Rosa Montero visita la Isla invitada por el Festival Tenerife Noir con un nuevo libro debajo del brazo que usted misma ha tildado como un experimento: ‘La desconocida’. El ejemplar marca su regreso al género negro.
En realidad es el primer libro que he hecho de verdad de género porque yo no creo en los géneros. A estas alturas del siglo XXI lo veo como encerrarse en un molde y limitador. Hay géneros muchos más híbridos ahora. Yo tengo por ejemplo una trilogía con Bruna Husky, que es detective y además dentro de cien años. Es ciencia ficción, género negro y una novela existencial.
Usted no cree en los géneros pero puede que el negro sea el más transversal de todos.
Lo que yo creo es que los recursos del género negro se utilizan en las novelas generalistas, por así decirlo. Yo los he estado utilizando en casi todas mis novelas. Eso pasa porque esos recursos nos permiten hacer una épica urbana moderna, contemporánea y una cala social. Por eso creo que hemos tenido tanta afición al género negro en España mucho antes de que se pusiera de moda en el mundo. De alguna manera, está emparentado con la picaresca, que son ese tipo de tradiciones literarias que hacen una cala social y que hablan desde los palacios hasta los burdeles. Eso es muy versátil para cualquier tipo de novela. Y luego está la intriga y el suspense, yo lo utilizo porque para mí la vida es así: incierta, pura incertidumbre y pura intriga. Creer que vas a poder programar y asegurar el día de mañana es una ficción.
Detrás de ‘La desconocida’ y de sus 150 páginas hay un proceso curioso. Un festival francés le propone al escritor del país invitado, usted en este caso, que escriba una novela a cuatro manos con un escritor de allí.
Escogieron a Olivier Truc, un escritor al que yo ya conocía hace diez años porque publicamos en Francia con la misma editorial. Nos caíamos bien. El caso es que a los dos nos tentó porque ninguno trabajamos así. Antes de empezar un libro nos solemos pasar entre un año y año y medio preparándonos. Nunca habíamos pensado en escribir con nadie y de la pura complicación de esta propuesta, pues nos tentó. Teníamos que hacerlo en tres meses y no pudimos ni pararnos a pensar. La idea era escribir ocho capítulos e ir alternando uno y otro. Nos decían que hiciéramos una especie de cadáver exquisito, que es ese juego surrealista. Pero hacerlo con una novela negra es una imbecilidad. La novela negra es lo contrario del absurdo, tiene que ser un artefacto de relojería. Así que desde el primer momento nos pusimos de acuerdo en que teníamos que ir desarrollando la novela juntos. Desde luego que intentamos sorprendernos el uno al otro pero dentro de un esquema que íbamos desarrollando. La cantidad de correos electrónicos que nos escribimos fue como dos veces el libro. Los escribíamos en inglés. Fue bastante curioso y yo estoy orgullosa, primero, de haber terminado. Llegar a tiempo en medio de todos los demás compromisos ha sido un logro. Y la segunda cosa de la que estoy muy contenta es de que tenga sentid. Ha salido bien, nos la han comprado ya en Netflix para empezar a rodar una película. Nos divirtió tanto que, de hecho, vamos a hacer otra pero con más calma.
En la novela aparece una detective en Barcelona, la que se enfrenta al caso, y un policía francés de dudosa reputación. ¿Cada uno desarrolló uno de esos personajes?
Sí. A mí se me ocurrió el comienzo. Uno tenía que hacer los capítulos pares y el otro los impares. Yo me encargué del comienzo y él del final. Creé a la desconocida, una mujer a la que se la encuentra atada y desmayada en un contenedor del Puerto de Barcelona y que ha perdido la memoria. Luego salió sola la detective y él creó a su personaje, que es el inspector francés. Cuando yo tenía que hacer mis capítulos tenía que recoger sus personajes y seguir desarrollándolos, y a la inversa. Esto era de lo más divertido. Ver cómo tus personajes empiezan a hacer cosas que tú no les has dicho es muy curioso. Y además creo que lo hicimos bien, leímos lo que ponía otro, fuimos fieles a eso, y lo desarrollamos. Toda la novela es un viaje al otro pero este ha sido redundante, ha sido un viaje al otro y al otro del otro.
Durante su estancia en la Isla también participó en una charla en la Universidad sobre memoria, literatura y periodismo.
Yo creo que el periodismo escrito es literatura. La dicotomía sería, en todo caso, entre el periodismo y la ficción. Ser plumilla, como tú y como yo, es un género literario tan maravilloso como cualquier otro. ‘A sangre fría’, de Truman Capote, es un reportaje y es un libro literariamente extraordinario. Hay que aspirar a hacer buena literatura con el periodismo escrito y de hecho se puede aspirar a hacer una literatura extraordinaria. Es muy raro el escritor que cultiva un solo género, normalmente se cultivan varios. Por ejemplo, Octavio Paz: ensayo y poesía. La mayoría de los escritores hemos sido también periodistas. No te digo ya García Márquez que es el típico que nombramos, sino Graham Greene o Marc Twain. Todo dios ha sido también periodista. Yo empecé como narradora, escribiendo de niña como un juego. Mis primeros cuentos eran de ratitas que hablaban y tenía cinco años. Desde entonces, siempre he hecho ficción e hice periodismo porque tenía facilidad para escribir.
De hecho, esta misma semana publica un nuevo libro que tiene mucho que ver con esto que me comenta.
Sí, tiene que ver con un periodismo que aspira a reconocerse en ese lugar que tiene, que es el lugar literario. Se llama Cuentos verdaderos porque es una colección de crónicas hechas por mí y publicadas en El País entre el 78 y el 88. Lo he llamado cuentos porque son tremendamente narrativas. Algunas parecen el capítulo de una novela. Pero son verdaderos, claro.
En esa revisita a sus crónicas, ¿se ha sorprendido de lo contado?
Me he quedado patidifusa, sí. Estas crónicas son desde hace 45 a hace 35 años.Parece otro país, otro mundo. Se me habían olvidado y es la prueba de que muchas cosas que hemos vivido se nos han ido olvidando. Una de las crónicas es, por ejemplo, la gira de Miguel Ríos en el 82 con Bienvenidos. Fue tremenda. Estuve varios días con ellos y escribí Diario de una grupi y es alucinante lo cutre que era España entonces. Los empresarios eran todos unos chorizos increíbles que estafaban a Miguel Ríos. En un plaza de toros, ante 30.000 personas, estuvimos esperando a que llegara el manager con el dinero de la actuación.