En la última página impresa del libro Joaquín Sabina, Inventario 75 (Efe Eme, 2024), se puede leer: “Sus autores desean alegar en su defensa que lograron concluir la redacción de sus textos sin utilizar términos como canalla, crápula, bardo, pirata o flaco”. Tiene su mérito, teniendo en cuenta que son casi 300 páginas, uno de los volúmenes más completos que se han publicado nunca sobre el cantante. La confesión habla muy a las claras sobre cuál era su intención: abordar la figura de Joaquín Sabina (Úbeda, 1949) desde ángulos y perspectivas inexploradas, tarea harto complicada cuando son alrededor de diez libros (o más) los que se han publicado sobre su obra y milagros. La excusa, como sugiere el título, era su 75 cumpleaños. Un aniversario cumplido el pasado mes de febrero, por el que ni él mismo hubiera apostado un euro.
“Al anunciar su salida leí en las redes comentarios del tipo: “¡Otro libro sobre Sabina! ¿Qué van a contar que no sepamos?”, lo que denota la poca capacidad para entender o asimilar nuestra propia cultura musical: nos parece normal que haya mil títulos sobre los Stones, los Beatles o Dylan, pero seguramente desconocemos los mil que hay en Francia sobre Georges Brassens o Johnny Hallyday”, comenta Juan Puchades (Valencia, 1965) al respecto. Su compinche en esta faena, Julio Valdeón (Valladolid, 1976), añade que esos “complejos absurdos” deberían ser pulverizados por la dimensión del artista, alguien que “nos ha contado y cantado como muy pocos, a la altura de cualquier gigante del rock y el folk de cualquier lugar, en la misma liga que Leonard Cohen, José Alfredo Jiménez o Adriano Celentano”.
¿Qué es lo que hace diferente a este libro de los anteriores que se han publicado sobre el autor de 19 días y 500 noches (1999)? Su disparidad de miradas, la valoración de su musicalidad (muchas veces sepultada por la pulsión literaria de sus textos) y el desglose de un puñado de referentes que van desde Luis Eduardo Aute a Atahualpa Yupanqui, pasando por Bob Dylan, JJ Cale, Jean-Patrick Capdevielle, Javier Krahe (lógicamente), Bob Marley, Bob Dylan o Leonard Cohen. No hay mejor introducción que prestar atención al contexto. Y, por supuesto, un afán periodístico sin tasas ni peajes: se destila cariño y dedicación, pero no se soslayan los deslices ni algunos despropósitos en una carrera de casi cinco décadas.
“Hay muchos Sabinas a reivindicar, y a mí me pierde el de las canciones humorísticas o satíricas, que es el menos reivindicado, o el de sus aproximaciones a canciones de formato pop, tipo Rebajas de enero, El rock and roll de los idiotas o 69 punto G, perfectas para ser radiadas”, revela Puchades. Valdeón no reniega del todo de los estereotipos que siempre le han pintado (y a los que el propio Sabina contribuyó) de personaje incorregiblemente noctámbulo, bohemio y dado a los vicios más confesables, “porque siempre tienen un forro de verdad, aunque gastada a fuerza de repetirla”, pero piensa que el problema “no es tanto la noche” como “la incapacidad de rastrear en sus rincones”. Es este un libro que desmonta mitos e ilumina claroscuros.
Revisión de tópicos
Esa exprimidísima condición de bohemio es puesta en cuestión precisamente gracias a una de las particularidades del libro: Sabina visto por Sabina, es decir, la recopilación de declaraciones del propio músico extraídas de los cientos de entrevistas ofrecidas a lo largo de su carrera. Todas sin filtro, sin concesiones a ninguna noción de corrección política. Puchades avisa de que en ellas Sabina se muestra como “un bohemio muy de base, mucho, al que le han ido sucediendo cosas que aunque no le han disgustado, no esperaba y, por momentos, le dejaban perplejo”. Y recuerda “lo mal que llevó desde el principio la popularidad y la falta de anonimato, que es quizá el precio más alto que tuvo que pagar”.
Hay otra recurrente acusación de parte de sus detractores: su tendencia al ripio, entendido como rima fácil. Su abuso de ese socorrido recurso. Julio Valdeón cree que fue “una acusación muy propia de ciertas revistas musiqueras, que afeaban en Sabina lo mismo que no parecía importarles en Rubén Blades o Silvio Rodríguez”. Y Juan Puchades esgrime que “la frontera entre el ripio y la rima necesaria es muy difusa, o entre el ripio y la rima divertida y conscientemente ripiosa”, por eso precisa también la importancia de recordar que “Sabina fue el primero que habló de los ripios en algunas de sus canciones y, como gran humorada, denominó Ripio a la editorial que gestionaba sus canciones”.
Muchos Sabinas en uno
A todo lo ya dicho, Sabina fue pop, folk, rock, ranchera, tango, rumba, blues, trova y muchas cosas más. Hay muchos Sabinas posibles, más allá del que siempre ha llegado al gran público y ha vendido más de 10 millones de discos en todo el planeta. Pocos talentos han demostrado un ansia más omnívora que la suya, tanto en el plano musical como literario. Y la iluminación de rincones poco transitados de su obra también se presta a una reevaluación. Por eso Juan Puchades reconoce que se reconcilió, porque los entendió, “tanto con los dos álbumes en directo con Joan Manuel Serrat como con aquel disco maldito, el primero, Inventario (1978), que es el más odiado por él mismo y cuyo título, con algo de humor, hemos reciclado para titular nuestro libro”.
Hablamos, en esencia, de un artista “inagotable y polifónico, dueño de una obra inabarcable, que admite mil lecturas, entre otras cosas porque al leerla nos leemos a nosotros mismos, lo que fuimos y somos”, en palabras de Julio Valdeón. Un perfil creativo que admite muchas más vetas de las que en un principio cabría deducir: ya sabemos de la propensión del gran público al encasillamiento. Si hubiera que definir la aportación de Joaquín Sabina a la música popular a lo largo de estas últimas cinco décadas, ¿cómo lo harían los autores de este libro? Juan Puchades resume su logro en que “unió con naturalidad, como nadie había hecho antes, la tradición de la mejor canción de autor con la electricidad del pop y el rock, sin abstenerse de chapotear sin complejos en eso que llamamos músicas populares, y supo ser culto y popular intentando dignificar el género canción, sin etiquetas”. Julio Valdeón depura aún más: “Es el mejor explorador de la fragilidad y el desamparo, pero con chulería, derrochando gracia y talento. Es Quintero, León y Quiroga con chupa de cuero, discos de Dylan y lecturas de César Vallejo y Neruda”.