando volví era una persona totalmente diferente. Le dije a mi madre: ‘A partir de ahora jamás te voy a decir que no a una comida. Jamás'”, explica el exfutbolista. “Ahí la comida era desastrosa”. Cuando volvió su madre le dijo que le veía muy delgado y se pesó. Había perdido cuatro kilos.
Partidos a 40 grados
No ha olvidado el calor ni los encuentros a 40 grados a las 4 de la tarde. “Era asfixiante. Hacías una carrera y una bocanada de aire caliente se te metía dentro de los pulmones, en el estómago. Te costaba hasta respirar”. Un día vieron un tiroteo desde el balcón. Habla de hoteles “totalmente tercermundistas”. “Dormíamos casi siempre con el chandal puesto para evitar picaduras de mosquitos, por la malaria”, apunta Bermudo.
En el pasillo siempre había soldados armados con metralletas para evitar que nadie entrara y que nadie saliera. Lo tenían prohibido. Recuerda dar ropa a algún soldado. “Incluso recuerdo que con Xavi, Gabri y no sé quien más un día recolectamos dinero y se lo dimos a los guardias para que se lo repartieran entre ellos”, cuenta. También les decían, en broma y en serio, que se los llevaran con ellos a España.
Guarda otra imagen en la memoria, asociada a la aventura que era cada viaje en autobús: “Un día se metió en contradirección y cuando los policías veían que algún coche no se apartaba se bajaban y empezaban a golpearlos con porras, látigos o lo que fuera. Era de película”. Fueron más de tres semanas lejos de casa. Antes de irse buscó donde estaba Nigeria en un viejo mapa de casa. “Cuando lo vi me pareció demasiado lejos”, ríe.
La arenga de Xavi
Aún no había móviles y los jugadores hablaban con los dos periodistas españoles presentes en Nigeria para que introdujeran mensajes para los de casa en sus textos: “Explicábamos que no llamábamos porque no había dinero y que todo estaba bien, para que no se preocuparan”.
De la final ante Japón recuerda sobre todo a Xavi: “Estábamos las dos selecciones en el túnel y palpó que estábamos nerviosos porque estábamos muy callados. Quiso romper esa seriedad y dijo algo así como: ‘Venga, va, chavales, que ganamos seguro. ‘¿No veis que están dormidos?’. Por sus ojos. La gente empezó a reírse y se destensó”. Ganaron 4 a 0. Sus amigos tiraron petardos, bebieron cava y corrieron por Santa Coloma gritando Bermudo es cojonudo, como Bermudo no hay ninguno. Los futbolistas cobraron 3.650.000 pesetas en primas.
Keita, MVP
El día acabó con el descontento con la FIFA por no dar el Balón de Oro a Xavi: “Lo vivimos como un insulto porque había sido el mejor futbolista del Mundial sin ninguna duda. De largo”. El MVP fue para Seydou Keita. Xavi ni siquiera tuvo la plata o el bronce. Iñaki Sáez, el técnico, dijo que Xavi sabía más de fútbol que él: “es el mejor con diferencia” y “es mil veces mejor que Iván de la Peña”.
“A mí me costó asimilar que era campeón del mundo, sinceramente. Me sentía como el que ha ido a jugar un partido de fútbol y ha ganado y está contento. Pero ya está. Era esa alegría. Nada más. Con el paso de los días y, sobre todo, la llegada a España me di cuenta de la dimensión que tenia todo eso. Fue histórico”, admite. Hoy conserva la medalla y su hijo, futbolista de 13 años, habrá oído mil veces la historia.
Concluye: “Lo primero que hice cuando llegué a casa fue ducharme y después me fui a la cama a dormir. Estaba cansadísimo”.