El fútbol está lleno de prejuicios. Luchar por sobrevivir es algo de lo uno solo puede sentirse orgulloso de vez en cuando. Nunca como esencia, porque es un síntoma de ser menor. Sin embargo, alcanzar una permanencia es una de las mayores gestas que existe. Salva equipos. Por eso existen hombres entrenadores como Javier Aguirre, cuya voz sale al marcar el ‘112’, aunque su carrera diga mucho más. Porque está a las puertas de llevar al Mallorca a una final de Copa. Solo, que ya es mucho decir, tiene que ser mejor que la Real Sociedad en el Reale (21:30) y hacer valer el empate sin goles en Son Moix.
El Mallorca buscó en Aguirre la estabilidad que le faltaba
Hace cinco años el conjunto bermellón estaba en Segunda B. A pesar de llegar a Primera como en un ascensor, vivía en un estado de agitación continua que el mexicano, de vuelta de todo, ha conseguido calmar. La propiedad estadounidense que lidera el extenista Andy Kohlberg -sucesor de Robert Sarver, acusado de racismo y acoso sexual- respira tranquila. Aunque en Palma se perciba cierta decepción por la endeblez liguera. Las llegadas de hombres como Morlanes, Darder o la contratación de Larin abrían una vía para edificar sobre el patrimonio del año pasado.
El Mallorca fue noveno, a tres puntos de Europa. Pero sabe bien el ‘Vasco’ que cada temporada es una aventura. En la presente las cuentas salen con tal de no dejarse arrastrar por el cataclismo de los tres últimos, empeñados en vender el descenso más barato de la historia. El mexicano tiene grabados a fuego los 42 puntos que aseguran no caer en el pozo, salvo casos dramáticos como el Depor de la 2010/2011.
Esta campaña no serán ni necesarios, pero apretará por lo vivido en capítulos anteriores. Le sale una mueca cuando se acuerda del penalti no pitado ante el Real Madrid que le condenó con el Leganés. De todo lo bueno que tiene Aguirre hay algo que le honra. Su memoria y ser capaz de hablar de cada momento como realmente le sintió. “En este vestuario están prohibidas las cuentas” decía en el vestuario del conjunto ‘pepinero’. Y casi salen.
La sanción de doce partidos por tirar piedras
Aguirre se ha vuelto a ilusionar con la Copa en la que dejó a la cuneta al Girona cuando estaba en lo alto de su efervescencia como equipo revelación. Fue el triunfo de lo de siempre contra el viento fresco de Míchel. Un Mallorca abrigado, sabedor de su poder a la contra, desmembró al equipo catalán en la primera parte. Luego, por supuesto, la consabida lección de sufrimiento que persigue a todos los equipos del mexicano.
Ahora quiere hacer un juego psicológico similar frente a la Real Sociedad de Imanol Alguacil, que está en esa fase del año en la que quiere agarrar todo con una mano. Tiene que estar en puestos europeos, pero ha perdido la solvencia en Liga, a la vez que se preocupa por su aventura en Champions actual. Y, sin embargo, el conjunto donostiarra ha llegado vivo hasta este mes en las tres competiciones, algo que ningún otro español puede decir.
Tampoco ningún mexicano tiene capacidad para contar lo que ha vivido Aguirre. Por eso le ‘vale madre’ que le llamen defensivo o rescatador, porque son dos argumentos desde los que ha construido una carrera con la que nunca habría soñado el niño de la Colonia Lindavista. El hijo de unos emigrantes vascos que antes de fichar por el América, el club más grande de México junto a las Chivas, fue sancionado con doce partidos por tirarle piedras al árbitro, tal y como confesó en una rueda de prensa reciente.
Todo real, nada que ver con las redes sociales
No fue tan severa la penalización en el partido de Liga contra la Real Sociedad, pero ahí le anduvo. Raíllo se fue a la calle por doble amonestación. Van der Heyden también acabó expulsado por protestar. Siguieron el mismo camino Toni Amor, segundo entrenador y Luivi de Miguel, técnico de porteros. Se salvó Aguirre por la providencia de la Virgen de Guadalupe, porque en el tumulto siempre se ha sentido cómodo.
En la intervención donde cometió un ‘sincericidio’ con el niño Javier, reivindicó el fútbol que considera vigente, aunque más de uno quiera enterrarle. “Sigue siendo un deporte que me apasiona. Por cosas del destino, a los dos años de esta escena -la del apedreamiento- firmé mi primer contrato profesional. Durante este tiempo, no he perdido la esencia. Ese barrio de once contra once, los rojos contra los azules y que gane el mejor. Y pegarse con el que sea”.
Pero eso sí, que el roce sea sin pantallas de por medio, porque Aguirre ha renunciado a las redes sociales. “Me encanta el debate posterior. Admito mis errores siempre que me equivoco. Pero de ahí a que te llamen de todo. ¿A quién reclamo yo?”, lamenta por el anonimato desde el que se ejerce el odio digital que en su país es exacerbado.
Un Lagavulin de ocho años y dos hielos
Sobre todo para el que tiene el privilegio convertido en desgracia de dirigir a la selección, como él hizo en dos ocasiones (llegó a los octavos de dos Mundiales y ganó la Copa Oro). Una tercera, ni por asomo, porque como él bien apunta hay jugadores, sobre todo los que están en Europa, que temen pasar por el espanto de las mofas. Como mucho, ejercer de tutor de ‘Jimmy’ Lozano, al que ve más “cualificado” para esta afrenta.
A pesar de esto y de que su ascendencia y descendencia tenga nombres vascos por todos los lados, México DF será el fin del recorrido con Silvia, su mujer. Juntos esperan brindar por la final. Con un Lagavulin ocho años (desde 58 euros), como confesó tras derrotar al Girona. Hasta superar el partido contra el Alavés, donde sacó un séquito de suplentes. Rindieron y reforzar la moral del núcleo, imprescindible para el ‘Vasco’.
Aguirre no quiso hablar de copas en público hasta superado el duelo de Liga. Incluso tras el empate le dio prioridad “a la de balón, con un buen gin-tonic”. Pero ahora la nevera de Palma ya enfría para que se vuelva a repetir ese: “Un ‘whiskyto’, dos hielos y a dormir” que entonó tras la permanencia del Mallorca. Es lo único que espera el ‘Vasco’. Prueba de que todo su fútbol, siempre agitado, muy agitado, ha maridado con la victoria.