Dos hechos biográficos ligados en el tiempo originan el último poemario de Lola Mascarell, que son desbordada fuente poética: la pérdida de una madre y el nacimiento de una hija. La escritora valenciana administra ambos temas en exactas proporciones, para firmar un libro de estampas, que son aceite puro y un sobrecogedor paisaje. Toma su nombre de un fragmento de “El infinito en un junco”, escrito por Irene Vallejo.
El interior incide en la naturaleza, como un sentido ávido tras un trino de pájaros: “Mientras cruzo las huertas / en la hora del riego / pienso en salmo y juntura, / en palabras que suenan a oración, / en música y versos / que salvan a ese niño que regresa”. Escuchamos las preguntas que pronuncian las grandes fuerzas telúricas, en reverberación de campo y montaña. Lo indefinible e inefable aviva esa perfección, para que no quede inocua y sea transcrita: “No se puede explicar la poesía. / Igual que ese rectángulo de luz / que atrapa mi atención esta mañana. / Un rectángulo apenas sobre el césped / entre el boj y el ciprés”.
Se balancea el fallecimiento de la madre y el nacimiento del hijo sobre el hogar. Lola Mascarell, en medio de un leve sentimiento de asombro se detiene a estructurar el pensamiento poético. La luz se modula para orientar el poema, entre hechuras y costumbres de la vida mediterránea que amparan estos poemas y le dan un toque sutil y grácil.
Es obvia la influencia de Francisco Brines y la denominada escuela valenciana
Obvia es la influencia de Francisco Brines y la denominada escuela valenciana de Vicente Gallego, Carlos Marzal y Miguel Ángel Velasco. Aunque Mascarell lleva estos poemas a su prisma y toque personal. Todo ese mundo, en el iniciático ritual de encontrarse como ser humano, para que después la poeta zanje el poema con una perla: “El sol de la mañana / no puede iluminar / la noche que se cierne / dentro de nuestro cuerpo”.
La paz terrenal, entrecubierta de flores y árboles, se desplaza por nuestra condición efímera: “Todo lo que nos duele es pasajero”. La cálida belleza del mundo es un acto transitorio, mientras los versos se constituyen como observación placentera y comunicativa: “Ya cerca de la noche / nos sentamos a ver pasar el tiempo / y el día se nos fue como viniera: / sin otra posesión que este contento / tan párvulo y sonoro como el mar”. El tiempo que concluye, después de la felicidad y armonía. Los poemas viran del regodeo de la hija con el universo, mientras se percibe el rumor silencioso de la madre perdida.
“Préstame tu voz” es un paseo hermoso y lúcido, como una mañana clareada.
Préstame tu voz
Lola Mascarell
Tusquets, 92 páginas, 15 euros