El mundo es un lugar algo peor desde que, a principios del pasado septiembre, se emitiera el último episodio de ‘How to with John Wilson’ (HBO Max), la inclasificable serie (casi) documental que desde octubre de 2020 venía ofreciéndonos orientación (o algo parecido) para desenvolvernos en la vida, sobre todo la neoyorquina. A medio camino entre el diario fílmico, la comedia surrealista y el retrato de peculiares personajes y comunidades, la serie se convirtió para muchos en un oasis de ingenio e inesperado humanismo.
Su responsable, John Wilson, ese hombre pegado a una cámara desde la adolescencia, llegó el martes al festival DocsBarcelona con honores de estrella. “Nunca he hablado ante tanta gente”, dijo en un atiborrado Hall del CCCB, bajo una pantalla en la que podía leerse, por supuesto: ‘How to teach a masterclass with John Wilson’. Ofreció una ponencia a su estilo, es decir, siendo a la vez revelador y simplemente divertido, tomando algunos desvíos inesperados, exhibiendo carisma indie o soltando algunos de sus clásicos carraspeos.
Antes, durante una entrevista introductoria, le había contado a Èric Motjer, responsable de industria y formación de DocsBarcelona, cómo se lo estaba pasando por nuestra ciudad, donde llevaba tres días. “Fui a un karaoke. Estaba solo yo y una despedida de soltera. Se rayaron mucho por verme filmando”, nos comentó, casi como prometiendo una extensión de ‘How to’ en Barcelona. Eso sería milagroso.
Bazar de influencias
Sentado en todo momento (“porque esto no será una TED Talk”), nos abrió las puertas de su portátil y dejó que viéramos sus contenidos en la gran pantalla. “Si llega un mensaje de texto, no miréis en la esquina; no sé cómo desconectar eso”.
Una de las carpetas contenía un puñado de capturas sobre sus influencias. Por ejemplo, ‘La mujer de tu prójimo’, el libro sobre la moralidad sexual estadounidense para cuya preparación pasó Gay Talese unos meses en un resort poliamoroso de California: “A veces necesitas llegar muy lejos para entender la comunidad que estás comentando”, recordó Wilson. Idea que también se asentó en su interior leyendo ‘Entre los vándalos’, el viaje al mundo hooligan de Bill Buford.
El documentalista recordó también a Francis Alÿs, artista belga que, al más puro estilo de alguien capturado en ‘How to’, arrastró un día un gran bloque de hielo por Ciudad de México hasta verlo derretido por completo (“lo hizo para decir algo importante, pero no recuerdo qué era”: risas), o la artista conceptual francesa Sophie Calle, de la que admiró su obra ‘Suite Vénitienne’, diario de su persecución secreta por las calles de Venecia de un hombre al que había conocido en una fiesta… en otra ciudad. Un poco como Calle en esas fotos, Wilson suele filmar a gente desde una cierta distancia, algo que empezó a engancharle después de trabajar durante un año como montador de material en una agencia de detectives.
Cómo se hace la serie
Antes de ser una cuidada producción de HBO, las entregas de ‘How to’ fueron piezas perfectamente amateur que el propio Wilson subió a diversas plataformas. Cuando llegó la oportunidad de convertir la idea en serie profesional, sentía que “ya había dicho todo lo que tenía que decir” y le aterrorizaba la idea de “no saber llegar a completar un capítulo, por no decir una temporada”. Logró llevarlo a cabo con la ayuda de Nathan Fielder (‘Los ensayos’, ‘The curse’), genio del humor incómodo aquí en funciones de productor.
No hizo falta cambiar en exceso la idea inicial. “Ahora tenía una cámara HD, pero todo se quedó bastante igual. Solo hacía falta meterle esteroides a la producción”. Es decir, Wilson ya no podía seguir tomando imágenes durante un año para diez minutos de metraje. En el intento de clonarse a sí mismo, eligió a un puñado de buenos cámaras y les hizo estudiar una especie de biblia de estilo cuyas pautas pudimos ver en la clase magistral: “Mantente quieto en un plano amplio si el sujeto no se mueve”, “Haz un paneo si vas a revelar algo”, etcétera. El estilo Wilson desgranado en unos pocos claros puntos.
Además de con diversos cámaras (al parecer, acabaron siendo unos quince), Wilson también trabajó con un puñado de talentosos montadores que le ayudaron a etiquetar exhaustivamente (acciones, texto, conceptos) cada plano cazado al vuelo por la ciudad. Con ello se creó una enorme base de datos de la que podían tirar para ir creando el relato visual. “Al final de la tercera temporada, si necesitábamos un plano de mierda de perro, teníamos como mil entre los que elegir”, explicó Wilson. El regalo que acabó haciéndole el festival fue el mejor posible para un amante del humor escatológico: un espléndido caganer.
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