Cuando hablamos del poder inspirador de la literatura, no solemos hacerlo para aludir precisamente al tipo de influencia que ha ejercido ‘Los diarios de Turner’. Escrito en 1978 por William Luther Pierce, por entonces líder de la agrupación neonazi más importante de Estados Unidos, aquel libro se fue convirtiendo en manual de conducta para racistas, terroristas y tarados de todo el mundo. Ambientado en un futuro en el que una organización de supremacistas blancos se sirve de una insurgencia apocalíptica para acabar con negros y judíos y dominar el mundo, fue uno de los referentes esenciales de atentados como el perpetrado por Timothy McVeigh en Oklahoma en 1995, que mató a 168 personas, o el cometido en Oslo por Anders Behring Breivik, que acabó con 76 vidas, y se da por hecho que también sirvió de modelo para el asalto al Capitolio estadounidense de 2021.
Pero, antes de eso, la novela fue algo parecido a la Biblia para un grupo de fascistas liderado por un tal Robert Jay Mathews, que en la primera mitad de los años 80 cometieron asesinatos, atracos y ataques con bomba en un intento de desencadenar una revolución armada caucásica. Y por tanto tiene sentido que juegue un importante papel argumental en ‘The Order’, ficción centrada en el historial de la banda que este año compite por un lugar en el palmarés de la Mostra.
Dirigida por el australiano Justin Kurzel -cuya opera prima, ‘Los asesinatos de Snowtown’ (2011), ya dejó clara su buena mano a la hora de dramatizar episodios de la historia criminal reciente-, la película opone su retrato de Mathews al de uno de los policías decididos a darles caza, un personaje completamente inventado y azotado por un buen número de demonios a quien da vida Jude Law; de hecho, trata con tibieza de establecer entre ambos hombres una especie de atracción morbosa o de simetría inversa que, a decir verdad, nunca llega a resultar convincente. Tampoco se molesta en reflexionar con seriedad acerca del supremacismo y la extrema derecha, movimientos e ideologías actualmente en alza.
“Sentimos que se trata de una película que debía ser hecha ahora porque, la relevancia del asunto que trata habla por sí misma”, ha afirmado hoy Law en el certamen pero, a pesar de sus palabras, lo cierto es que si los neonazis de ‘The Order’ no se reunieran en estancias adornadas con esvásticas casi podrían confundirse con sicarios de la droga o matones de la mafia. En realidad, la película se limita a ejecutar un serie de fórmulas narrativas -sus personajes son poco más que arquetipos, y resulta fácil predecir de antemano el destino de alguno de ellos- aunque, eso sí, lo hace de forma impecable, manejando el ‘tempo’ con la habilidad suficiente y generando los niveles de tensión necesarios para mantenernos con la uñas clavadas en la butaca. Y, bien pensado, su genérico acercamiento al asunto del supremacismo no le impide dejar claro a quien la ve que los neonazis son cochambre. Con eso basta.
La Gran Guerra en un hospital
Revisitar el pasado con la intención de hablar del presente es también la estrategia de ‘Campo de batalla’, otro de los títulos que este año aspiran al León de Oro, pero en su caso se hace muy difícil tener claro qué es lo que se nos quiere decir. Dirigida por el italiano Gianni Amelio, algo parecido a una institución en su país, la película retrata la Primera Guerra Mundial prácticamente sin salir de los muros de un hospital -es una forma original, y sobre todo barata, de dramatizar el conflicto-, y utiliza el choque ideológico entre un médico empeñado en devolver a los soldados al frente y otro decidido a mantenerlos alejados de él para hacernos saber, o eso se supone, que las guerras son malas; llegado el momento irrumpe en la trama la mal llamada gripe española de 1918, y entonces Amelio usa ese elemento argumental para apuntar paralelismos de todo desprovistos de propósito con la pandemia del coronavirus.
En cualquier caso, ‘Campo de batalla’ resulta menos problemática por sus despistadas intenciones que por ser una película absolutamente monótona, apagada e inerte. Es cierto que aspira a rendir homenaje a los millones de vidas que se perdieron durante el periodo que recrea pero, como sabemos, para hablar de la muerte no es necesario contar historias tan carentes de vida.