El Tour cobra altura, a dos jornadas de su final, se disputa por encima de los 2.000 metros, en una jornada que combina el vértigo y la asfixia y que abre la puerta a todo tipo de soluciones, en un terreno donde está escrito con letras de oro el nombre del Águila de Toledo.
Si hay un lugar donde los organismos pueden acabar lastrados por la falta de oxígeno en esta edición es en la antepenúltima jornada, una etapa corta de 144,6 kilómetros, intensa y sin reposo, entre Embrun e Isola 2.000, en medio de los Alpes del sur.
Ninguna especulación estará permitida en una etapa que supera dos puertos fuera de categoría y que acaba en uno de primera, todos ellos con su cima situada por encima de los 2.000 metros, el lugar donde el ambiente cambia, donde solo los más habituados son capaces de pedalear con más fuerza.