A los Dolomitas se les conoce en el folclore popular como las montañas pálidas. Desde esa zona de los Alpes ha llegado a lo más alto del tenis mundial Jannik Sinner, número uno del mundo. No hay a día de hoy una montaña más difícil de superar en una pista rápida que ese jugador larguirucho y espigado cuyo tenis es, en cualquier caso, pura roca. Y es justo lo que tendrá que hacer este domingo Taylor Frtiz si quiere no solo conquistar su primer grande, sino también devolver al tenis de Estados Unidos a una cumbre que no pisa desde hace 21 años.
Sinner y Fritz se han citado este domingo en la final del Abierto estadounidense, el último Grand Slam del año, tras ganar este viernes sus semifinales. El primero lo hizo dejando en el camino a Jack Draper, la esperanza de presente y futuro del tenis británico, en un intenso partido. Fueron solo tres sets ( 7-5, 7-6 (7-3) y 6-2) pero fueron necesarias algo más de tres horas para resolver ese encuentro intensamente físico donde el tenis y las condiciones de humedad pusieron a prueba a los jugadores y, especialmente, al físico de Draper, que llegó a vomitar cuatro veces en la pista.
El sueño de Fritz, y de EEUU
Frita; por su parte, fue el verdugo de su amigo y compatriota Frances Tiafoe en un duelo más igualado y áspero, a ratos correoso y que se fue hasta los cinco sets. La montaña rusa se recorrió en tres horas y 18 minutos y de ella salió triunfante, como en otros seis de sus siete encuentros anteriores, el estadounidense mejor situado en el ranking de la ATP, número 12 del mundo.
Le desbordaba la emoción y casi no podía contener las lágrimas Fritz tras su logro, un sueño personal que alcanza a los 26 años tras jugar el torneo de su vida. Pero el suyo es también un hito para todo el tenis masculino estadounidense: la última vez que uno de sus jugadores estuvo en una final de Grand Slam fue en 2009, cuando Andy Roddick alcanzó la de Wimbledon (que perdió con Roger Federer). Y aún hay que remontarse más atrás, hasta 2003, para encontrarse con un campeón local en Nueva York (también Roddick).
Sinner, luces y una enorme sombra
Para Sinner, la cita definitiva en la pista Arthur Ashe abre la posibilidad de cerrar con un segundo grande en su palmarés el año en que lo inauguró con el título de Australia y en el que también ha alcanzado semifinales en Roland Garros y cuartos en Wimbledon. Sería el único jugador, tras Jimmy Connors en 1974 y Guillermo Vilas en 1977, que logra sus dos primeros Grand Slam en el mismo año (en el caso de Connors fueron tres).
Es un momento de confirmación para el jugador de 23 años, el primer italiano que llega en la historia a una final en Nueva York, un tenista que este año ha conseguido cinco de los 15 títulos que acumula en su carrera y ha reconfirmado su dominio en las pistas duras, donde ha ganado 35 de sus 37 partidos este año.
Es también, en cualquier caso, un momento que llega con nubarrones. Porque si el folclore popular atribuye a los dolomitas su particular luminosidad a un hechizo prodigioso, en el caso del de San Cándido se ha instalado a su alrededor algo más oscuro: la sombra del dopaje.
Menos de una semana antes de llegar a Nueva York se supo que en marzo en Indian Wells dio positivo en dos pruebas, realizadas con ocho días de separación, por uso de Clostebol, un esteroide anabolizante prohibido. Fue exonerado pues se consideró que la presencia infinitesimal se debió a contaminación en un masaje que le dio un miembro de su equipo, un fisioterapeuta (que ya ha sido despedido) que se estaba aplicando un medicamento con esa sustancia para un corte en un dedo..Y Sinner defiende su inocencia, y prácticamente nadie le señala acusador, pero el tiempo transcurrido hasta que se dieron a conocer los positivos, que se le permitiera seguir jugando y, sobre todo, la diferencia de trato que recibió frente a otros sospechosos de dopaje, ha generado un debate amargo y ha sembrado dudas.