Es difícil que el Barça compita por algo. Y no porque no tenga fútbol, que lo tiene. Pero su mandíbula de cristal le castiga impenitente cuando toma ventaja y trata de gestionar los partidos mirando el cronómetro. En este Clásico además se le cayó la purpurina a Cubarsí, al que Vinicius retrató en más de una ocasión, y se evidenció algo que ya se sabía: Cancelo es un pozo sin fondo y a Koundé le pesa el azulgrana. No hizo falta que el Madrid ofreciese una de sus mejores versiones, de hecho no pudo esconder el agotamiento. Le valió con una actuación afilada de un Lucas Vázquez, que participó en los tres goles blancos. La derrota culé sentencia la Liga, dejando al Barca a once puntos a falta de 18 por jugarse. Ganó el año pasado la Liga el Barça de Xavi por su fiabilidad defensiva y este año la pierde precisamente por la falta de ello.
Amanecía el clásico enigmático: ¿Saldría el Barça desatado a buscar una victoria imprescindible para mantener la Liga viva? ¿Daría Ancelotti tregua a los de Manchester rotando? ¿Jugaría Modric de titular su último clásico? ¿Pesaría en los ánimos de unos y otros la Champions? La respuesta se conoció a media tarde con los onces. Rotaciones en el Madrid con una zaga inédita (Lucas, Rudiger, Tchouameni y Camavinga), y concesión, quizás la última en un partido de esmoquin, alineando a Kroos y Modric juntos en el medio. El Barça puso su once de gala, con la chapuza defensiva de Cancelo en la izquierda, y mostró una paciencia que encontró premio pronto.
Tantos de Christensen y Vinicius
No había entonado aún la grada el clásico ‘Illa, illa, illa, Juanito maravilla” y ya iba el Barcelona por delante. Un córner sacado al segundo palo, donde tan bien había defendido Nacho a Haaland, y allí apareció Christensen para rentabilizar un error grosero de Lunin en la salida. Kroos marcaba en zona y nada pudo hacer ante el danés, que puso por delante a los azulgranas a los cinco minutos.
El tanto obligó a los blancos a subir dos marchas y el choque se trasladó a campo visitante. Era más geográficamente inquietante que otra cosa, porque no llegaban las ocasiones. De hecho, la más clara fue una de Lamine, que a punto estuvo de robarle el palo corto a Lunin. Pero al cuarto de hora Lucas, que tanto da en ataque a este Madrid, se disfrazó de Cafu y forzó un penalti ingenuo de Cubarsí, que atravesó su pierna en medio de la vía regalándole al gallego una coartada para irse al suelo. Lo transformó Vinicius, que en este clásico volvió a tirar de galones para acostarse en la izquierda, su perfil favorito, dejando la derecha a Rodrygo.
Gol fantasma de Lamine
El apaño defensivo de Ancelotti se resquebrajaba en los córners, que eran películas de terror. Rozó el segundo gol el Barça en un cabezazo de Lewandowski y después Lamine remató en el primer palo y el VAR necesitó tres minutos para ver si había entrado el balón. A falta de tecnología de gol se decidió que no porque no había tomas que lo probasen. Enésima chapuza de esta Liga que se hace llamar “la mejor del mundo”. Se llegaba al descanso con más ocasiones azulgranas y un Camavinga martirizado por Lamine, que le sacó una amarilla y le generó muchos problemas en su regreso al lateral. El Barça tampoco era especialmente fiable en defensa, pero al Madrid aún le pesaban las ojeras de Manchester. Perdonó Vinicius que se pasó de generoso con Rodrygo. Especialmente desalentador resultó lo de Bellingham. Parece un jugador diferente al que aterrizó en el club. Intrascendente en ataque, apenas le llega para llenar las alforjas con compromiso y esas carreras ‘tribuneras’ para presionar a los rivales. Lo cual agradece la grada, al no tener otra cosa que llevarse a la boca.
La mala noticia llegó en la jugada final del primer asalto, un balón dividido en el que De Jong tuvo la mala idea de meter el pie ante la entrada de Valverde, que no se ahorró ni un gramo de energía en la disputa, y el tobillo del holandés saltó por los aires. Eligió Xavi a Pedri por el neerlandés, a lo que sumó la salida de Fermín por Christensen, dejando un once audaz cargado de poder asociativo y llegada con Pedri, Gundogan y Fermin por detrás de Raphinha, Lamine y Lewandoski. La pelota descansaba en pies azulgranas, algo que tampoco molestaba especialmente a Ancelotti, que activó el modo contragolpeador.
El ADN de La Masia
El partido estaba en un zarpazo. Igual que la Liga. Si existía alguna opción de que los de Xavi le disputen el título a los blancos pasaba porque marcasen. El Madrid estaba agotado: Vinicius se había quedado sin gasolina como en el Etihad, Rodrygo no regresó de Manchester y Bellingham justificó más su dorsal, el 5, que su rol en el equipo. El empate valía al Madrid, que se mantenía como un zombie sobre el césped. Xavi seguía probando cosas y apostaba todo al once de los ‘meninos’ poniendo en el campo a Joao Félix y Ferran por Lewandowski y Raphinha, muy grises. Moriría el Barça de pie y siendo fiel a lo que le ha llevado hasta aquí, el ADN de La Masia.
Y llegó merecidamente el gol azulgrana con Brahim y Fran García esperando entrar. Pero antes un centro cerrado de Lamine lo sacó Lunin tras cruzarse Ferran sin tocarla y el rechace lo embocó un Fermín siempre atento a la segunda jugada. Poco le duró la alegría los culés, porque como advertíamos, la defensa del Barça es de papel. Un centro desde la izquierda recorrió todo el área hasta llegar a la otra banda, donde apareció Lucas, que aprovechó que Cancelo había dimitido, una vez más, y colocó el empate. Reactivó Carletto a los suyos con la entrada de Militao al eje de la zaga empujando a Tchouameni al centro. Brahim puso la electricidad y el francés el plomo. Y el Madrid lo notó hasta el punto de que en el descuento otra vez Lucas, que firma con esta actuación su renovación, puso un centro que se paseó por el área y fue remachado a la red por Bellingham, quien repetía con el gol decisivo, como en Montjuic. La Liga es blanca porque el Barça se ha empeñado en que así sea. El partido terminó con todo el Bernabéu cantando el “¡Xavi, quédate!”.