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Llegan las carreras populares de verano y uno recupera su vieja liturgia, la de esperarse a que el pelotón se ponga en marcha mientras se acomoda el último antes del pistoletazo de salida. Es una costumbre que uno inició cuando recuperó las ganas de correr en plena treintena de la vida, aún con el Marlboro Light a cuestas. Sin más ambición que la de llegar a la meta, me coloqué en la fila de aquella Volta a Peu de Corbera de principios de siglo. Me até tranquilamente las zapatillas, me calé bien la gorra y empecé a trotar detrás del penúltimo sin necesidad de mirar atrás. Luego le siguieron muchas más carreras veraniegas por toda la geografía valenciana. Tras unos años parado, este verano he vuelto a las andadas. Ha vuelto ‘The last man’.
La costumbre de salir el último en las carreras populares es una buena manera de situarse en el mundo. Más que un corredor, soy un observador que aprende a entender mejor al ser humano. Salir el último como metáfora vital. Salir el último como una manera de estar aquí, ni más ni menos.
Salir el último es dejarse querer. Es ensanchar el tiempo, ignorar el crono, estar en paz
La cola del pelotón
Ser la cola del pelotón en los primeros kilómetros permite gozar desde la perspectiva de la serenidad. Es sentir el ánimo sincero de las señoras que toman la fresca (‘xe, pobret’) en las primeras calles y entender que no todo está perdido. Es dejarse querer. Salir el último es ensanchar el tiempo, ignorar el crono, estar en paz. Es fundirte sin complejos con los espectadores: chocar la mano, sin prisas, con cada niño y adulto que te la ofrece, erguir la cabeza y mirar al frente. Salir el último es ser humilde durante un rato. Y valiente. Es reírse de las vergüenzas, de los complejos, es reírse de uno mismo.
Salir el último es entender las limitaciones. Sobre todo las de los demás. Ser ‘The last man’ no es llegar el último. Esa es otra historia. Salir el último es adelantar sin querer a los que se quedan atrás. Es compartir un rato de tu vida con los que quieren llegar pronto y no pueden, o no saben. Es estar con ellos, pero sobre todo es estar con uno mismo. Salir el último es hacerse cómplice de los perdedores, de los incomprendidos y, también, de los que corren con límites físicos o mentales y que siempre ganan por el simple hecho de estar ahí. También es conocer a los arrogantes, esos que aún no saben que la vida pone al final a cada uno en tu sitio.
Salir el último también es pisar vómitos y escupitajos, ‘recoger cadáveres’, dejarse llevar por la corriente. Salir el último es relativizar las expectativas con las que nos calentaron la cabeza sobre triunfos y derrotas vitales.
Salir el último es relativizar las expectativas con las que nos calentaron la cabeza sobre triunfos y derrotas vitales
Independizarse de la sociedad
Salir el último es independizarse de la sociedad del rendimiento. Es burlarse de la cultura del esfuerzo. Es alejarse de los codazos del día a día. Es escupir desde el fondo de tu alma a esta horrible locura competitiva. Al ‘que dirán’.
Salir el último es, como diría Antonio Gala, serenarse “como una pequeña tesela de un gran mosaico, prescindible, mínima, confusa, pero en su sitio”.
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